martes, 30 de marzo de 2010

El Trilok


Dionisio Mayor me ha conseguido el “Trilok”, un libro de poemas que los levantinos se vienen transmitiendo desde tiempos inmemoriales. Es un tratado de meditación que sirve para cualquier hora del día. De pronto, en medio de las actividades cotidianas, saco de algún rincón un papelito con un poema y lo leo como si fuera la primera vez. Hoy llevo éste conmigo:

Tú eres Dios, yo soy Dios;
uno en el otro
moramos y nos vemos,
si es que somos
capaces de quedarnos
sin pensar.
Lo visible revela lo invisible,
tal como el ruido
muere en el silencio.
La idea que no puede
ser pensada
te hace latir el corazón.
Recuerda:
tú eres Dios, yo soy Dios;
uno en el otro.


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Extraído del libro "Los Levantinos", de Furia del Lago - Editorial Ananda
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domingo, 28 de marzo de 2010

Un camino virgen



(Apuntes de un diario personal)



Son las cinco de la madrugada y estoy tomando café en la soledad de la casa. El café da energía, es verdad. Pero el silencio brinda otra clase de energía.


La verdadera soledad es el silencio. En cuanto me pongo a pensar (o escribir, como ahora), ya estoy en sociedad. El ser humano es un mamífero que cuenta historias. Eso nos hace distintos de los otros mamíferos. Contar historias significa que conocemos el “significado”.
Pero, ¿qué significado tiene la soledad?
En el fondo de todos los significados está la soledad mirando con la única mirada.


Hoy es el último día. Esto es algo que me digo todas las mañanas. Y cada mañana sigo inaugurando el último día.
Pero es un hecho. No se trata de una posibilidad. Es el último día. A mí me da una fuerza emocional tremenda saber esto. ¿Por qué? Porque es un Saber que me instala en el No Saber.


Cuando digo que soy una enamorada del No Saber estoy diciendo que amo la naturaleza.
No saber es natural, saber es artificial.
Hablo de lo artificial y estoy hablando de un bote que uso para cruzar a la otra orilla del río.
Pero cuando cruzo a la otra orilla descubro que no he ido a ninguna parte. Siempre estoy aquí. Y lo que aquí encuentro es una certidumbre: yo soy. Eso es lo natural.
En cambio, cuando digo: “Yo soy Fulana de Tal”, ya estoy metida en el pantano imaginario de lo artificial.


Este día que estoy inaugurando es misterio puro. Nada se sabe. Este es el faro desde donde me gusta mirar: el Faro de No Saber.
Lo que sé, realmente, vale poca cosa.


¿Necesita la persona tener planes propios? La vida, de la que usted es una expresión, la guiará. Cuando se ha comprendido que la persona es una mera sombra de la realidad, pero no la realidad misma, uno deja de preocuparse. Uno acepta ser guiado desde el interior y la vida se convierte en una jornada completa hacia lo desconocido.
Nisargadatta Maharaj



“La vida me lleva por donde quiere”. Eso me decía Domínguez, el vendedor de diarios y revistas de la Estación Congreso de subterráneos. Yo tenía tan sólo un poco más de 20 años y nos habíamos conocido apenas unos meses atrás, cuando le compré los poemas de Kabir de una edición mexicana.
De vez en cuando, yo tomaba el metro en esa estación. Así, nos fuimos haciendo amigos. Domínguez tendría unos 45 años, más o menos. Tomaba clases con una maestra de yoga en las cercanías. Le pregunté si tenía éxito vendiendo libros de esoterismo, religión o cosas por el estilo. “Para nada –me dijo -. Apenas vendo alguno cada muerte de obispo. Pero cuando uno se mete en el camino espiritual, ya está envenenado. Y no puede hacer otra cosa. Así que me reservo un lugar del kiosco para estos libros. Es por puro placer”.
Me dio risa por dentro su expresión, la de quedar “envenenado” por el espíritu. Pero, con el tiempo, comprendí a fondo lo que me quería decir.


Vita Preziosa y Dionisio Mayor pasan a buscarme. Vamos al campo, a más de 150 kilómetros de Porcópolis (que es el apodo que Vita le ha puesto a la gran ciudad).
Maneja Vita, yo voy de acompañante (con mi cuaderno en la falda) y en el asiento de atrás, Dionisio ronca. El pobre hombre es profesor de Antifilosofía en la Facultad y se ha pasado la noche corrigiendo pruebas.
Apenas recorremos unos kilómetros y el cielo se pone oscuro. Las nubes más bajas danzan con el viento y pasan mutando formas a cierta velocidad. ¡Adiós, adiós!, les digo calladamente. Yo también soy una nube y quién sabe a dónde vamos.


Ha fallado el pronóstico del clima.
Las nubes hablan hoy ese lenguaje
de voluntad suprema que el paisaje
del presente revela. Por la cima


de aquel cerro la lluvia ya resbala.
No tardará en llegar. Desconocido
se siente el corazón en el latido
de este momento. La ocasión señala


por dónde la ocasión abre la puerta.
Los rumores del día van contando
la historia del presente, descubierta


por esta vuelta de la vida. Cuando
la senda sin hacer se torna incierta,
todo es, aquí, lo que se va quedando.




Cuando llegamos, el sol asoma entre las nubes y el día cambia por completo. La casa del campo es un lugar ideal para el descanso, porque este pequeño pueblo no conoce el duro trajín de la civilización, salvo por la televisión satelital. Vita y yo salimos en bicicleta. Vamos hasta la orilla del río más ancho del mundo para detenernos allí a mirar el horizonte, la otra orilla, la invisible. Cuando volvemos a la casa, Dionisio nos recibe con una comida caliente. Después de comer, le muestro a Vita el soneto que escribí mientras ella conducía el auto. Pero la muy metiche se pone a revisar el resto del cuaderno y encuentra lo que escribí sobre Domínguez. Quiere saber algo más de él.



Domínguez fue quien me ofreció el libro “La Vida en la Vida”, de Shri Anirvan, escrito en colaboración con la francesa Lizelle Reymond. Recuerdo bien que me atrapó la historia de esa mujer que se fue a vivir al ashram de Anirvan, dejando atrás todas las convenciones sociales.
Lo primero que leí del libro fue apenas me lo dio. En ese momento llegó el tren subterráneo y lo tomé. Abrí el libro en cualquier parte y me encontré con esta frase de Anirvan:

La cizaña que se enseñorea de un campo causa grandes estragos. Igualmente en el hombre, la visión objetiva, aunque fragmentaria, lo trabaja y ya no puede ser extirpada. Una vez que se ha aprendido a ver, no se puede vivir más a ciegas.

Después de todo, este misterioso Domínguez tenía razón. El espíritu te “envenena” y una vez que has probado su sabor, ya lo llevas encima, a todas partes.





Dionisio se ha puesto a dormir la siesta bajo la higuera. “Tiene el sueño cambiado”, comento yo.
Vita quiere saber qué pasó con Domínguez, de quien jamás supe su nombre de pila.
Pues bien, este hombre no estaba siempre en aquel puesto de venta, algunas veces lo atendía su cuñado. Pero cuando atendía Domínguez, yo dejaba pasar un tren para conversar aunque fuese apenas unas pocas palabras con él. Durante años, le compré algunos libros que nutrieron mi paso por este mundo.
Hubo un tiempo en que dejé de verlo, pero eso no me llamó la atención. Lo que sí logró llamarme la atención fue que, un día, cuando llegué al andén, descubrí que había desaparecido la sección de los libros “espirituales” que tanto cuidaba Domínguez. Entonces, le pregunté a su cuñado (con quien jamás había conversado ni media palabra) qué había pasado con mi amigo.
- Ya no está más aquí – me respondió -. Se fue a la India y me dejó todo el negocio a mí.
Yo debo haber puesto cara de perpleja y no sé qué le respondí, porque apareció el tren y me subí a su marcha.



En los terrenos del fondo, acá, en la casa de campo, hay un lugar solitario donde me pongo a escribir, o escuchar el silencio, con el matiz de algunos pájaros que siempre tienen lo suyo para decir.
El recuerdo de Domínguez me hace pensar en tantas otras personas que han seguido un camino espiritual, que se han empeñado en salirse del rebaño. Les he perdido el rastro a muchos. Inclusive, en el recuento hay varios que han muerto ya. Si Domínguez está vivo, ya debería tener ahora unos 75 años o quizá más.




Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.


León Felipe





Visitante: ¿Qué camino he de seguir?
Ramana Maharshi: Siga por el camino que vino.




La viejísima Iglesia de Santa Rita está en medio de una finca bastante grande. Dentro de la misma finca, alrededor del templo, hay casas de huéspedes y también un restaurante, con una casa de té anexa. Tomamos los tres un té de menta y conversamos con la mesera sobre la vida que se vive allí, en el mundo de la costumbre: el gobierno y sus desastres, la gente y sus penas, el rebaño y sus creencias. En fin, lo conocido.
Vita descubre una biblioteca pequeña y pregunta de qué se trata. Es para la época de invierno, nos explica la mesera. La gente viene a tomar algo y a veces se quedan horas leyendo cerca de la salamandra. Dionisio se levanta de su asiento, busca y rebusca entre los libros y finalmente viene a la mesa con uno.
- Escuchen esto, es de Antonio Porchia: “Pártase de cualquier punto. Todos son iguales. Todos llevan a un punto de partida”.
Vita le saca el libro de las manos y se pone a leer ella. En la misma página encuentra esto:
“Hombre, no creas que tu viaje al cielo sea tan largo; pues todo el camino que allí conduce no tiene un solo paso”.
Es de Angelus Silesius.
Dionisio se burla de mí, porque copio los aforismos.
- Vas a terminar como Castaneda, vestida y con diarrea – me dice.
Se burla de mí porque ando escribiendo mi diario por todas partes. No le hago caso y copio algunas otras frases.



Cuando salimos de allí, Dionisio toma el volante y dice que nos llevará a un lugar especial, a ver cómo se nos escapa el sol. Conduce con rapidez por una ruta de ripio y se detiene al fin en cualquier parte. Bajamos del auto y el misterio del mundo desciende sobre nosotros. La pampa, inmensa, llena de olor y de vida, invadida por un concierto de pájaros, se siente acariciada por última vez en el día por los brazos larguísimos del sol.
Una enorme tristeza me invade. Miro de reojo y veo que también ellos, Vita y Dionisio, sienten lo mismo.
El rostro de Domínguez me viene a la memoria de repente, con su cara redonda y su sonrisa enorme. Cierro los ojos y el color naranja del sol sigue penetrándome por dentro. Domínguez, como cualquier varón, necesitaba una mujer que le enseñara el camino del misterio. Para él, esa mujer se llamaba India. Esté donde esté, señor Domínguez, mi sonrisa cómplice lo acompaña.

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Extraído del libro "El Buscador es el Ego", de Furia del Lago - Editorial Ananda

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Foto: Camino de llegada a la casa de campo mencionada en estas notas.

viernes, 26 de marzo de 2010

El oficio de ser quien soy



(Apuntes de un diario personal)


¿Quién soy yo, un abismo sin fondo o la fulana que todos los días prepara la comida para sobrevivir con cierta solidez en el mundo del misterio?
No creo que haya nada tan divertido (ni tan aterrador) como hacerse la pregunta definitiva. Quiero decir: ésta es la pregunta que se hace el moribundo que está a punto de abandonar conscientemente las historias de este mundo. ¿Quién soy yo?



Para escarbar en la pregunta (y con ella misma) empiezo por la famosa partícula “yo”. En algún momento, pienso que inventé algo así como “yo” para designar a esta persona que estoy habitando. Pero ahora me quedo sentada, aquí, con la espalda recta y en silencio. Resultado: no tengo la menor idea de qué es eso que llamo “yo”. No sé qué soy, no sé quién soy.



La gata se llama Pancha. Le pusimos ese nombre al poco tiempo de nacer, ya que la trajimos a casa unos días después de haber venido al mundo.
Pero, por más que se llame Pancha, ella “no es” Pancha. Ella es (no sé qué). Si digo “gata” no cambia nada, es lo mismo que decir “Pancha”. Tan sólo es una palabra, un concepto.
Esto me sirve para transmitir al tácito lector la idea de mi gata, pero ella es mucho más hermosa de todo lo que puedan imaginar.
Otro concepto: la palabra “hermosa”.
La palabra señala pero no es lo señalado. No sé de qué hablo cuando digo “yo”. Preguntarse quién soy es una trampa en la que desaparece la persona que pregunta.



Vita Preziosa dice que le encanta Lope de Vega, lo mismo que Góngora o Quevedo, porque podían escribir un soneto en cualquier parte y a guisa de cualquier acontecimiento, tema o reflexión. Agrega que ella comparte ese gozo de crear espontáneamente con palabras, con ritmo y con rima. Le lanzo, entonces, un desafío: le pido que me escriba un soneto sobre el tema que estoy rondando: ¿quién soy? Responde con una risa. Supongo que acepta el desafío.


Me quedo sentada, me pregunto quién soy. Hablo conmigo misma y ya sé (de antemano) que todo lo que diga es nada más que un parloteo social inyectado en mi mente.
Por lo tanto, me quedo en silencio. Me pregunto en silencio quién soy. La percepción es inmediata y sin palabras. Aquí la voy a decir con palabras, pero hágase de cuenta que es pura percepción: yo soy la que pregunta quién soy.
Dicho sea de otra manera: soy el silencio que se pregunta quién es.



Me llega por correo electrónico la respuesta de Vita, diez horas después del desafío, aproximadamente.
Un soneto con todas las de la ley. ¿Lo tendría hecho de antes o lo habrá compuesto a mi pedido? Para el caso da igual. Si le preguntase a ella, se reiría en mi cara.



Esta es la nada que lo observa todo
y por todo, a su vez, es observada.
Nada que soy, que eres, y a su modo,
magna totalidad, nada de nada.


Que de todo se pueda disfrazar,
ir o venir, ponerse nombre, atuendo,
afincarse o cambiarse de lugar,
no impide que se quede y se esté yendo.


Nada para entregar o recibir:
es lo que eres. Todas las figuras
que la imaginación te haga vivir


(ambiciones, tesoros, aventuras)
están hechas de todo lo que nada
puede vivir tan sólo siendo nada.


Vita Preziosa




Quedo sentada. Sin palabras, me veo invadida por el silencio.
“Pero el silencio es lo mismo que nada”, pensaría Juan Vecino. Si me dejo llevar por su influencia, tal vez olvide que hasta la palabra “nada” (lo mismo que la palabra “silencio”) no deja de ser un concepto.
Dejarse invadir por el silencio me hace descubrir que soy el silencio.


Yo siempre estoy presente porque siempre estoy ausente; y sólo estoy presente cuando estoy ausente. Para aclarar esto, yo añadiría que siempre estoy presente absolutamente, pero relativamente mi presencia aparente es mi aparente ausencia como Yo. (¡Una confusión complicada aún más!)

Nisargadatta Maharaj




Cuando digo “Pancha” simplemente señalo a la gata, pero la palabra no es la gata. Y estoy hablando de mí cuando digo “yo”, pero eso no soy yo. Más claro, échale agua.



En alguna parte, Ramesh Balsekar dice: “Tú nunca puedes conocer la Verdad. ¿Por qué? Porque tú eres la Verdad”.
Pero, claro, es probable que tú pienses que te conoces. Eso es lo que habitualmente piensa cada uno; cultiva una serie de hábitos y costumbres, se solaza con algunos vicios especiales, se obstina en revolcarse en el chiquero de la rutina. Y luego, por mera comodidad, a todo esto le llama “yo”.
Sin embargo, la muerte sigue ahí, al acecho. ¿Por qué, cuando piensas en ella y la sientes al acecho, te sobreviene un sacudón anímico? Porque tomar conciencia de ti mismo es un acto impersonal. Y tú estás acostumbrado a vivir encerrado en la cueva de la personalidad.


(Tomado del cuaderno de apuntes de Bruno Pozzo)



Apenas quedas en silencio, desaparece el yo. Ya no eres Furia del Lago, ya no eres lo conocido, ya no eres lo que imaginas que eres.
Eres el silencio.




Una mirada
cruzando lo invisible
que la traspasa.


Dionisio Mayor




¿Qué es esto de ser sin ser "alguien"? No es lo que enseñan en las escuelas ni lo que transmiten los seres humanos de generación en generación.
A cualquiera de nosotros nos enseñan, antes que nada, a ser alguien especial, alguien definido, alguien con cualidades que nos encasillan dentro de la categoría de “lo conocido”.



Pero te sientas, quedas en silencio, y entonces eres, tan sólo eres. Sin imaginar qué cosa eres. Sin cualidades ni características que sueles atribuirte. Sin imagen de ti misma.
Esto es lo que ve el silencio.
Pero este silencio soy yo. No es algo abstracto ni tampoco es algo concreto. Es lo que es. Abstracciones o concreciones son juegos de la mente y aquí, en el silencio, no entran los juegos de la mente.
En el silencio, la mente se desempeña como un nadador que abriese la boca para respirar debajo del agua. No puede hacerlo. La mente no puede sobrevivir en el silencio.



¿Es posible desprenderte de la creencia de que deberías o necesitas saber quién eres? En otras palabras, ¿puedes dejar de buscar definiciones conceptuales que te den un sentido de ti mismo? ¿Puedes dejar de mirar al pensamiento en busca de una identidad?
Eckhart Tolle




Me pregunto quién soy. Eso quiere decir que no lo sé. Puedo haber vivido treinta o sesenta años, pero sigo sin saberlo. Todo este tiempo he vivido sin saber quién soy.
Entonces, ¿por qué quiero saberlo? Mejor dicho: ¿quién quiere saber quién soy?




El ignorante quiere saber quién es. La respuesta es clara: eres el ignorante.

Dionisio Mayor




Lo que yo escribo aquí son nada más que conceptos. Aclararlo parece absurdo, ya se sabe que son conceptos. Lo que pasa es que algún curioso (que viniese a mi cajón y revisara este cuaderno de notas) podría suponer que son conceptos que tienen la absurda pretensión de describir lo inconcebible.
No es así. O mejor dicho, siempre es así. Cuando yo digo “manzana” estoy describiendo algo inconcebible. Mi vecino puede creer que sabe de qué estoy hablando. Pero si no prueba la manzana por sí mismo nunca lo sabrá. Me corrijo: aunque la pruebe, jamás lo sabrá.



Cuando yo digo “silencio” pasa algo semejante. Alguno pensará que “silencio” significa quedarse callado, sin hablar, o sin escuchar la radio. No, el silencio es la energía primordial del universo. Y con esto no estoy más que apilando conceptos, nuevamente.
Voy a decirlo de otra manera, también conceptual, pero que intente mostrar algo distinto: “Sólo el silencio puede estar en silencio”.



Entonces, yo no soy una persona determinada y conocida.
Cuando dejo de hablar conmigo misma, desaparece la imagen que me hago de mi propia persona y aparece el silencio. Ese silencio está viendo todo, pero no puede decir lo que ve. Y aunque pudiera, sólo el silencio puede verlo.
Tú puedes decirme lo que ve el silencio, pero yo no lo puedo ver: sólo el silencio puede verlo.

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Extraído del libro "El Buscador es el Ego", de Furia del Lago - Editorial Ananda

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Foto de Carla Amaya: "Selene"

jueves, 25 de marzo de 2010

Tú eres Eso



(Apuntes de un diario personal)

El silencio no está en ninguna parte porque está en todas. Ir a buscarlo a donde sea que te guíe tu deseo, no es diferente del comportamiento de cualquier mercader que se la pasa regateando el precio de su estadía en el paraíso. ¿Esto es algo que puedo ver por mí misma? Por supuesto que sí. Pero solamente cuando descubro que soy el silencio.


El silencio es energía viva. Si esa energía se manifiesta en un organismo determinado, como percepción, queda liberada. Si se manifiesta como interpretación, la energía queda aprisionada en una burbuja creada por su propia interpretación. Esa burbuja (el “yo”) tendrá que liberar la energía que se negó a percibir, tarde o temprano. Al liberar la energía, muere la burbuja. Eso es un anticipo de lo que ocurrirá cuando se libere toda la energía vital del organismo y el cuerpo muera.


La nuez ha sido expulsada del nogal. Cae al suelo y desde allí observa al árbol madre con extrañeza. ¿Cómo hará para “saber” que ella misma, la nuez, también es nogal? No puede hacer nada. Simplemente, dejarse germinar.


Podemos hacer aquí una analogía de la persona, que es una nuez caída del nogal de la conciencia. La nuez ignora que es nogal. La persona ignora que es conciencia. Está esperando a “ver para creer”.


Jesús decía: “La semilla debe caer en tierra fértil para dar fruto”.
El buscador pregunta: ¿Cuál es esa tierra fértil?
Respuesta: el silencio.

¿Por qué el silencio? Porque la interpretación (el país de la personalidad) es verbal. Se trata de un cascarón formado por imaginación, ideas y pensamientos.
Esto es algo simple de comprobar, aquí y ahora. Si me quedo en silencio desaparece también la división (imaginaria) entre el mundo y yo.

El cascarón de la nuez humana, en cuanto quedo en silencio, desaparece. Entonces descubro que dentro de mí está creciendo el árbol de la conciencia.


El silencio está aquí, explicándomelo todo. Si yo soy el silencio, ¿qué necesito preguntar?

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Extraído del libro "El Buscador es el Ego", de Furia del Lago - Editorial Ananda

Foto de Anniushka: "Pituca y Papá" -

miércoles, 24 de marzo de 2010

Retorno


Sólo un placer me arrogo: el de sentir
que soy un extranjero en cualquier parte.
Se me hace demasiada la niñez
en que mi pueblo abandoné.
Y acaso
si ayer hubiera sido, lo creería.
Ahora que retorno, sé muy bien
que mi acento natal
permanece inmutable.
Son mis cabellos los que le han robado
la nieve a los inviernos.


La tarde, suspendida en el perfume
de los lirios, quizá
me haya esperado todos estos años.
Cerca del pueblo ya,
por el camino,
me salen al asalto unos pequeños:
"Forastero, y tú: ¿de dónde eres?"

Liu Chang

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Extraído del libro "La Colina Encendida", de Liu Chang - Editorial Ananda

martes, 23 de marzo de 2010

El ganso en la botella



Para ilustrar el trabajo inútil de los buscadores espirituales y de la meditación forzosa, los maestros del Zen se han basado en un cuento bastante conocido, el del ganso en la botella.
Un eminente filósofo del gobierno, Riko, le pidió una vez al famoso maestro Nan Chuan que le explicar el antiguo koan del ganso en la botella.
“Si un hombre pone un polluelo de ganso en una botella – le recordó Riko – y lo alimenta hasta que se hace adulto, ¿cómo podrá luego sacar el ganso sin matarlo y sin romper la botella?”
Nan Chuan dio una gran palmada contra su pierna y gritó:
“¡Riko!”
“¿Sí, maestro?” – preguntó de inmediato el filósofo.
“Mira – le respondió Nan Chuan -. ¡El ganso está afuera!”


Lo mismo que el ganso jamás ha estado adentro, el ego nunca existió. El ego es una ficción y ha convertido a la vida en un problema ficticio. Pero el gran desperdicio es que muchos se pasan la vida tratando de resolver el presunto problema de la vida.



Ahora que te digo: “el ganso jamás ha estado dentro”, parece que la cosa es tremendamente fácil de comprender. Pero decir que “el ego nunca existió” ya es otra cosa.


Yo digo que yo soy yo, pero de repente aparece alguien que me dice: ese “yo” no existe. Según esos dichos, el ego es nada más que un mecanismo de funcionamiento social. Me sirve para manejarme con las cosas de la vida cotidiana, con los trabajos del mercado. Pero no me llena espiritualmente y jamás podrá hacerlo.


Cuando alguien me dice que eso que llamo yo es nada más que una personalidad distorsionada, no puedo comprender a fondo lo que me está diciendo. Sólo se comprende cuando veo que no puedo “ser el presente”, cuando veo claramente que he sido expulsada de la vida tal como es para vivir una vida de fantasías y de ilusiones.

Flora Espinosa


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Extraído del libro "Claves del Zen", de Flora Espinosa - Editorial Ananda

domingo, 21 de marzo de 2010

Sutra 48



Si nada ocurre y nada es verdadero
es porque al fin te has convertido exacta,
definitivamente en lo que eres.
Está bien, eres nadie. ¿Qué hay con eso?
Siempre lo fuiste, siempre lo serás.
Este paréntesis en donde crees
que eres alguien no puede confundirte.
La pompa de jabón está vacía
y el recreo podría terminar
en menos de un instante. No hace falta
vivir adentro de una pesadilla
que no tiene paredes ni alambrados.
Eres libre, ya está, no ocurre nada.

Muni Omkara

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Este sutra de Muni Omkara ha sido extraído del libro "Let It Be", de Furia del Lago - Editorial Ananda


Foto: Granada (brunoat.com/gallery)

jueves, 18 de marzo de 2010

El buscador es el ego



(Apuntes de un diario personal)



La meta de “quedarse en silencio”, anhelada por el buscador, es tan ficticia como tocar el horizonte.
El buscador no puede quedarse en silencio porque su existencia imaginaria consiste en un ruido conceptual que quiere negar el silencio.
El silencio no tiene significado ni tiene sentido. Es vida pura viviendo por vivir. El buscador, en cambio, busca una vida propia, y eso es lo que tiene “sentido” para él. Y puesto que busca una vida propia, no quiere morir. Sin embargo, difícilmente confiese que pretende la inmortalidad. Probablemente diga que quiere “la liberación”. Y entonces le replican: “¿La liberación de quién? Quédate en silencio”. Por lo tanto, el buscador sigue buscando. Ahora busca métodos para quedarse en silencio.
Claro está, si el buscador queda en silencio, descubre que el propio buscador no existe. ¿Quién queda en silencio? Sólo el silencio puede quedar en silencio.



El buscador es una ficción. Su origen es muy simple. Un niño se aleja unos pasos de su casa, en plena noche. Descubre que la noche es oscura, que en ella no puede dar un paso cierto y que aparece el sentimiento de temor. Entonces, el chico se pone a silbar. Así de simple. Silba una tonada y va tratando de calmarse.
Otra noche en que se aleja un poco de casa siente de nuevo el mismo miedo y entonces habla consigo mismo. Así va tapando el silencio. Así niega el presente (el silencio) y se inventa una tonada que niega el presente (el ego).


El niño está acostumbrado a su casa. Aquí uso el término “casa” como analogía de “Lo Conocido”. El niño se acostumbra a lo conocido, a lo repetido, a lo que ve todos los días, a lo que escucha a cada rato, a la rutina de hacer determinadas cosas una y otra vez, según las enseñanzas de mamá y papá.
Apenas sale unos pasos fuera de casa se topa con algo que no conoce. Y no sabe cómo manejarse con eso. Le da miedo.
Pero pongamos esto en claro: la división entre lo conocido y lo desconocido es puramente humana. Es un mecanismo mental. ¿Conocido para quién? ¿Desconocido para quién?
Alguien supuestamente conocido, al que llamo “yo”, acopia un conglomerado de sus experiencias personales y sus conocimientos. A eso le llama “yo”. Es decir, se hace una imagen de sí mismo.


Ahora bien, el niño que silba y que habla consigo mismo, ¿consigue abolir la noche?
El ego que parlotea con su espejo mental todo el tiempo, ¿consigue abolir el silencio?


El “yo” surge como instinto de supervivencia del cuerpo. Tengamos en cuenta que el organismo humano es un cuerpo separado de otros cuerpos. Pero no es “vida separada de la vida”. Ahí reside la confusión.
En el terreno de los fenómenos, cada cual tiene su rostro distinto de los otros rostros y cada uno tiene un cuerpo que funciona como una totalidad orgánica.
Pero el terreno de los fenómenos es nada más que un mundo limitado y en el caso d este mamífero llamado ser humano es nada más que vida animal. Repito: limitarse al mundo de los fenómenos es limitarse a ser nada más que un animal.


Dicho así, queda en claro que vivir sometido al mundo de los fenómenos sería como quedarse encerrado en una jaula para siempre.
Esa jaula se llama “ego”.



El ego es eficaz para conservar “mi vida”. Pero resulta que, en realidad, yo no tengo una vida que sea “mía”.
Vaya contradicción. ¿Qué es lo que quiere conservar el ego? “Mi vida”. Pero no existe una vida separada de otras vidas. La vida es entera. Es No Dualidad. Mientras quiero sostener al ego, estoy viviendo la ficción de una “vida propia”.


Los problemas surgen cuando una persona determinada descubre que no es inmortal. Ahí el ego se viene abajo. ¿Para qué sirve tanto esfuerzo y tanta locura si tengo que morir? La pregunta es inevitable. Puesto que la pregunta se la formula el mismo ego, ahí aparece el “buscador espiritual”.
Jesús de Nazareth dice que el alma es inmortal. Nisargadatta Maharaj asegura que la muerte no existe. El Buda también lo asegura. Entonces (piensa el ego) tengo que buscar eso.
El buscador es un producto del ego, es el ego mismo. Sigue buscando no morir.


Veamos entonces con qué se topa el buscador. Uno de ellos adepto al budismo, fue a visitar a un maestro Zen y le preguntó: “¿Cuál es la vía que conduce a la liberación?”
“¿Escuchas el fluir del arroyo?”, le preguntó el maestro, sorpresivamente.
“Sí”, respondió el visitante.
“Bueno, ésa es la vía”.


Escuchar significa que eres silencio. No eres Fulano de Tal ni tienes una vida propia. Eres silencio. La vida entera es silencio. Se manifiesta como miríadas de formas, cuerpos, procesos, fenómenos… Pero es silencio. Al igual que los sonidos aparecen y desaparecen para mantener el silencio, los fenómenos surgen de la vida y se disuelven en la vida.
En primavera, al árbol le brotan flores. Luego las flores desaparecen y el árbol continúa en su sitio.
A la vida le brotan fenómenos. Esos fenómenos nacen y mueren, pero la vida no nace ni muere.


El ego inventa una dualidad ficticia: la vida opuesta a la muerte. Tal dualidad no existe. La inventa porque el ego, cuando piensa en la vida piensa en “mi vida”, una existencia propia. Entonces dice: mi vida tiene un enemigo, la muerte. Como si su vida ficticia estuviera en un extremo y la muerte en otro.
Pero visto desde el silencio, una persona está viviendo en una dualidad ficticia distinta: lo que nace y lo que muere. La muerte es opuesta al nacimiento, pero es el mismo fenómeno. El instante nace y muere al mismo tiempo, pero la vida es permanente.


El ego es la negación del presente, la negación del silencio. Cuando el adepto Zen visita al maestro, éste le dice que escuche el sonido del arroyo. El arroyo es un símbolo y también es el momento presente. El arroyo nace y muere al mismo tiempo, el presente también.


“Escucha”, le dice el maestro. Sólo el silencio puede escuchar. Este silencio es la materia prima de la vida. En el silencio no hay conceptos ni experiencias. Yo puedo estar escribiendo esta frase, pero yo no hago nada. Ni siquiera respiro por mi propia cuenta y mucho menos soy la que hace palpitar mi corazón. No soy más que un instrumento que está escribiendo lo que le dicta el silencio.


Alguien le preguntó a Ramesh Balsekar si “podemos conocer Eso que era antes de la conceptuación o sólo podemos ser Eso”.
Ramesh respondió: “Sólo podemos ser Eso e incluso eso es un concepto. (Risas.) En otras palabras, lo que estoy diciendo es justamente lo que dijo Ramana Maharshi: “No ha sucedido nada, no ha habido creación”. Observemos que si aceptamos eso, lo que queda es silencio, ausencia total del funcionamiento de la mente. Ese silencio es lo único que se ha de conocer. Todo lo demás es un concepto”.


La vida es eterna porque no nace ni muere. Fulano de Tal es mortal porque ha nacido. Pero también esto es una ficción. Supone que ha nacido. Fulano piensa que es alguien, cuando en realidad ese “alguien” ha sido inventado como el silbido del niño, para caminar sin miedo por una noche donde no hay luna.


Como analogía, puedo usar esta imagen: el silencio no nace ni muere. La nota musical nace y muere al mismo tiempo. Ni siquiera existe. O, mejor dicho, su existencia consiste en no existir.
Juan y María son dos notas musicales en el concierto de la vida. Parece que existen, pero no existen. Su existencia consiste en no existir.
El silencio se nos muestra al revés: parece que no es, pero es lo que es.


“Ah, perfecto, entonces lo que yo quiero es quedarme en silencio”, piensa el buscador. Después de todo, lo que busca es ser inmortal.
Pero es imposible.
El buscador es un negador de silencio. Su existencia ficticia consiste en taparse los oídos.


El buscador ha inventado un propósito para la vida: la vida debe tener sentido. Por supuesto, ya hemos visto “para quién” debe tener sentido. Para mí. Para el desesperado buscador que no quiere morir.


Cuando llegamos a esto, veo que el buscador me hace creer que yo soy un organismo humano. Eso es absurdo. Yo soy vida, no mujer ni hombre.


Simplemente, tienes que preguntarte qué eres: ¿la gota de agua o el agua de la gota?

Raimon Pannikar



Eres conciencia de ser, pero prefieres ser alguien importante, destacado, distinguido y separado. Ahí es donde comienzan los problemas. Si un adolescente piensa de ese modo, lo encontramos inevitable. Tiene que adquirir una personalidad autónoma, que le permita desarrollarse en forma independiente, dejar de ser un parásito de los padres. Pero cuando una persona que ha llegado a la edad adulta continúa comportándose como un adolescente, entonces está en problemas. El robot se ha devorado a su inventor, el ego se ha posesionado de la persona.
¿Cómo ha sucedido esto? ¿De qué manera el ego se ha posesionado de tu persona? Para responder a esto, es necesario comprender que el ego es un mecanismo diseñado para negar a la conciencia de ser. Estás aquí y ahora, pero el ego te hace viajar por cualquier otra parte: el pasado, el futuro, tus ilusiones, tus deseos, tus creencias y tus sueños. Y la costumbre de negar el presente, de no estar jamás aquí y ahora, termina por hacerte creer que eres alguien con el poder de ser lo que no eres.


Vita Preziosa (“Verse sin Espejo”)



El Buda me avisa: “La forma es el vacío, el vacío es la forma”. Visto esto, puedo decir: Entonces esta forma que soy está para mostrarme que soy vacío. Y este vacío que soy se adapta a cualquier forma, clima, paisaje o circunstancia. Si me pongo a pensar en la muerte de la forma, me digo: “No sé lo que pasará”. Pero después de todo, jamás lo supe, ¿no es así?


El ego es el inventor de una fantasía: una vida propia. Una vida supuestamente separada de la vida.


Cuando Moisés encuentra en el monte la zarza que arde sin consumirse, le pregunta quién es. “Yo soy el que soy”, le responde la zarza. En otras palabras: “Yo Soy Lo Que ES”.


No existe concepto que pueda encerrar en ningún significado a la vida. Por eso Jeff Foster la llama “La Vida Sin Centro”, que quiere decir “la vida sin concepto”, la vida sin sentido ni propósito.
No existe idea que pueda imaginársela, no existe palabra que pueda nombrarla, no existe cajón donde puedas guardar el vacío.


“El Tao que puede ser nombrado no es el Tao”, dice Lao Tzu. Menuda forma de hablar del silencio.


¿Qué concepto cae como una gota de lluvia en el mar?
El que, aunque sea en voz alta, pronuncias desde el silencio…

Flora Espinosa




Todo es vacío, aunque tenga forma.
No importa si es la ley que han mencionado
los vedas o si de la sacrosanta
física cuántica la luz proviene
que puede iluminar esta certeza.
Todos ellos profesan el principio
de incertidumbre, vaya paradoja.
Por eso no haces nada, sin que importe
lo que hagas ahora: nada siembras
y es nada tu cosecha. Tienes prueba
por demás en ti mismo. Tú eres obra
de la gracia que ignora tu apellido
y en tu rostro fabrica el escondite
para el suyo. Preguntas qué sentido
debes darle a la nada. Te respondo
con ese piano que tremola ritmos
desde un disco engendrado en el vacío.
Dime tú qué sentido tiene tanto
vibrar de melodías y verás
cómo has dejado de escuchar la vida.


Vita Preziosa



Cuando yo era niña, en los velorios la gente decía: “No somos nada”. Y yo, con mi cabecita de infancia, no lograba entender. Me preguntaba qué quiere decir “nada”.
Ahora lo sé: esto que aquí está presente es nada. Todo es Nada. Pero eso no puede ser pensado. Es la revelación de la presencia que aquí mismo se muestra como ausencia. Es la esencia. ¿La esencia de qué? La esencia del Ser, la esencia de la Esencia. Vivir por vivir. La vida porque sí.


Pero el buscador insiste: “Yo quiero comprender”, argumenta.
Veamos, responde la vida; eres una nube y quieres comprender el cielo. Sólo tienes que disolverte.
Ah, no. Eso sí que no.


Cuando se habla de “comprender” pasa eso. Una hormiga pretende comprender cuál es el significado del Universo entero, de la vida entera y de la Eternidad de cabo a rabo.
Genial. Como si el infinito estuviera desde siempre esperando que Juan viniese al mundo para darle un significado, o para que María le encuentre un sentido a “su vida”. Es más, como si la eternidad y el Universo y Dios hubieran decidido darle a Juan una “vida propia”.


Visitante – Lo cual plantea otra pregunta. ¿Es también la iluminación un concepto?
Ramesh Balsekar – Sí, lo es. ¡No sólo es un concepto, sino que la Realidad también lo es!



Cuando se comprende que la Realidad es una interpretación que hacemos, se pierde la importancia.

Don Juan Matus




Dentro de este paisaje, vemos al buscador que pretende “quedarse en silencio”. ¿Para qué quieres quedarte en silencio si eres el silencio? No hay nada que buscar, el silencio está aquí y ahora, tú mismo estás sumergido en el silencio porque eres el silencio.
“Ah, no. Yo no quiero morir. Y si dejo de buscar, es como si me hubiera muerto”, argumenta el ego.
Respuesta en forma de pregunta: ¿Para qué quieres ser inmortal si ni siquiera existes?



Si se mira bien, he puesto “buscador” en una frase y “ego” en otra. No hay dos. Estoy hablando del mismo aparato imaginario, el que nos hace creer que tenemos una vida propia.
El ego es el buscador. El que impide que el silencio se revele como iluminación, el que no permite que el silencio se nos muestre como la zarza que se incendia sin consumirse.

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Extraído de "El Buscador es el Ego", de Furia del Lago - Editorial Ananda

miércoles, 17 de marzo de 2010

Cuerpo de silencio


Para forjar una escultura debe
quitarse de la roca lo que sobra.
Para forjar un cuerpo de silencio
sobra todo: sonido,
voluntad, inocencia,
y hasta el procedimiento para hacerlo.
La figura que queda en descubierto
no puede ser premeditada: ya
desde el principio está;
lo mismo que al final.
Si alguien medita, está premeditando.
Por eso, nadie puede meditar...
Nada más que el silencio
queda en silencio cuando se descubre
que lo demás no está en ninguna parte.
No es necesario meditar acerca
de un cuerpo de silencio.
Meditar es no hacerlo, no hacer meditación.
Meditar es el cuerpo de silencio.


Kung Tien


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Extraído del "Hsuan Pu King", de Kung Tien - Editorial Ananda

domingo, 14 de marzo de 2010

Rebelión en la Granja


Los repollos han crecido desmesuradamente anoche. Mona Petra se limpia el sudor con un brazo, mientras se apoya en la azada.
Atila Malvicino se ha encandilado con la marcha de un gran caracol que deletrea su destino por entre las calabazas.
Franca La Volpe pasea por un camino nuevo entre las filas del maíz con Hilario Guazzone. A veces, la brisa viene cargada por un lamento extraño, estremecedor.
- Alrededor de la chacra merodean los fantasmas. Son nada más que sombras sin cuerpo, no te asustes -, le dice Franca.
- Pero el terror me mantiene despierto – dice Hilario.
- Eso es bueno, entonces – comenta Franca -. En este sueño, lo mejor es andar despierto.
Bajo un jacarandá, Eleuteria estudia sus apuntes de Surrealismo Social (clase dictada por Luciana Bach) sin entender su propia letra del todo:

El horizonte es una golosina para niños y tú añoras la jaula construida con ilustraciones por el devoto de la certidumbre.
No morir, esa gran fantasía, pasea por los corredores de un castillo edificado con naipes que afloran en el hocico balbuceante del profesor dormido.
El sonido crepitante de las conversaciones deposita sus ecos en el puentecejo del tiempo y allí es donde agoniza tu viaje si no te dejas abofetear por el aplauso de una sola mano.
Detrás de lo invisible puedes hallar lo visible.
Mira cómo se desliza por la danza del único movimiento.

Angelo Nero entra en escena con su bicicleta multicolor y pasa tocando el timbre.
- Bravo, bravo – lo saludan Sibila Presenza, Nadia Fontán y Bruno Pozzo, que vienen trayendo carretillas cargadas con zanahorias.
- Socorro, socorro – grita Selene del Giorno desde lo alto de la casa del árbol.
Ulises trepa rápidamente, pero cuando llega arriba no ve ningún peligro.
- Era una mariposa que entró de golpe por la ventana y me hizo brotar unas ganas de besar imparables – explica Selene, mientras explora con su boca las ganas que tiene Ulises de dejarse besar en la boca.
Por allá, bajo un techo de paja, están Lucila Crown, Heliana Fortuna y Vera Preziosa, cocinando en una gran cacerola para todos.
Perla Noble recibe ayuda imprevista de parte de Angelo Nero, que ha dejado su bicicleta recostada contra una costilla del maizal. Ahora los dos arrancan yuyos en una zona todavía imprecisa del zapallar.
Hilario quiere saber por qué los fantasmas no pueden entrar en la chacra.
- No conocen la contraseña – le explica Franca.
Claro está, Hilario queda contraído en la duda. ¿Acaso él la conoce? Pero no se atreve a ir más allá.
- ¿No vas a preguntarme cuál es la contraseña? – inquiere Franca.
- Sí, sí, eso estaba por preguntarte – asegura Hilario.
- Gracias por todo, no tengo de qué quejarme.
- ¿Cómo dices?
- Esa es la contraseña – replica Franca.
Aparece otra bicicleta multicolor. Es Nanako del Giorno, vestida con una túnica transparente. Angelo Nero la ve y se monta rápidamente en su bicicleta, para ir en persecución de Nanako. Los dos gritan, se ríen o cantan, no se sabe qué, y desaparecen en la espesura a todo pedal.
Hilario y Franca, entonces, ayudan a sacar yuyos a Perla, mientras Ulises, que ha bajado (temblando) de la casa del árbol, también hace su aporte. A todo esto, Atila ha sido aceptado como ayudante de cocina.
Pasan las horas, los meses o los siglos, qué más da. De repente, se escuchan gritos de alegría, risas desenfrenadas: son Angelo y Nanako, que vienen a toda carrera y, los dos al mismo tiempo, quieren cruzar por un pequeño puente que atraviesa la acequia en una zona donde no corre mucha agua. La inevitable colisión termina con los dos en un chapuzón esplendoroso y exagerado, mientras los demás corren a verlos. Nanako y Angelo, desarmados de la risa, salen de allí embarrados de pies a cabeza y arrojan pelotas de fango a los curiosos, que se defienden con los brazos en alto. Pero Ulises y Mona se meten en el lodazal y también ellos agarran pelotas de barro que arrojan al que se cruce y esto provoca que los otros hagan lo mismo y en menos de un parpadeo todos estén metidos en la gran batalla del fango, a los gritos y las carcajadas. Cuando ya están casi descompuestos de tanto reírse, se tira cada cual por su lado a tratar de respirar normalmente.
- ¡A comer! – grita Heliana.
Cada uno se levanta como puede y se dirige a la gran mesa del almuerzo.
- Parecen momias resucitadas – declara Lucila cuando los ve aparecer.
Se lavan las manos (y algo de los antebrazos) y se van sentando uno junto al otro, mientras Atila y Vera sirven los platos de arroz con verduras. Antes de comer, Heliana pone sus dos manos encima del plato y dice:
- Gracias por todo, no tenemos de qué quejarnos.
Vera comenta que hay un lugar vacío y pregunta quién está faltando. Ella misma se contesta: Selene.
La llaman a gritos y Selene baja de la casa del árbol con cara de sueño persistente. Cuando ocupa su sitio, saca un papel del bolsillo y recita:

El arte de dar la vida
no se enseña ni se aprende.
Pero el que acaso lo olvida
y compra lo que se vende,
gastará todo por nada,
lo mismo que se desprende
del momento este momento
y de la herida la espada.
Lo que escribes en el viento
no es más que una quijotada.

Todos comen en silencio. La brisa sigue contando la historia del presente.


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Extraído del libro "Principio de Incertidumbre", de Furia del Lago - Editorial Ananda


viernes, 12 de marzo de 2010

Oído fino


Mi amigo Macario Ninguém me escribe desde Filadelfia, para comentar algo que habíamos charlado anteriormente. Un párrafo de su carta dice:

“El silencio no es una experiencia y la experiencia tampoco, puesto que no hay alguien allí que pueda experimentarla. La experiencia ocurre cuando la conciencia se identifica con ella, de lo contrario no hay experiencia posible. Lo que sucede no es experiencia de nadie, simplemente sucede. Pero esa supuesta confusión, la identificación de la conciencia con la experiencia, es parte del plan: sin sueño no hay vigilia. De todas maneras, el sueño está hecho para crear conciencia, no más sueño”.

Para decir algo más acerca del asunto, se me ocurre señalar que el sueño y la vigilia son dos aspectos de la conciencia. El sueño también es conciencia, porque todo es conciencia. En este caso, la materia prima llamada "conciencia" queda atrapada en el símbolo. Todo sueño es un juego de símbolos. El yo es un símbolo, el tú es un símbolo. El mundo también es un símbolo.
La conciencia pura se deleita con esos símbolos. Es como si la conciencia pura tomara un disco de DVD y lo pusiera en el aparato. “Vamos a ver una película”, dice. Aprieta el botón y la película comienza. Allí, en la historia que narra la película, millones de símbolos se entrecruzan. Un actor quiere, una actriz no quiere. La sociedad está de acuerdo por un lado, se opone por el otro. Un vecino metiche opina. Un pariente desaprueba. Un abogado defiende. El otro acusa. La opinión viene cargada con un millón de símbolos, la acusación con otro millón y lo mismo pasa con la defensa. Un gesto mínimo de la actriz desencadena miríadas de símbolos.
A todo esto, un actor de reparto, que tiene el oído fino, de repente oye un minúsculo ruido proveniente de algún lugar, fuera del escenario. Es Dios (la conciencia pura) que está comiendo maíz inflado y tomando cerveza mientras mira la película. El actor de reparto (generalmente mal pagado) olvida el guión y sale de la escena. Se adentra por entre matorrales y desfiladeros desconocidos. Hay lugares escabrosos y no son parecidos a nada de lo que haya visto alguna vez este personaje. De pronto, ve que un gigante está mirando la película donde él mismo es un personaje secundario. Nuestro actor de reparto no tarda en comprender que está metido en el living de Dios y allí todo tiene dimensiones descomunales. Mientras trepa por un sillón, valga el ejemplo, este abnegado muchacho se siente del tamaño de una hormiga. Quizá demore mil años en llegar arriba. Finalmente, llega hasta el brazo del sillón. Dios, que está viendo la película, lo mira de reojo y le dice: “Qué tal, actor de reparto. Estás aquí. Ven, disfrutemos de la película”. Y así sucede que este hormiguito puede ver la película, a la diestra de Dios. Junto a él descubre que hay otro hormiguito. “¿Y tú quién eres?”, le pregunta el actorzuelo. “Me llaman Ramesh Balsekar”, le dice el otro hormiguito.
Pero volvamos a la película, porque en esta escena figura el propio actor de reparto, haciendo lo suyo. Así que podemos ver al hormiguito, como un espectador que está viéndose a sí mismo ahí, en la pantalla. De pronto le da un golpe con el codo a su compañero y dice: “Ahí estás tú”. Y, en efecto, allá en la pantalla se lo ve aparecer a Ramesh en una escena fugaz, donde hace de mayordomo.
En la película, un personaje bastante singular le pregunta al actor principal si es capaz de “escuchar el aplauso de una sola mano”. Esto parece un chiste y todos los personajes se ríen, mientras siguen con sus quehaceres.
En la platea, mientras tanto, ambos hormiguitos escuchan que Dios gruñe. Al parecer, se ha quedado sin maíz inflado. Pone “pausa” con el control remoto y deja la película fuera del tiempo mientras va hasta la cocina en busca de víveres. Los dos hormiguitos, aprovechando la pausa, se ponen a dilucidar cómo hicieron para llegar a este lugar tan raro. “Yo tengo el oído fino y siempre siento curiosidad por saber cuál es el ruido mínimo”, declara el actor de reparto. “Ah (dice Ramesh), quizá me escuchaste masticar. De vez en cuando, a Dios se le caen algunas migas de maíz y podemos hacernos un banquete. Te digo que consigue comida de buena calidad. Ahí viene Dios, sigamos viendo la película”.


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Extraído de "El Fin del Mundo", Furia del Lago - Editorial Ananda

Foto: Ramesh Balsekar

miércoles, 10 de marzo de 2010

El milagro de la vida

(Apuntes de un diario personal)

Estoy descubriendo, ahora mismo, que lo ordinario no es ordinario y que tampoco es extraordinario.
Definir el Ser Presente como extraordinario o como ordinario son maneras de impedir que el Presente se pueda ver en el espejo del Presente.
Desde la ventana del momento veo pasar una niña rumbo a la escuela. ¿Es ordinario o es extraordinario? Hay una brisa leve que hace bailar las hojas de los árboles que escoltan la calle formados en una fila disciplinada. ¿Es rutinario o excepcional? El sol asoma tímidamente entre las nubes y, sin embargo, una tenue llovizna está empezando a caer. ¿Es vulgar o maravilloso?
El ego siempre divide en dos al mundo para decir una y otra vez: “Yo existo”.
Pero yo estoy viendo a la gente que corre allá en la calle, porque ahora está lloviendo un poco más fuerte, y no encuentro el mundo dividido en dos. Ni siquiera puedo decir que el mundo y yo somos distintos.
El ego acumula lo conocido y luego lo idolatra. De tanto y tanto machacar con lo conocido (el diálogo interno) termina por empantanar a la vida en la rutina personal. Lo hace para poner orden (de ahí viene lo “ordinario”) pero luego ese orden termina por formar una fortificación que se resiste a ser invadida por la espontaneidad de la vida. Ese mundo artificial de lo ordinario, de vez en cuando, se sale de la rutina. Y entonces aparece lo extraordinario, vale decir, lo ordinario que se ha salido de la fila. Pero tanto una como la otra definición son sólo ideas, nada tienen que ver con la vida.
Esto es lo que sucede cuando alguien (un ego) pretende controlar la vida, darle forma, color y sonido, meterla en la máquina de los significados, hacerla entrar en razón y tantas otras psicopatías por el estilo.
Pero cuando el ego descubre que no existe, lo único que está a la vista es el milagro de la vida, revelándose a sí misma como milagro.


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Extraído del libro "El Fin del Mundo", de Furia del Lago - Editorial Ananda

martes, 9 de marzo de 2010

Conceptos y experiencias


Los conceptos y las experiencias se dan en el terreno de los fenómenos. El silencio no es un fenómeno.
El concepto del silencio y hasta la experiencia del silencio, lo único que hacen es desbaratar el sueño con otro sueño.
El silencio no necesita de conceptos ni experiencias para ser lo que es, porque es Lo Que Es.
No importa que se haga o que no se haga, que se hable o que no se hable, que se piense o que no se piense. El silencio es.
Buscar teorías o prácticas para mantenerse en silencio, aun cuando transiten los más prodigiosos caminos espirituales, son cualidades del ego que funcionan como excusas para que el ego no se disuelva en el milagro del momento. El silencio no necesita teorizar ni practicar para ser el silencio. Su cualidad es la revelación permanente. ¿Ante quién se revela? Ante sí mismo.

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Extraído del libro "El Fin del Mundo", de Furia del Lago - Editorial Ananda

domingo, 7 de marzo de 2010

El mandala viviente


(Apuntes de un diario personal)




¿Quién necesita saber quién soy?



Un hombre rico estuvo de visita en casa de Nisargadatta Maharaj, en Bombay. Dijo que estaba lleno de riquezas y que era un hombre de éxito. Además, señaló que estaba orgulloso de ello. Y por último preguntó: ¿Hago mal?
Maharaj - Antes que consideremos lo que “está bien” y lo que “está mal”, haz el favor de decirme quién hace esa pregunta.
Visitante (algo sorprendido) - ¿Cómo? Pues “yo”, claro está.
M - ¿Y quién es ése?
V – Este “yo” que está sentado delante de ti.
M - ¿Y crees que ése eres tú?
El hombre se fue sumergiendo, a medida que conversaba con Maharaj, en una gran perplejidad, hasta que finalmente confesó que no sabía quién era.


Yo soy yo, pero no sé quién soy. Al parecer, la confusión proviene de cierta premisa que damos por básica. Que yo debo ser alguien especial, definida y separada de todo.



Usted puede estar seguro de algo: “Yo soy”. Pero cuando usted dice: “Yo soy esto”, ya está entrando en arenas movedizas. (Esto es lo que solía decir Maharaj).


Yo soy. Eso es una certeza. Pero es una certeza íntima y extraña a la vez. Si no soy alguien o algo, ¿qué soy? Quedándome con sólo ser, puedo decir que soy nada. O que soy nadie.
Soy, pero soy nada.


Lo voy a formular de otra manera. Soy, pero no soy alguien ni algo. Podría decir que soy nada, pero eso no significa nada.
Ser, ¿debe tener significado?


Supongamos que soy nada. Esta nada que soy tiene conciencia de ser.
Aclaro: “conciencia de ser” es un concepto. Todo esto que estoy escribiendo aquí, en mi diario, es un rosario de conceptos.
Pero cuando digo “conciencia”, cualquiera que me lea puede comprender lo que digo y puede vivir en su persona misma lo que “es” esta conciencia de ser. ¿Por qué tú (lector) y yo podemos compartir esto que llamamos conciencia de ser? Porque tú y yo somos conciencia de ser. Parecemos distintos, somos lo mismo.


Ahora que te lo digo, la conciencia adquiere la forma del conocimiento.
Con esto, estoy averiguando algunos datos. El ser es el territorio. El conocimiento es el mapa.


El ser humano primitivo, un mamífero del orden de los primates que se hallaba muy lejos de la civilización actual, aparece en un enorme planeta salvaje y lleno de vida. Necesita comer, por ejemplo, y recuerda que en cierto lugar hay árboles frutales, allá, cerca del arroyo. Pero sabe que, si quiere llegar a ese paraje, corre peligro, porque acechan algunos grandes felinos. Todo esto que sabe es un mapa. En la época primitiva no tenía ni armas ni capacidad tecnológica como para enfrentar tantos peligros. Sus conocimientos acumulados le permitieron sobrevivir.


Tenemos, entonces, mapa (saber) y territorio (ser).
Los árboles frutales son. Están vivos allá, a la orilla del arroyo.
Mi recuerdo de esos árboles, la imagen que me formo de ellos, eso es lo que sé.


Tengo conciencia de ser y tengo conciencia de saber.
Cuando digo “yo tengo” me refiero a la persona que está escribiendo estas notas en su diario personal.
No obstante, digo “tengo” pero veo que la conciencia impregna una forma (este cuerpo) y le da vida. Está en el cuerpo, pero no es el cuerpo; lo mismo que el latido impregna el corazón, pero no es el corazón.



Esto lo puedo averiguar por mí misma. Y cualquiera lo puede averiguar por sí mismo, porque es un dato que está inscripto en el ADN de los humanos. Por eso, desde hace milenios, los antiguos exploradores de la conciencia nos vienen mostrando el mandala básico: saber y ser (como dicen los sufíes), tonal y nagual (los toltecas), prakriti y purusha (los hindúes), mapa y territorio (los poetas), figura y fondo (los gestálticos), materia y energía (los doctores en física), yin y yang (los taoístas), personalidad y esencia (Gurdjieff), fenómeno y nóumeno (wei wu wei).


En términos que me ayudan a organizar este conocimiento, puedo decir que, por un lado soy, por el otro sé.


“No sé lo que soy; no soy lo que sé”. (Angelus Silesius)


¿El dilema es real?


Si yo soy la que sabe que no sé,
¿qué puede estar faltando? Ciertamente
acabo de crear para la mente
el juego de estar siendo la que ve


y es vista. Singular y paradójico,
lo que es siempre ignora lo que es.
Por eso es que no sabes lo que ves
y por más que lo quieras hacer lógico,


cara vida, tan sólo estás de paso
sin fin y sin principio. Yo te veo
y estoy viéndome. Soy este traspaso


de lo que muere en lo que nace. Creo
lo que se crea en mí: un movimiento
disfrazado de adiós y advenimiento.

Vita Preziosa




La conciencia absoluta me ha dividido en dos. Primero, mamá y papá. Luego, conciencia personal (tonal) y conciencia impersonal (nagual).
Pero yo sé que soy conciencia absoluta. Lo personal y lo impersonal no son dos, son uno.
Eso es lo que han expresado los maestros antiguos al decir: “El observador es lo observado”.




¿Cómo lo sé? Siendo lo que soy, sé lo que sé. En el terreno del ser soy el presente. Yo puedo imaginar que soy hombre o mujer, una persona hermosa o fea, rica o pobre, feliz o infeliz. Pero todo eso es conceptual, pura imaginación. Lo único que puedo asegurar es que soy el presente. Ahora bien, tal como acontece con todo, este presente parece dual. Es presente, pero es ausente. El instante que nace, de inmediato muere.



Aquí vemos que la esencia se divide (aparentemente) en dos: presencia y ausencia.
Es así en apariencia, porque hay un solo instante. El que nace y el que muere son el mismo instante. Por lo tanto, no existe el nacimiento ni la muerte. Ni siquiera el instante.



Nosotros lo vemos como una gota (el instante), pero es el océano (la eternidad).



A cada cual que apareciese a verlos, de una o de otra manera, Nisargadatta Maharaj o Ramana Maharshi le decían: pregúntese “quién soy yo”.
Es una manera de encontrar el punto de fusión, el lugar donde ser y saber son una sola energía.



Hay un punto de fusión donde yin y yang (hembra y macho) se fusionan. Eso es el Tao, la Conciencia Absoluta. Pero “el Tao que puede nombrarse no es el verdadero Tao”, ha dicho Lao Tzú.



Ser y saber. El ausente presente. Esto que es. Esto que soy.
Aquí es donde el mandala está completo. Ahora.
Aquí y ahora es el territorio donde la pregunta se disuelve en la respuesta.
¿Quién soy yo? Soy el presente.


¿Quién necesita saber quién soy?
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Extraído de "El Buscador es el Ego", de Furia del Lago - Editorial Ananda

viernes, 5 de marzo de 2010

Viajando de incógnito


(Apuntes de un diario personal)



La imagen inventa el mundo. Sin imagen, ¿quién ve qué cosa?


La forma nos da la imagen. Por ejemplo tú, Furia, ves a una persona y te haces una idea de ella. Pero no ves el aire que respira, ni el latido de su corazón, ni los deseos que le recorren las venas, ni el abismo que le devora el anhelo. Lo que ves, tan sólo, es un personaje que tu imaginación ha fabricado. Una idea, un concepto.
Ahora pregúntate: ¿quién soy yo? Y veremos si eres capaz de responder sin esa imagen que te haces de ti misma.


Cuando decimos que la forma es nada más que imagen, entramos en terreno de luz. Observemos, por ejemplo, lo que pasa con el semen. En sí mismo, guarda una imagen que ha quedado programada en el sistema sexual. Esa imagen se transmite. “Es alguien que se parece a mí”, dirá el padre acerca del hijo.
El territorio entero de la forma, esto que llamamos “el mundo” es un juego de símbolos para el que lo ve como alguien separado del mundo. Pero cuando se descubre que el observador está siendo observado (cuando descubres que eres el mundo), entonces el símbolo sólo puede mostrar el misterio, lo desconocido.



En suma, tú crees que eres alguien. Pero ese alguien que llamas “yo” no es más que una imagen. Algo así como decir “bosque”. La palabra “bosque” designa una vastedad infinita de vida vegetal que se desarrolla en el territorio de lo inconcebible. Al ponerle nombre, te haces un concepto, pero ese concepto es un elemento de manipulación social, que te sirve para comunicarlo a otras personas o para pensar en ello. Es una idea del bosque. O quizá deberíamos decir: el bosque reducido a un concepto.
Lo mismo pasa cuando dices “yo”. Es un concepto, pero tú misma eres un bosque infinito de milagros que circunscribes a la mera idea de “alguien que tiene una historia personal”, o todavía más limitadamente, al nombre de Furia del Lago.


Es como si alguien pusiera en mi mano una gota del océano, me la mostrara y dijera: “aquí está el océano”. Si yo nunca he visto el océano, sencillamente puedo creer cualquier cosa.
Cuando alguien dice “yo” alude a su historia, o bien a sus deseos, o bien a sus sentimientos. En una sílaba pretende resumir los infinitos milagros que se cruzan entre sí para darle forma a este símbolo de la vida que se expresa a través de su persona.
En realidad, eso que llama “yo” es una imagen de sí mismo y nada más.


Un hombre fue a visitar a Ramana Maharshi y le dijo:
V – Quiero conocimiento.
RM - ¿Quién quiere conocimiento?
V – Yo lo quiero.
RM - ¿Quién es ese “yo”? Encuentre al “yo” y después vea qué otro conocimiento se necesita.


Cuando alguien se pregunta “quién soy” parte de un concepto, según el cual existe alguien y puede caer dentro de una definición.
Yo no soy un concepto, tú no eres un concepto. ¿Qué es lo que soy?
Cualquier respuesta sería un concepto.


Por supuesto, no eres tan sólo alguien con una historia personal. Eres mucho más que eso. Pero si te encuentras con alguien conocido en la esquina que está cerca de tu casa, ya verás lo que te dice: “Voy hasta el médico, porque tengo turno. Lo pedí hace unos días porque me dolía la cabeza”. Cosas por el estilo. Si tú no le dices nada, a esa persona no le importará. Ni se dará cuenta. Lo importante para ella es contarte su historia personal.


Dos personas que se encuentran entrecruzan sus historias personales. Al contarla, es como si una le estuviera diciendo a la otra: “Esto soy yo”. Y la otra le responde de igual manera.


El señor Pérez no ve a la señora Pérez, sino que ve a su propio concepto de la señora Pérez.


Nuestra actitud común es “yo soy esto”. Separe tenaz y perseverantemente el “yo soy” de “esto” y trate de sentir lo que significa ser, simplemente ser, sin ser “esto” o “aquello”.

Nisargadatta Maharaj



Es nada más que una costumbre, ir llevando a cuestas la historia personal de un lado para el otro. Y así, cuando alguien nos pregunta “qué tal va la vida”, le contamos la historia.
Sin embargo, todo esto es un mecanismo inventado y sustentado por la costumbre social para negar el misterio de la vida.


En el negocio de ser actor… uno sabe lo que hace: está actuando. Observe a los médicos y abogados: ellos creen que son personas reales.

Walter Mathau



Visitante - ¿Son reales los dioses y las diosas de la mitología humana?
Ramana Maharshi – Sí, son tan reales como tú.


En general, los maestros hablan de renunciar al pensamiento. Pero eso, ¿qué es?
Por ejemplo, yo converso con mi vecina. Lo que hablamos son pensamientos. ¿Cómo renunciar al pensamiento? No existe un cómo. Cuando se ha renunciado al pensamiento es porque se ve la conversación como quien ve a dos personajes sobre el escenario de un teatro. Ambos imaginan cosas, procesos y relaciones. Lo que se ve desde la platea es ese proceso imaginario llamado conversación.


Ahora mismo estoy en una calle de la ciudad. Miro alrededor y (supuestamente) veo. Pero sólo estoy mirando. Y eso que estoy mirando ya está organizado en los casilleros de lo conocido. Coches, edificios, gente, comercios, más allá la estación de tren, árboles, más gente, las nubes y el cielo, más gente que va y viene.
¿Por qué todo es una imagen? Porque yo soy una imagen.



El buscador es quien está a la búsqueda de sí mismo. Abandone todas las preguntas excepto una: ¿Quién soy yo? A fin de cuentas, el único hecho del cual puede estar usted seguro es que usted es. El “yo soy” es cierto. El “yo soy esto” no lo es.


Nisargadatta Maharaj



Escucho el silencio que soy. Eso es suficiente. En este silencio, las palabras van y vienen, pero mueren apenas nacen. No tienen ninguna consistencia.


Lo que nació debe morir. Solamente lo no-nacido es inmortal. Descubra qué es lo que nunca duerme y nunca se despierta, y cuyo pálido reflejo es nuestro sentido del Yo.

Nisargadatta Maharaj


El silencio no necesita ningún esfuerzo de mi parte para ser escuchado. Simplemente, con dejar de ser lo que no-soy, descubro que soy el silencio.


El silencio se puede disfrutar
con la palabra que lo nombra y nada
de sí mismo le roba. Su lugar
resbala de la idea pronunciada.



Al disolver la meta se disuelve
el camino también y el caminante.
No queda dónde ir. Todo se absuelve
con nada. Y esta nada ya es bastante
.


Nadie lo ha de entender mejor que nadie.
Lo que conversas imagina un mundo
común para charlar con otro nadie.



Pero no existes tú ni existe el mundo,
ni existo yo que invento este poema
para ilustrar la ausencia de poema.


Vita Preziosa



Pelopincho - ¿Se puede mirar el mundo sin concepto?
Cachirula – Cuando dices “el mundo” ya estás estableciendo un concepto.
Pelopincho – Y eso que me dices, lo mismo que esto que yo te digo, todo es un concepto.
Cachirula – Así es. Dejemos los conceptos.
(Silencio)




Un amigo se encontró con el Mulá Nasrudín y le preguntó:
- ¿Cómo estás?
- A la perfección, realmente – le dijo el Mulá -. Estoy viajando de incógnito.
- ¿Ah, sí? No me digas… ¿y de qué te has disfrazado?
- Estoy disfrazado de mí mismo.
- No seas tonto – le respondió el amigo -. Eso no es un disfraz. Eso es lo que tú eres.
- Al contrario, debe ser un disfraz muy bueno – dijo Nassrudín . Por lo que veo, te ha engañado completamente.



¡No tratemos de lograr algo! El único objetivo del sadhana es eliminar. Negar la realidad de todo, incluso de nosotros mismos. No eres tú quien realiza el Ser. El Ser se revela por sí mismo. ¿Ante quién? Únicamente ante sí mismo.

Ramana Maharshi


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Extraído del libro "El Buscador es el Ego", de Furia del Lago - Editorial Ananda

Una luz en la noche



Dicen que la alegría de un ser humano prolonga sus días, pero ¿cómo conseguir un bien tan escaso, la alegría, en un mundo que se despedaza en guerras? La civilización ha progresado y supuestamente nos aleja de aquellos días tenebrosos de comienzos de la humanidad, cuando los seres humanos eran unos pobres animales que vivían a la intemperie, sin más armas que su ingenio y sin más protección que algunas cuevas. Pero espiritualmente no hemos avanzado gran cosa. Por el contrario, es probable que hayamos retrocedido y nos encontremos en una pendiente peligrosa para nuestra supervivencia.
En este ambiente insalubre, muchas personas han perdido la brújula y no tienen la más mínima idea de cómo dar siquiera el próximo paso. No faltan quienes se preguntan al espejo: ¿para qué sirve la vida si esto se ha convertido en una lucha sin cuartel de todos contra todos? En este panorama, a quienes las respuestas les vienen de afuera no les quedan perspectivas de vivir en un mundo mejor.
Algunos caen de pronto en un pozo de depresión. Son los que deciden no hacerse responsables de su propia vida. Otros, a pesar de haber caído en un verdadero infierno, luchan sin rendirse. Algo saldrá de esa lucha.
Dos ranas andaban saltando y cayeron dentro de un balde lleno de nata, en una lechería.
Se pusieron a nadar desaforadamente, pero no tardaron en descubrir que la situación era demasiado difícil.
- Es inútil - dijo una de ellas -. Más vale que nos demos por vencidas. Estamos perdidas.
- Sigue nadando - reclamó la otra -. De alguna manera vamos a escapar.
- Te digo que es inútil - insistió la primera -. Es demasiado espeso para nadar, demasiado blando para saltar, demasiado resbaladizo para arrastrarse. Vamos a morir de todas maneras, ¿no te das cuenta? Así que, puesto que hemos de morir, mejor que sea esta noche.
Dicho lo cual, dejó de nadar y se dispuso a morir ahogada. Su amiga siguió nadando y nadando sin rendirse, mientras miraba cómo la otra rana se abandonaba a la muerte.
Nadando y nadando sin sentido, la rana que sobrevivía se encontró al amanecer sentada sobre un bloque de manteca que ella misma había batido. Y allí estaba, sonriente, comiéndose las moscas que acudían en bandadas desde todas las direcciones.
Cada uno de nosotros tiene dos caminos: echarse a morir o seguir luchando. El que se echa a morir tiene una certeza y sabe que no tendrá remedio. Pero el que sigue luchando, aunque vive en la incertidumbre, todavía está con vida.
La esperanza no tiene ningún asidero racional. No es una fórmula matemática ni pertenece a ninguna ciencia exacta. Pero sin ella es imposible vivir.
Observa este consejo de Christian Hebbel: «Si te atrae una lucecita, síguela. ¿Que te conduce al pantano? ¡Ya saldrás de él! Pero si no la sigues, toda tu vida te martirizarás pensando que acaso era una estrella».
Eso es lo que tiene de paradójico nuestra vida: cuando queremos retenerla, se nos escapa; pero si la perdemos, es nuestra. Trata de comprender racionalmente esta sentencia de Edouard Pailleron: «Tenemos solamente la felicidad que hemos dado». No tiene ninguna lógica. Y el problema es que la vida tampoco tiene lógica, o por lo menos no usa la misma lógica que inventamos nosotros, los seres humanos.
No importa en qué pantano has caído, sigue nadando. Hay quienes no conocen su propia debilidad, pero son muchos los que no conocen su propia fuerza. Si no te pones a prueba, nunca sabrás de qué eres capaz.
«Pero yo ni siquiera sé nadar», dirán algunos. Nadar es amar lo que haces. Si no amas lo que estás haciendo ahora, estás perdido. Ahora es la clave: no debes perder de vista el Presente, porque es todo lo que tienes. Amar el Presente no es fácil, sobre todo para el que tiene deseos. Pero si no deseas nada en especial, entonces lo que te presenta el destino es la barca que te ayuda a cruzar el pantano. A veces la vida te sirve comida salada, a veces dulce. Las dos son ricas. Los caprichosos quieren comer torta todo el día y así les va. No hay nada mejor ni peor, sólo tienes el Presente. Si te haces responsable de tu propia vida, si no juegas el papel de «víctima», vas a descubrir que la luz que te guía es la que llevas dentro de ti. Si no tienes claridad, lo que hagas será siempre confuso.
Nietzsche decía: «La pasión no sabe esperar. Lo trágico de la vida de los hombres estriba frecuentemente en no saber esperar». No te entregues a la locura antes de tiempo: lo único que tienes que hacer es vivir en el Presente. No es nada fácil, porque estamos entrenados para correr atrás del futuro y pensar que allí, más adelante, está lo que buscamos. Nos han engañado como a tontos para usarnos, esclavizarnos y chuparnos la sangre. Pero si sabemos vivir el Presente, ya estamos libres.
No es fácil vivir el Presente: su misterio es algo difícil de concebir. El Presente está vivo, tanto dentro como fuera de nosotros. Es la fuerza inconmensurable que mueve los mundos, los hace y los deshace, ejerce su dominio sobre todas las cosas. Y no sólo podemos decir que el Presente está vivo, sino que es posible asegurar que es lo único que está vivo para siempre.
Si fuéramos capaces de vivir el Presente, no conoceríamos la muerte. Pero nos dejamos atrapar por las luces del horizonte y corremos detrás de lo inalcanzable, sin darnos cuenta de que la única dicha que nos está permitida es amar lo que hacemos.
Ya sé, ya sé, parece una fórmula demasiado simple y nosotros esperamos grandes teorías y soluciones complicadas. Pero no hace falta complicarse: todo lo que se requiere es amar lo que haces. Prueba de hacerlo y luego me dirás.
Cuando amas lo que haces, nunca eres la misma persona. Esa es la clave. Dice Confucio: «Quien pretenda felicidad y sabiduría constantes, deberá acomodarse a frecuentes cambios».
Los que buscan algo más, entran en conflicto con la vida misma. Y si vives en conflicto, no harás más que dedicarte a la guerra. Observa a tu alrededor y lo comprobarás. Por eso es que la gente vive en estado de guerra y tratando de destruir al prójimo, sea levemente como de la peor manera.
«Es inútil - dirá la rana pesimista -. La gente vive sin amor, es preferible morir antes que seguir luchando». Sí, es verdad, la gente vive sin amor. Pero la gran tontería es esperar amor de los demás cuando ni siquiera eres capaz de sacarte todo el amor que tienes adentro. Si no eres capaz de amar lo que haces, no puedes amar. Y si no puedes amar, jamás tendrás amor. Porque, aunque parezca paradójico, de este mundo sólo puedes llevarte todo el amor que has dado.


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Extraído de "Cultura Contra Natura", de Furia del Lago - Editorial Ananda


jueves, 4 de marzo de 2010

La contraseña


Yo soy Dios, tú eres Dios.

Esa es la clave

de este sabor

exacto a incertidumbre

que al día va

llevando hasta la noche

y hace viajar

la noche hasta la aurora.

Tú eres Dios, yo soy Dios.

Buscas y buscas

y nada encontrarás

sino tu rostro

dibujado en las caras

de los otros.

Una puerta

se abre y más allá

hay otra puerta

que te está esperando;

y ante cada portal,

tu contraseña.

La llave quieres,

y también la clave.

Yo soy Dios, tú eres Dios.

Esa es la clave.


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Extraído de "El Rastro de los Levantinos", de Furia del Lago - Editorial Ananda

miércoles, 3 de marzo de 2010

Hierba que ondea



(Texto de Belkis que Phanta tiene pegado a la puerta de la nevera)



La paz es un estado natural. Brota por sí misma, crece en cualquier parte, brinda su perfume a quien lo huela. No hace falta ninguna guerra para conseguirla. Es lo que tú eres.
¿Para qué discurres entonces cómo lograrla? Para escapar de ella. Te han dicho que hay un mundo mejor y lo creíste. Así que ahora estás escapando en busca del paraíso imaginario.
Si tan sólo dejaras que la paz brotara de ti misma, descubrirías que no tienes a dónde ir y que aquí está todo. ¿Qué necesidad podría sentir de tener algo quien lo tiene todo?




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Extraído del libro "Artes Visuales", de Artemisa Freeman - Editorial Ananda

lunes, 1 de marzo de 2010

El rostro del misterio


La presencia es el rostro del misterio
que en tu cuerpo palpita y, sin medida
ni pensamiento, elude el cautiverio
de esta definición empedernida.



Es lo que no se puede conocer
aunque se esté ya mismo revelando,
porque sólo el misterio puede ver
lo que el misterio nos está mostrando.



Lo que conozco es sólo este navío
de palabras que siguen la corriente
porque al fin están hechas de este río.



Esto que aquí se fuga es permanente.
La presencia no puede comprender
esta presencia que se deja ver.

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Extraído del libro "El Viejo Truco de la Novedad" de Vita Preziosa - Editorial Ananda

Sin interpretación


¿Cómo se vería el sol desde la tierra si la tierra girase alrededor del sol? Exactamente así como se ve, ¿no? Sin embargo, la humanidad pensó por milenios que la cosa era al revés. Me pregunto por qué la vida desde el punto de vista personal se ve separada de la vida en su totalidad. Es otro problema de interpretación, evidentemente, así como lo fue la idea de que el sol gira alrededor de la tierra. De dónde vendrá esa manía de andar interpretando... de dar todo por cierto.
Todo en la vida nos está demostrando nuestra nadidad; sin embargo, interpretamos un mundo en el que nuestro personaje es eterno, incluso después de la muerte... Las religiones del mundo, los grandes paladines de la interpretación así nos lo enseñaron y la humanidad entera accedió a esa interpretación.
Vivir sin interpretación es como andar desnudo. Es que la vida, en sí, anda desnuda, no se oculta, se muestra. Ocultar lo que creemos que somos nos impide ver lo que en verdad somos. La sociedad nos dice cómo debemos ser, y nosotros sabemos que no somos eso y así nos perdemos a nosotros mismos en el disimulo. Creemos ser eso que estamos simulando y nos perdemos ver cómo realmente somos. ¿Cómo será ser sin disimulos? Exactamente así como es, ¿no? Lo que es no precisa recordar lo que es.

Macario Ninguém


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Este texto de Macario Ninguém está incluido en el libro "Vivir por Vivir" de Vita Preziosa - Editorial Ananda

La mirada egocéntrica




Si un niño crece en un mundo en el que todos practican el deporte de engañarse a sí mismos, es inevitable que practique el mismo deporte que todos los demás. Ese deporte, el de darle lustre a la importancia personal, es algo que nos inculcan los demás, pero también es algo que luego practicamos por nuestra cuenta. Llega un momento en que funciona de modo automático.

En un puesto de diarios de Los Ángeles había un perrito con un cartel al cuello que decía: “Se vende”. Uno de los que compraban allí su diario habitualmente le preguntó al vendedor, muchacho despierto, cuánto quería por el perro.
- Cien mil dólares, señor.
- Pero muchacho, ¡eso es absurdo! No hay perro que valga cien mil dólares.
- Pues, señor, el precio de éste es de cien mil dólares y no lo doy por un centavo menos.
Meneó el comprador la cabeza, como dando entender que el chico no estaba en sus cabales, y siguió su camino. No obstante, unas semanas después, observó que el perro ya no estaba.
- Hola, muchacho. Ya veo que vendiste tu perro.
- Sí que lo vendí – repuso el chico.

- ¿Y te pagaron lo que pedías?
- Sí, señor.
- ¿Cien mil dólares?
- Ni uno menos, señor. Lo cambié por dos gatos de cincuenta mil.


Para engañarnos a nosotros mismos, somos verdaderos campeones. Se puede admitir, quizá, que alguien venda un auto usado en pésimas condiciones y asegure que anda como nuevo. Pero creerse alguien importante, eso ya es el colmo.
Ahora bien, cuando descubres que engañarse a sí mismo es el deporte internacional por excelencia, también adviertes que vives mezclado con personas que se creen cualquier cosa. En otras palabras, comprendes que existe una red psicológica de acero, en la que todos estamos atrapados. Dentro de ese mundo, sólo se ve sobresalir a la importancia personal.
Esto produce un problema fundamental: nos hace ver el mundo como si estuviera dentro de una caja, tan sólo en función de nuestro propio interés. El mundo entero gira en torno de tu persona y tu importancia personal. A eso se le llama ser egocéntrico. Y eso distorsiona tu percepción. Te hace creer que estás separado del mundo. Es decir, te hace decir: yo y el mundo. Como si yo estuviera en una orilla y el mundo en la orilla del enfrente. El problema de ser egocéntrico es que no te permite ver. Simplemente te obliga tan sólo a mirar. En esas condiciones, evalúas tu perro en cien mil dólares con una facilidad asombrosa.
Hay quienes piensan que ser egocéntrico es lo mismo que ser egoísta. No tiene nada que ver. Ser egocéntrico es una distorsión exagerada de la percepción. Es como ponerse anteojos de mucho aumento sin que te hagan falta, puesto que tu vista está funcionando perfectamente. En cambio, el egoísmo es necesario.
Cada uno de nosotros es independiente con respecto a los demás. En tal sentido, funciona el egoísmo. Por supuesto, el egoísmo irresponsable olvida que, además de ser independiente, eres dependiente. Por lo tanto, somos todos interdependientes. En tales condiciones, si eres responsable, te mueves con egoísmo sano: “yo me hago responsable de cumplir con mi trabajo”. Y si cada uno se hace responsable, no hay problema. Entonces, el egoísmo responsable es necesario, pero el egoísmo irresponsable es producto de la mirada egocéntrica. Es algo que proviene de una distorsión exagerada de la percepción.
El mendigo es producto del avaro. Si tú no fueras avaro, no tendría que aparecer un mendigo por otro lado para equilibrar la balanza. Siempre sucede así: existe una ley de compensaciones. Es lo que suele llamarse karma. En cuanto guardas tu dinero en exceso, tu mujer empieza a tirarte de la manga. Quiero plata, te dice. ¿Dónde estás escondiendo tu dinero?
Cuando se comprende cómo funciona esto, puede verse que tanto el mendigo como el avaro son egoístas irresponsables. Si no hubiera quien acumula dinero, no habría quien tiene que andar por la existencia con los bolsillos vacíos. Pero, el mendigo, ¿quiere trabajar? Porque si no quiere trabajar, entonces su vida es un egoísmo irresponsable. En cambio, si él cumple con la necesidad de ganarse el pan con el sudor de la frente, no tendrá tanto problema.
Todos estos sinsabores de la vida provienen de la mirada egocéntrica. Todos y cada uno quieren ser más importantes que el resto del universo. “Sí, claro, pero eso es lo que me enseñaron en la escuela”, se justifica la víctima. Es verdad, eso es lo que te enseñan en la escuela; pero, ¿quién dijo que en la escuela te enseñan a vivir? Por el contrario, allí es donde refuerzan tu importancia personal. ¿Acaso no te hacen competir con tu vecino de banco, para ver quién es más hábil que el otro para resolver cuentas?
En la escuela enseñan a todos por igual. Justamente, cuando tienen que apreciar las diferencias, no lo hacen. Juan es ducho en matemáticas, Lucía es excelente como dibujante, Mateo se entusiasma con las ciencias naturales, Myriam tiene facilidad para entender el lenguaje y sus vericuetos (y hasta escribe unos poemas magníficos), Lucas es un deportista excelente... A partir de sus diferencias, cada uno puede ir desarrollando sus otras cualidades. El dibujante aprenderá matemáticas y el experto en química podrá desarrollar una inteligencia del idioma. Pero no, eso requiere una atención especial para cada uno. Eso implicaría que la educación nos enseñase a ser responsables. Y para ello, habría que escuchar a cada estudiante, conocer sus problemas, establecer contacto con su mundo interior. Y eso de ninguna manera es algo que el maestro de escuela pretende hacer. El maestro se pone al frente y que lo escuchen a él. “El mundo es egocéntrico; y eso es lo que yo vengo a enseñarles”. Por lo tanto, queridos alumnos, ustedes deben mantenerse en silencio horas y horas; ustedes deben escuchar cada martillazo que el maestro les da en la cabeza. Y aguantarlo en silencio. Si el estudiante tiene problemas en casa, eso no le importa a nadie. Si tu padre murió hace unos días, eso al profesor no le interesa en lo más mínimo. Si tu madre abandonó el hogar para escapar con el mejor amigo de tu padre, eso a nadie le interesa.
El problema del mundo egocéntrico es que puede estar trabajando con pólvora y lo ignora por completo, así que al encender el fósforo aparecen los problemas.
Si leemos la crónica periodística de los últimos tiempos, veremos que en una ciudad determinada un chico de quince años avanzó desde su asiento hasta el escritorio de una profesora y le asestó una puñalada mortal con un cuchillo de cocina que había traído desde su casa. La puñalada llegó hasta el corazón de la profesora, que murió ahí, desangrada, delante de la horrorizada clase.
Otro joven, de la misma edad, entró en el aula con un revólver y empezó a los balazos contra sus compañeros de clase. Mató a varios, hirió a otros y provocó una conmoción mundial. La noticia apareció en los diarios de todo el mundo.
En otra escuela de este mundo egocéntrico y globalizado, dos estudiantes aparecieron con armas largas de repetición y dispararon contra todo lo que se movía delante de ellos. Mataron a catorce personas, entre profesores y estudiantes, hirieron a decenas más y luego se suicidaron. Hubo quienes hasta hicieron películas en torno al tema.
También se registraron más casos parecidos. Pero lo importante es que nos hemos acostumbrado a la mirada egocéntrica y no podemos salir de ella. Nos parece que los bien encaminados somos nosotros y que esos chicos son unos enfermos mentales, unos psicópatas sin remedio. Sin duda, esos chicos están enfermos, qué duda cabe. Pero ¿dónde aprendieron a enfermarse?
La mirada egocéntrica nos transforma en suicidas caprichosos. Seguimos defendiendo nuestra postura, aunque el mundo se nos venga encima. No aprendemos ni siquiera de la adversidad demoledora. Si yo soy importante, si soy lo más importante del mundo, entonces todo lo demás es secundario. Así es como funciona la ley del egocéntrico.
Decimos que ese chico está enfermo y queremos adaptarlo a las reglas habituales del comportamiento social. Pero, ¿y si nuestra sociedad está enferma? No se nos ocurre pensar que quizá estamos tratando de introducir a los jóvenes en un mundo tremendamente insano, degenerado y psicópata. Hace poco una mujer se quejaba a través de la televisión: “Los jóvenes tienen prohibido tomar alcohol, pero sí tienen edad suficiente para ser enviados a la guerra, para que allí los asesinen”. Era una mujer cuyo hijo había sido enviado a la guerra y se lo devolvieron convertido en cadáver. La mujer estaba protestando frente a la residencia del presidente de su país. La molieron a palos y la encerraron en una celda por unos días. Tal es el mundo al que pretendemos introducir a los jóvenes, sin preguntarles siquiera si eso es lo que ellos quieren. ¿Por qué los jóvenes querrían vivir como los adultos? Puesto que los adultos hicieron del mundo un infierno, ¿no habría que dejarlos a los jóvenes que intentaran hacer un mundo mejor?
Pero no, estamos emperrados en seguir el camino que ya hemos elegido. La mirada egocéntrica nos separa del mundo y nos hace creer que el mundo funciona por un lado y yo por el otro.

El cartero marchaba siempre a campo traviesa para acortar la distancia entre dos caseríos. Un día salvó un vallado y se dispuso a cruzar una extensa dehesa, cuando un enorme toro arrancó contra él. El cartero ganó a todo correr la cerca lejana cuando ya el toro lo alcanzaba; lanzó su bolsa repleta de cartas y en seguida saltó la cerca. Cayó del otro lado como un costal de huesos y una vez allí, a salvo ya, se mantuvo un rato sentado sobre el suelo, todo tembloroso, bañado en sudor frío, con los ojos bien cerrados, dejando escapar débiles quejidos. Un extraño que había presenciado el incidente se le acercó y dijo:
- Vaya, amigo, por un milímetro no murió ensartado por ese toro.
- Sí – bufó el cartero -. ¡Y lo mismo me pasa todos los días!


La mirada egocéntrica nos impide ver todos los componentes de la situación, porque sólo presta atención a los deseos personales. “Lo importante es mi propia importancia personal”. Tal sería su lema y su propósito. Lo demás no existe, es algo secundario. Y cada uno de nosotros es introducido en un mundo así, es obligado a comportarse así, debe convencerse de que su identidad es la importancia personal. Esa es la distorsión: la importancia personal te hace creer que eres tu importancia personal. Y luego sales al mundo equipado con esas creencias. Y así te va. A cada rato te topas con un toro. Pero, claro, el toro no existe. O, en todo caso, el toro es un imbécil que no te deja cruzar el campo tranquilo. Lo que importa son tus deseos. Tú deseas cortar camino por el medio del campo y el idiota del toro no tiene por qué interponerse. El profesor tiene que dar una clase y el idiota del estudiante no tiene por qué tener problemas personales. Los piratas se declaran la guerra para robarse unos a otros y el imbécil del joven no tiene por qué negarse a tomar el fusil y marchar al campo de batalla.
La importancia personal, producto de la falsa personalidad, es la gran enfermedad del ser humano. Durante siglos y milenios hemos vivido como esclavos de la mirada egocéntrica. Ni siquiera nos cuestionamos lo que estamos haciendo. Puesto que se viene haciendo desde hace tanto tiempo, hay que seguir así. No nos arriesguemos a entrar en territorio desconocido. Mantengamos nuestros pies en el fango de lo conocido.
Así es como funcionas. Te han adiestrado para funcionar dentro de lo conocido y no se te ha ocurrido pensar, ni siquiera por un momento, que lo conocido es nada más que un consuelo, un invento que te otorga un momento de serenidad en medio de la noche. Pero pretender que lo conocido es todo el mundo, eso es una distorsión mayúscula. Sobre todo porque da por sentado que te conoces a ti mismo y eso es una falacia. Cuando posas tu mirada sobre la persona que eres, comprendes de inmediato que eres independiente (personal), pero también dependiente (impersonal) y por lo tanto formas parte de una interdependencia (transpersonal). Pero si aseguras que tú eres esto y lo otro, ya estás encasillado. Y no sólo te encasillas a ti mismo, sino que contribuyes a que los demás lo hagan también. Así que sueñas despierto y te dices a ti mismo que tú eres alguien que siempre se comporta de esta manera, y que tiene gustos definidos, y que tiene comportamientos predeterminados y que no es capaz de ser espontáneo sino que se aposenta en prejuicios sólidos como rocas. “Yo sé quien soy”, le dices a cualquiera, convencido de que tú eres tu importancia personal. Y puesto que los demás también están convencidos de algo semejante, unos y otros andan por el mundo disputando a ver quién es más importante.
Pero si te levantas a las seis de la mañana y vas a la cocina a preparar un café, te invito a que te sientes y no hagas nada. Pero absolutamente nada. Ni siquiera pienses. Siéntate ahí y quédate siendo. Tan sólo siendo. Sin llenarte la cabeza de ideas. Entonces quizá puedas descubrir que crees que eres esto y lo otro porque sencillamente hablas contigo mismo y te la pasas diciendo que eres esto y lo otro. Pero si no hablas contigo mismo, entonces ya no sabes quién eres. Cuando estás relajado, sin ansiedad, sin deseos, sin ambiciones, sin tu imaginación barata, entonces quién eres. Si alguien viene y te lo pregunta de repente, si alguien lo hace cuando estás así, relajado, sin corazas, sin defensas, sin ideas acerca de ti mismo, entonces, ¿quién eres?

Una pareja estaba dormitando, ella en brazos de él, cuando de repente la mujer se sobresaltó al escuchar un ruido leve. La mujer se levantó de un salto y le dijo al hombre:
- Levántate, rápido, rápido, creo que viene mi marido.
El hombre se levantó de un salto, tropezando con las sábanas y sus propios pies, agarró su pantalón como pudo y quiso ponérselo al vuelo, pero se enredó en la prenda y cayó de bruces, mientras la mujer lo apremiaba y le decía que se dejara de estupideces.
- Apúrate, idiota, que no nos descubra.
El pobre hombre salió así, medio vestido y medio desnudo, a través de la ventana y escapó en medio de la noche, rumbo a la nada.
Un minuto después, la mujer escuchó el timbre de la puerta principal. Se asomó a ver y vio que allí estaba el hombre que había escapado por la ventana.
- Ábreme, idiota, que yo soy tu marido.


Ya ni siquiera sabes quién eres, confundido como estás por la mirada egocéntrica. Te han dicho que eres tu importancia personal y te lo creíste. Los toros te acometen a cada paso, pero tú sigues tratando de cortar camino hacia la nada. ¿Hasta cuándo andarás a los tumbos por la adversidad? Tal vez ya sea hora de que te sientes en el silencio de la cocina, a tomar tu café y preguntarte: ¿quién soy? Las respuestas que encuentres, puedo asegurártelo, serán asombrosas.



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Extraído del libro "El Amor Consciente" - Furia del Lago - Editorial Ananda