sábado, 6 de febrero de 2010

Pegament




Si la gente tuviera memoria, mi tío Basilio Miliathanakis pudo haber pasado a la historia. Pero, si se lo piensa más a fondo, quizá sea mejor que no lo recuerden.
Basilio fue el inventor de la famosa máquina de solucionar problemas, aunque ya nadie se acuerde de aquello. Tuvo un gran sentido de la oportunidad, porque apareció con su invento en medio de una crisis descomunal. El mundo entero se veía sumergido, por aquel entonces, en La Gran Depresión, famoso estado de ánimo social, que tuvo su auge cuando la economía estaba llegando a su cúspide productiva. Por entonces, la gente disfrutaba de muchas horas de ocio. Y eso, a unos y otras, los anegaba en un gran pozo de inanición, donde sólo cabía preguntarse: ¿qué se hace cuando no hay nada que hacer? De ahí a la depresión personal, no había más que un paso.
Miles y millones de personas que vivían arrastrándose por la existencia, sin ganas ni de levantar un dedo, terminaban por hacerse la inevitable pregunta: ¿qué sentido tiene vivir? Tan sólo unos pocos se animaban a hacerse responsables de su existencia particular. En general, estaban adiestrados para dejar todo en manos de otros. Y cuando uno es incapaz de hacerse responsable de su vida, entonces sucumbe a la depresión. Toda persona que sufre una depresión está incurriendo en ese mecanismo: no quiere hacerse responsable de su vida. Esto es una conclusión que yo he sacado de tanto estudiar el asunto, pero no quiero adelantarme a los hechos.
En medio de tan lóbrego panorama, Basilio irrumpió con su invento. Al principio, se lo conocía como Solument, o también como Inteliment, pero el ingenio popular terminó por llamarlo Pegament; y así era como se lo mencionaba en todo el mundo.
Pegament era presentado como un prodigio de la computación. Según afirmaban las agencias concesionarias de venta, cualquier persona podía introducir una tarjeta con la formulación del problema específico, para que la máquina elaborase la solución correspondiente. “Pero Pegament no es una máquina cualquiera – declaraban los vendedores -. No atacará simplemente los síntomas, sino que irá directamente y sin rodeos a la raíz del problema”.
Claro está, de la teoría a la práctica hay mucha plática, recuerda el trabalenguas, así que los usuarios de Pegament se encontraron, cada vez que la utilizaron, con una complicada situación. Para explicar lo que ocurría, podemos acudir a un ejemplo.
Una persona cualquiera se aparecía con el problema que se le antojara, el más obtuso aun, y podía esperar una solución. No olvidemos que Pegament era presentada como una máquina “más que humana”, capaz de resolver cualquier problema. Así que, para nuestro ejemplo, podemos usar el caso de Juan. Este Juan compró la famosa Pegament y, de entrada nomás, le introdujo esta pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida? La máquina tardó apenas ocho segundos en responder. Para ir a fondo, anunciaba Pegament, habrá primero que profundizar en siete aspectos de la cuestión. Y los enumeraba. Juan se retorcía de placer de solo pensar en aclarar los siete enigmas, pero no lograba ir a fondo en ninguno de ellos. Después de un esfuerzo considerable, ya desesperado, Juan introdujo nuevas tarjetas en la máquina, una para cada problema. Pegament respondió con velocidad incomparable...con siete nuevos problemas para cada uno de los planteados. Ahora Juan tenía en sus manos un total de cuarenta y nueve problemas nuevos para solucionar. La serie, como se comprenderá, era infinita. Así, Juan podía llegar sin casi darse cuenta al fin de sus días con un cargamento de problemas que excedía la capacidad de sus espaldas y terminaría por sucumbir al peso de tanta pesadilla. Su caso era similar al de cualquier otra persona.
Mi tío Basilio, cuando le pregunté, se declaró abatido por la situación. Me dijo que, en realidad, él había inventado la máquina porque con ella pretendía demostrar que el ser humano se ha metido en su propia trampa y es incapaz de salir de la encerrona.
- La máquina simboliza la mente – confesó -. Solucionar problemas lo único que puede hacer es crear más y más problemas. La gran necedad del ser humano es la de concebir a la vida como si fuera un problema. No lo es. La vida es un misterio insondable. Hay que vivirla, no utilizarla.
Basilio decía que, al concebir los problemas, el hombre se había equipado simultáneamente con una mente; y agregaba que toda mente es, de por sí, utilitaria. Una entidad tal, por empezar, se creerá separada de la vida misma y tratará de utilizarla. Eso convierte a la vida en un problema que ramifica más y más problemas, hasta el infinito. Sin darse cuenta, pretende que la vida está hecha para servirme a mí (esa mente en particular, llamada Fulano de Tal) y hará todos los esfuerzos posibles para que la vida me sirva a mí. La mente no es más que una manera de llamar a esa enfermedad del egocentrismo. Al inventar Pegament, Basilio creyó que la gente se daría cuenta del endiablado mecanismo y trataría de volver a la esencia de la vida, es decir, a servir a la vida y no pretender que la vida nos sirva. Pero no hubo caso, la gente enloqueció. Y ahora cada cual anda por la vida con su Pegament privada. No tenerla es un símbolo de fracaso. Hay que ser un auténtico perdedor para no tener una Pegament.
Cuando estaba a punto de morir, Basilio se lamentó por haber dado a conocer su invento. Dijo que la humanidad todavía está inmadura para la libertad. Pero yo, a veces, cuando los días no están nublados, pienso que algunos pocos se cansarán de veras y abominarán de tanto embrollo. Algunos, quizá, cansados de tanto delirar, despertarán y saldrán del sueño.



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Extraído de "Huecos en la Enredadera" - Furia del Lago - Editorial Ananda


2 comentarios:

  1. El único problema es no dejarse fluir con la vida.
    No sé por qué endemoniada costumbre social crecimos creyendo que la vida es una carrera de obstáculos. Enloquecemos cuando en nuestro camino se cruza algún problema. “¿Qué es esto?!!!!! ¡Esto me tenía que suceder justamente a mí!!!! ¡Por qué tendré tan mala suerte!!!!”
    Y lo que pasa, es que la vida viene… como el viento, cargado con sus brillos y opacidades. En fin… con sus desafíos. Y es tal como vos decís, Furia, no está hecha para satisfacernos, para servirnos…
    Y ahora, en estos últimos tiempos, se agregó otra costumbre aún más perniciosa. Advierto: ¡La corrupción ha llegado también a estos ámbitos!
    Entonces, aparecen esa serie de personajes inmaduros que pretenden que los otros solucionen sus problemas, que exigen que les liberen el camino de escollos…
    Y nadie puede tener una comprensión cabal de mi aparente problema (en caso de que existiera) a menos que sea yo mismo. Por lo tanto, si me hacen un favor quizás puedan barrer un poquito la basura para la banquina pero eso no me dejará conforme. Porque el único que puede hacer que ese problema desaparezca es uno mismo, atravesándolo, sumergiéndose, dejando la vida venir, dejando que algunas veces nos acaricie y otras nos sacuda.
    Sutil el tío Basilio… En fin, un incomprendido!!!

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  2. Me parece que el sentido de la vida es vivirla tal cual se nos presenta. La aceptación es una gran aliada nos hace tolerantes y flexibles, tal como un junco mecido por el viento, los vientos (a veces huracanados) de la vida.
    Saludos Furia.

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