domingo, 28 de febrero de 2010

Los pájaros cantan



Comprender es una idea. No comprender es otra idea. Cuando las ideas desaparecen, ¿hay algo que comprender o algo que no se comprenda?



Cuando se tienen ideas acerca de la vida, aparecen los ignorantes y los sabios.
El ignorante tiene algo que enseñar. El sabio tiene algo que aprender. Nadie (el artista de la nada) tiene nada que aprender ni tampoco nada que enseñar.



Si el presente es la pregunta que responde, ¿quién responde y quién pregunta?



Como si no fueran vida, los ilusos quieren sacarle el jugo a la vida. Unos quieren plata, otros placer y otros comprensión.
Los que buscan comprensión pretenden que Dios, Lo Inconcebible o El Misterio les revelen sus secretos. Quieren el infinito explicado en un refrán.



Turiya – No hay nada que comprender. ¿Comprendes esto?
Belkis – Sí.
Turiya – Entonces no has comprendido nada.
Belkis – Y bueno, total, no hay nada que comprender.
Turiya – Así es. ¿Eso lo comprendes o no lo comprendes?
Belkis – No comprendo la pregunta. ¿No podrías repetírmela?
Turiya – Eso ya es lo inconcebible. ¿Tú qué dices?
Belkis – Esta calle tiene muchos colores; hay ventanas con flores y también algunos lugares sucios, algunos perros ladran pero el cielo no dice nada. Andar por aquí es misterioso.
Turiya – Es lo único que podemos hacer…




En cuanto buscas comprensión, ya estás enfangado hasta el cuello en el pantano de la confusión.

Wei Po




El buscador quiere mejorar el presente. También lo llaman “el insatisfecho permanente”.




Aceptar o rechazar el presente implica que alguien (separado del presente) decide qué hacer con él.
Aquí debajo se ofrece otra imagen del mismo paisaje.
La hormiga que declara: “A ver qué decido hacer con Dios, si aceptarlo o rechazarlo”.





Al resistirnos al momento presente o aceptarlo, convertimos a la vida en un problema. “Ahora –dice Sancho Quijano, que no quiere perder el control que jamás ha sido suyo-, ahora deberíamos librarnos de este problema”.
Gracias, Sancho Quijano, por mostrarnos con toda claridad de dónde surgen los problemas.




Buscar el modo de acabar con la búsqueda no deja de ser una búsqueda más.

Jeff Foster





El buscador de Dios es un corazón en busca del latido.





Buscador – Nunca obtengo lo que deseo y por eso sufro.
Turiya – Si es así, lo que deseas es sufrir.
Buscador – Oh, caramba, entonces dejaré de desear.
Turiya – Qué manera de sufrir.





Si todo lo que existe es impermanente, no existe impermanencia ni permanencia.

Nagarjuna





Es cierto, las palabras lo complican todo. Si yo nombro la palabra “silencio”, sólo el silencio puede escucharla. Pero tú crees que me escuchas tú.





Si la vida tuviera sentido, ¿qué sentido tendría?



Los pájaros cantan. “¿Qué me quieren decir?”, pregunta el peor sordo.
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Extraído del libro "El Buscador es el Ego" - Furia del Lago - Editorial Ananda

Cosas prestadas






Toda la desgracia humana proviene de esto: de que un hombre sea incapaz de sentarse tranquilo en una habitación.

Blas Pascal



Para volver al paraíso hay que desnudarse.

Furia del Lago



El miedo es un reducto: el de lo conocido.

Ubaldo Alegría


No te dejes aniquilar
por la vanidad.
Si al escalar la montaña
vacila tu corazón,
hazte montaña.
Si al caminar
tus fuerzas te abandonan,
hazte camino.
Pues todo eso eres tú,
no su dueño.

José Elgarreta




No sé lo que soy, no soy lo que sé.

Angelus Silesius



No nos envanezcamos como si nos encontrásemos entre cosas nuestras; solamente las tenemos prestadas.

Séneca



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Extraído de "Conspirando con el Cielo" - Compilado por Vita Preziosa - Editorial Ananda

Camino sin esfuerzo




Wei Po salió a caminar con Peng Ti. Al cabo de un tiempo, de tanto subir y bajar por valles y colinas, Peng Ti le preguntó a Wei Po cómo hacía para no sentirse cansado.
Wei Po – Camino sin esfuerzo.
Peng Ti - ¿Cómo es posible? Caminar es un esfuerzo.
Wei Po – Para ti es un esfuerzo, porque no caminas sino que vas a otra parte.
Peng Ti – No veo la diferencia.
Wei Po – Si vas a otra parte, ya estás en conflicto. Tu cuerpo está aquí y tu mente en otra parte. Así que tu cuerpo tira hacia abajo y tu mente hacia arriba. Eso no es caminar, es irse hacia otra parte. Es como perseguir el horizonte.
Peng Ti – Pero caminar, ¿qué es, entonces?
Wei Po – Cuando caminas, caminas. Estás aquí, completamente.
Peng Ti – O sea, que no vas a ninguna parte.
Wei Po – No. Cuando camino, camino.






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Extraído del libro "La Leyenda de Wei Po" de Vita Preziosa - Editorial Ananda




viernes, 26 de febrero de 2010

Construcciones mentales





Una persona cualquiera está acostumbrada a sentirse como un sujeto y considera al mundo como un objeto.
Esto es consecuencia de una educación que se le imparte desde el nacimiento mismo.


El niño recién nacido no es objeto ni sujeto. Cuando empiece a decir “yo”, cuando construya ese ente subjetivo que llamamos “yo”, también habrá de construir lo objetivo, el mundo.


Lo subjetivo y lo objetivo brotan ambos de la misma planta. Sólo supongo que no soy objetiva cuando me imagino que soy una conciencia encerrada en mi persona: algo así como una flauta que creyera guardar en sí misma toda la música del mundo. Y el mundo deja de ser subjetivo cuando lo pongo fuera de mi cuerpo y lo considero un objeto separado. Esta operación equivale a decir: “Yo y el mundo”, como si yo no fuera el mundo.
Cuando se comprende que todo esto es un juego de la mente, la falsa dicotomía desaparece.


El acto de comprender es la desaparición de la fantasía. Es lo mismo que ocurre cuando un niño se entera de que Santa Claus no existió jamás. No vuelve a creerlo.


Pero si escuchas que lo subjetivo y lo objetivo son construcciones mentales, probablemente no sea tan fácil de comprender.
¿Qué es lo que “yo” debo comprender?, quizá me preguntes. Así que la respuesta llega en forma de pregunta: ¿Quién es ese “yo” que quiere saberlo y que quiere comprender?



Si existe alguien que debería comprender, ese alguien ya se ha instituido como un ente separado del mundo. ¿Cómo haría para comprender que eso mismo, el concepto de estar separado del mundo, no es más que una fantasía?






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Extraído del libro "La Mirada del Zen" - de Flora Espinosa - Editorial Ananda


Pintura de Matthias Weischer- Egyptian - room

jueves, 25 de febrero de 2010

Sin tiempo






Hoy se me da por pensar que lo más fascinante de la vida es que demuele sistemáticamente todas las expectativas. Esto de no saber lo que está viniendo, convierte al día de hoy en el último día. Es algo que suena perturbador para los que tienen que pagar todavía muchas cuotas de la hipoteca y ni hablemos de aquellos que acaban de comprarse un auto recién salido de fábrica.
No se trata de una posibilidad, es un hecho. Hoy es el último día.
Este es el eje de toda meditación. No puede haber conciencia de ser para quien está viviendo un día entre tantos. Si empiezo el día engañándome, lo terminaré engañada. De hecho, ya no hay tiempo para empezar ni terminar nada. Cuando se comprende que todas las comprensiones son nada más que maneras de engañarse, desaparece el tiempo. Dicho de otro modo: el tiempo no es más que un invento con el cual pretendemos postergar lo inevitable. Pero lo inevitable no se puede postergar. Está mostrándose aquí y ahora. Aunque cierre los ojos, está presente y a la vista.
Hasta el temor desaparece cuando aparece la luz. Si estoy caminando sobre la cuerda floja, no puedo darme el lujo de albergar ningún temor. Todas mis energías están concentradas en el próximo paso.
Así que, ya está; ahora que no tengo miedo, ahora que estoy iluminada por la demolición de todas las comprensiones, veamos qué soy capaz de hacer con el último día.






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Extraído del libro "El Amor es Todo lo que Hay" - Furia del Lago - Editorial Ananda






Vayas a donde vayas




Seguir un camino para alcanzar la “meta” del presente es la trampa del ego. La única manera de estar presente es ser el presente. Vale decir, quedarse sin ego.
Esto no tendría por qué causar tanto conflicto ni tomarse como el gran sacrificio que debo hacer, puesto que el ego no existe.


Cuando eres el presente descubres que, vayas a donde vayas, siempre estás aquí. Descubres que, pase lo que pase, te mantienes ahora.
No vas a ninguna parte. Eres una semilla de conciencia que, dentro de sí, guarda un árbol de conciencia. Y ese árbol, la conciencia de sí mismo, está pugnando por brotar. Para que brote, la semilla tendrá que morir. La personalidad tendrá que abrirse en tierra fértil y dejar que el árbol surja.


Pero el ego no quiere morir. Busca continuidad a toda costa. “Ahora estoy en una búsqueda espiritual – declara-, estoy siguiendo un camino para alcanzar la conciencia”. Así se mantiene como el controlador de la vida. Yo voy hacia la meta. Yo voy a continuar haciendo lo que me plazca.
Para no disolverse en la conciencia, el ego practica un truco que parece consistente: ir hacia otra parte.



Una persona que tiene un ego muy sólido, cuando sale a caminar, en realidad, no está caminando: está yendo hacia otra parte. Ahora da un paso y luego otro paso, pero esa persona no es consciente del paso que está dando, porque sus ojos se le nublan con la visión del horizonte. Está yendo hacia el más allá y por lo tanto no es consciente de lo que está sucediendo aquí y ahora.



Pero esa misma persona, si está sentada, también está yendo hacia otro lugar lejano. Si la observas, verás que no deja de hablarte de las cosas que hará, de sus planes, sus ideas, sus maneras de dominar al mundo. O quizá pertenece al bando de los rezagados, que te hablan del pasado, de lo que sucedió en tal o cual lugar, de las noticias del periódico... Sea como sea, el ego se las arregla para no estar aquí, para no vivir el presente, porque el presente significa la desaparición del ego.






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Extraído del libro "La Mirada del Zen" - de Flora Espinosa - Editorial Ananda




martes, 23 de febrero de 2010

Otro día


Es otro día, hoy. ¿Cuál es su nombre
cuando el tuyo no existe? Ni siquiera
se puede dar por cierto que te asombre,
porque nadie se asombra si es la esfera


sin piel de la certeza, cuyo centro
es lo que ignora la sabiduría.
¿Quién distingue el afuera del adentro
cuando el día no sabe que es el día?


El corazón navega en el latido
que es la caricia madre del abismo.
La infinitud se siembra en un sonido


que al nacer ya se olvida de sí mismo.
¿Qué sentido tendrá tener sentido?
¿En quién piensas si piensas en ti mismo?


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Extraído de "Obra y Gracia", de Vita Preziosa - Editorial Ananda



Natural y artificial




Verse a sí mismo es natural. Pero hemos sido alejados de lo natural. Un niño inocente no necesita seguir ningún curso ni practicar ejercicios espirituales para verse a sí mismo. Simplemente, está atento, es atención pura. Y en medio de esa atención, florece entre otras una actividad más: la de verse a sí mismo.



Pero después el niño es entrenado para concentrarse en el conocimiento y volverse un practicante de Lo Conocido, ese dios del miedo. El chico deja de ser natural para entrar en el mundo de los artificios humanos. Se hace miembro del mundo rutinario de los adultos.
Lo natural ha dejado de ser natural para él.



Se ha dicho con acierto que la sociedad se convierte en una segunda naturaleza para nosotros. El problema es que el juego social devora toda nuestra energía y reduce al mundo a un problema. Al convertir al mundo en un problema, perdemos el misterio.




Gastamos la mayor parte de nuestra energía en asegurarnos las maneras de ganarnos la vida. La lucha por la supervivencia es eso: una lucha.



El conocimiento es nuestro principal artificio. Es el eje alrededor del cual giran nuestras actividades.



Al evaluar las maneras que tenemos de conocer, lo que hicimos fue organizar el conocimiento. Para organizarlo, nos abstraemos del presente, formamos una entidad imaginaria que no vive el presente y nos hace creer que no somos el presente. Esa entidad imaginaria se llama el yo, que es la suma de nuestro conocimiento organizado.
Cuando el yo nos impide ser el presente, entonces lo llamamos el Ego.




El ego, por consiguiente, es una entidad ficticia que nos sirve para manipular conocimiento, pero nos impide ser el presente.



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Extraído de "Claves del Zen" - Flora Espinosa - Editorial Ananda

domingo, 21 de febrero de 2010

El fin del mundo




Me encuentro con alguien en un bar y me cuenta que las profecías convergentes de unos y otros señalan que, dentro de poco, se avecinan cataclismos impresionantes. El calentamiento global es lo de menos, asegura. Habrá terremotos gigantescos que van a sacudir el planeta y harán desaparecer ciudades enteras. Y como si esto fuera poco, ya están cayendo en la bancarrota económica las principales potencias del mundo (agrega). El dinero no valdrá nada y tener billetes será lo mismo que tener papeles de diario recortados. Le digo que si es así, entonces habrá guerra, puesto que las guerras consisten en saqueos y despojos económicos de los más fuertes contra los más débiles.
Me dice que deberíamos ayudarnos los unos a otros, estar preparados para estas grandes catástrofes que se avecinan. A su criterio, tendríamos que modificar las condiciones de existencia de los seres humanos en el planeta. “Deberíamos cambiar de vida”, dice.
Mi respuesta es: si viene el tsunami, aunque sepas nadar, no hay nada que hacer. Si te traga un terremoto, tampoco se puede hacer nada. Y en la guerra, habrá que buscar refugio para no quedar en medio del tiroteo. Pero si vives en Hiroshima y a cualquiera se le ocurre tirar una bomba atómica sobre la ciudad, bueno, ¿qué puedes hacer?
En definitiva, yo soy una hormiga y tú eres una hormiga, somos seres minúsculos. Si no morimos en el tsunami, moriremos en la calle, o en la cama, o en donde sea. El fin del mundo está garantizado. Pero cuando alguien quiere cambiar las cosas, lo que quiere cambiar es eso: las cosas. De su propia persona, ni habla.
Es cierto, los seres humanos vivimos en un estado de guerra permanente, los unos contra los otros. Está claro que podríamos llegar a destruir la vida entera sobre el planeta y hasta el planeta mismo. Y vivimos así, precisamente, porque cada uno ha sido educado para cultivar su propio ego. Un ego es alguien que se cree dueño de su vida. Esa es la característica principal del ego. Luego, existen otras características y cada uno cultiva sus propias plantas venenosas en ese jardín del infierno. Pero todos los egos tienen un rasgo en común: se creen los dueños de sus vidas y, por lo tanto, creen que pueden hacer esto y aquello para “cambiar las cosas”. O sea, están convencidos de que pueden manipular al mundo para obtener provecho propio. A partir de ahí, surge la psicopatía general. Todos quieren manipular a todos, cada cual pretende hacer lo que se le antoja.
Cada vez que un ego quiere “cambiar las cosas” provoca conflicto. Si en el mundo tenemos seis mil millones de egos, no es difícil imaginar que vivimos haciéndonos la vida imposible los unos a los otros. Cuando alguien dice que “deberíamos ayudarnos los unos a los otros”, quizá sería necesario tener en cuenta que hay fuertes y débiles. Los que son verdaderamente fuertes están en condiciones de ayudar a los débiles. Pero los egos piensan de otra manera: el fuerte prefiere aplastar al débil. Por lo tanto, no es realmente fuerte. Sencillamente, todos somos hormigas minúsculas en el gran hormiguero humano. Alguien se siente débil, pero de pronto se encuentra en una posición relativa de fortaleza con respecto al otro. ¿ Y qué hace? Lo aplasta. O peor todavía: lo ayuda. Le explica “cómo tiene que vivir”. Lo adoctrina para que tenga tales y cuales creencias, para que persiga ideales determinados.
Eso es lo que pasa con los niños, por ejemplo. Los niños son débiles y están en manos de los adultos. Y los adultos, como viven creyendo que son los dueños de sus vidas, les inculcan a los niños esa misma creencia: el ego.
Para sentirse el dueño de su vida, el ego empieza por creer que “tiene” una vida separada del resto de la vida. Eso es lo que les inculcan los adultos a los niños. Claro, cuando viene el tsunami, ese niño (que ahora tiene 60 años) se pregunta “quién soy yo”, porque “parece que todo lo que me dijeron era una falacia”.
Si yo no me creo una persona “dueña de mi vida”, entonces tampoco pretendo dirigir a la humanidad y explicarle “cómo debe vivir”. Sencillamente, me ocupo de mi ego. Y lo que yo veo es esto: el ego pretende ser el centro del universo y pretende que la vida me dé satisfacción. Si no lo hace, el ego se queja y se queja. Generalmente, el ego se vive quejando precisamente porque la vida no le da ninguna satisfacción. Mientras pretenda que el mundo entero le sirva en bandeja su placer, el ego chocará de narices contra todos los murallones, una y otra vez, sin cesar. Pero como los seres humanos desconocemos por completo otra manera de vivir (al menos, la cultura social no nos ha proporcionado ninguna otra), entonces continuamos reforzando el ego, encaprichándonos con sus caprichos.
Si yo me ocupo del ego, descubro que es una manera de comportarme adquirida. Una manera como cualquier otra. El resultado de todos los egos que tuvieron influencia en mí: madre, padre, hermanos, vecinos, compañeros de clase, compañeros de viaje y todo lo demás. Por supuesto, no es necesario comportarme así. Pero esa es la manera automática de comportarme: el ego. Cualquier otra, sería la manera consciente de hacer las cosas. El ego, en cierto modo, es el sueño, la inconsciencia. Y al observarlo, estoy saliendo del sueño. Así que el ego me ayuda a ser consciente. Eso es todo lo que puedo hacer: ser consciente. Principalmente y sobre todo, ser consciente de que el ego sólo puede ocasionar conflicto y más conflicto.
Cuando el ego es puesto al descubierto, desaparece. Entonces, se descubre que la vida es una sola, que no existe “tu vida” por un lado y “mi vida” por el otro lado. Es cierto que las personas están separadas y cada una anda por su lado, pero la vida es una sola. Hay muchas rosas en el rosedal, pero el perfume es uno solo.
Estoy diciendo que cuando el ego es puesto al descubierto, desaparece. Imagínense ustedes cuando están en medio del terremoto. El ego (esa persona tan especial) descubre que no existe, que tan sólo es una construcción mental y simbólica que simboliza la arrogancia personal de cada “dueño de su vida”.
Ahora están apareciendo los profetas que hablan del fin del mundo, de los grandes cataclismos y de la humanidad desaparecida para siempre. Son maneras de morir, eso es todo. Supongo que mi padre, cuando murió, habrá sentido algo por el estilo: el fin del mundo. Creemos que ese mundo es muy consistente y real, pero en cuanto desaparezco yo, desaparece el mundo.
En suma: si desaparece el ego, sólo queda el presente. Y el presente no tiene conflicto. El presente no pretende ser “otra cosa”. El presente no pretende sacarle provecho al mundo y a la vida, porque es la totalidad viviente, no está separado de la vida. Si desaparece el ego, queda el presente. Y el presente no está en conflicto con el presente ni con nada. Si desaparece el ego, también desaparece el mundo (que no es otra cosa que una idea que nos hacemos de algo que denominamos mundo). Cuando desaparece el ego aparece la energía del absoluto y eso no se parece a nada. No es mundo, no es yo, no es idea, no es realidad, no es ni siquiera nada. Es lo absoluto.
No tenemos una vida separada de la vida. Sencillamente, no “tenemos” una vida, porque somos vida. Cuando el ego descubre que no existe, se puede ver que no hay separación de ninguna especie. Y cuando el ego desaparece, cuidamos lo que nos rodea, porque lo que nos rodea somos nosotros mismos.


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Extraído de "El Fin del Mundo" - Furia del Lago - Editorial Ananda

viernes, 19 de febrero de 2010

El acto puro


El momento que nace es el momento que muere. No puedes hallar dos momentos en ninguna parte, porque tan sólo hay uno.
Acción y reacción, cuando lo ves, se complementan de tal modo que una se transforma en la otra, se devoran a sí mismas.
Sólo te queda el acto, puro en sí mismo, sin divisiones.
Cuando estás presente, tú mismo eres el presente.
Estás muriendo y naciendo al mismo tiempo.
Estás viviendo.
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Extraído de "Huecos en la Enredadera" - Furia del Lago - Editorial Ananda

jueves, 18 de febrero de 2010

La vida sin cesar


Un soneto es silencio bien sembrado,
deseo de tener lo que se tiene
o mera plenitud. Valga el cuidado
de tanto caos que pulir conviene.

Es un río de mármol disfrazado,
un diamante de azar, humo consciente,
reflexivo fulgor improvisado,
oscuro divagar resplandeciente.

También puede tomarse por alhaja
que diseña la historia del presente.
Dentro de sí, desconocida viaja

la vida sin cesar, vida fluyente
que no se va de aquí, y oculta y muestra
su corazón, discípula y maestra.


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Extraído de "La Danza de la Vida" - Vita Preziosa - Editorial Ananda

Desear lo que tienes


No recuerdo cuándo ni cómo fue, pero en una charla con mi amiga Flora Espinosa las dos acuñamos una expresión que nos ha venido acompañando durante un tiempo: desear lo que se tiene. “Es una manera de hacer el amor sin cesar”, me decía ella. Y algo de eso hay. Cuando haces el amor, deseas lo que tienes. Esta energía del deseo cumplido, esta plenitud de estar aquí y ahora, esta conciencia de ser lo abarca todo, germina su figura y le da fruto.
Desear lo que tienes constituye un pase de magia que disuelve lo personal con un solo chasquido de atención.
“¿Hay algo que esté faltando aquí?” Tal era el desafío del viejo maestro Lin Chi.
Cuando deseo lo que tengo, estoy poniendo en evidencia al ego. Entonces, queda perfectamente a la vista que el ego es una entidad forjada en la más lejana infancia, cuyo único objetivo es pedirle al mundo que me rinda tributo.
Cuando deseo lo que tengo, el ego descubre que jamás ha existido. Es nada más que el compendio de los caprichos personales de cada uno.


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Extraído de "El Fin del Mundo" - Furia del Lago -Editorial Ananda

miércoles, 17 de febrero de 2010

Saborear el silencio


(De un discurso de Wei Po)

Conversar del espacio infinito y de las alas de la eternidad con prisioneros que tiemblan en lo más hondo de la cueva es como echar al agua al que no sabe nadar.
¿Cómo podrían las palabras enseñarnos a saborear el silencio que es cada uno de nosotros?
Todo lo que hace falta es que ustedes dejen de estar en falta. Pero esto que estoy diciendo no lo pueden escuchar los que buscan un significado a mis palabras. Y aquellos que comprenden lo que digo no necesitan de mis palabras.
Por eso, puedo decirles a ustedes que estoy hablando en el vacío y para el vacío. Todo es un juego; y si ustedes se toman en serio este juego, verán que no existe ninguna cosa que debieran tomar en serio.

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Extraído de "La Leyenda de Wei Po" - Vita Preziosa - Editorial Ananda

martes, 16 de febrero de 2010

El misterio que somos



¿Cómo era que se llamaba ese califa?, creo que Harún Al Raschid. (No me voy a tomar el trabajo a ir a buscarlo en ningún libro ni en internet). El tipo salía en compañía de su visir por las calles de Bagdad. Se hacía pasar por uno más de entre las gentes, un comerciante cualquiera. De esa manera, conocía lo que pensaba la gente del pueblo. Claro, en esa época no existía la fotografía ni la televisión. Los pobladores del lugar no sabían cómo era el rostro del califa.
Pero el asunto es que este hombre no tenía realmente jerarquía. Lacan ha dicho: “Si un hombre se cree rey, está loco; pero si el rey cree que es el rey, también está loco”. Harún al Raschid no se creía el califa. Le tocó ese puesto así como a cualquier otro le tocaba ser herrero, comerciante o marino.
Tomemos ahora el caso de cualquiera de nosotros. Viene alguien de visita a tu casa. No lo conoces porque no has tenido mucho trato con esa persona. Así que cada cual habla de sí mismo, cuenta las cosas que hace, las que piensa, las que siente.
Al hablar de sí mismo, esa persona dice “yo”. Cuando hablo de mí, en circunstancias semejantes, digo “yo”. Pero, ¿qué soy yo? Te cuento: hago esto y aquello, hace años hice tal y tal cosa, estudié, trabajé, gané plata o perdí, viví en tal ciudad y luego en tal otra. ¿Eso es lo que soy yo? Evidentemente, no.
En realidad, no sé quién soy. Tú no sabes quién eres. ¿Para qué hablar tanto? Para reforzar lo conocido. Pero si seguimos en este juego, tú creerás que eres lo conocido y yo también alimentaré la misma fe.
Así es como ignoramos el misterio que somos.


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Extraído de "Tabú" - Vita Preziosa - Editorial Ananda

lunes, 15 de febrero de 2010

Resplandor de este gesto


Sutra 44




El profundo deseo que te impulsa
no tiene forma. Viene desde el fondo
de la pureza misma y atraviesa
tu sólida figura. ¿Cómo quieres
mantener la pureza si no sabes
de qué se trata? Pero, si supieras,
ya no sería pura. Tal dilema
te puede atormentar cuando eres gota
separada del mar de la pureza.
Pero una gota mínima de idea
en el mar infinito de la luz
tan sólo puede sucumbir al vasto
resplandor de este gesto que ya mismo
te viene a recordar quién eres. Deja
que te nombre en silencio y te revele
la esencia del momento que es presencia
pero también ausencia. Que las bodas
de lo invisible con lo que se ve
te mantengan intacto en la pureza.


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Este sutra de Muni Omkara está incluido en "Let It Be" de Furia del Lago - Editorial Ananda

domingo, 14 de febrero de 2010

Nena caprichosa




¿Se puede percibir la eternidad? Si enfocamos el asunto con lógica de lo más sencilla, deberíamos responder: “Sólo la eternidad puede percibirla”.
Pero no conviene quedar en la lógica, porque ella se mueve sólo dentro de sus propios límites y la percepción es pura pureza. Eso sí, tendremos que dar vuelta el lenguaje, usarlo al revés y olvidar las palabras lo mismo que una persona escucha que alguien grita: “¡fuego!” y sale corriendo, porque la palabra es eléctrica y enciende todos los motores de la acción.
En este lugar sin tiempo todo viaja desde siempre hasta siempre y esos pájaros en bandada, que cruzan por encima la carretera del silencio, le regalan al cielo de la contemplación el alborozo de la vida.
¿Quién puede vivir fuera de la eternidad? “De sólo pensarlo, has caído en el fondo del capricho”, canta el Coro de la Mirada Pura, grupo contratado a último momento para despabilar a los oyentes de esta ópera magna que los expertos y los eruditos suelen llamar Naturaleza del Mundo.
Y puesto que vivir fuera de la eternidad es tan absurdo como hacer comparaciones mientras caminas por la cuerda floja, podemos saborear en este banquete la fruta exquisita de Lin Chi, cuya carcajada sin fronteras todavía resuena en los oídos del asombro compartido: “¿Hay algo que esté faltando ahora?”
Mis palabras te mienten pero mi corazón baila con el mismo latido que el tuyo. Vamos más allá del paisaje; dejémonos llevar por la única mirada. La eternidad ha sido hecha para ti si la luz que enciendes ahora, exactamente ahora, te permite ver que tú estás hecho para la eternidad.
“Pero tú me hablas del éxtasis mientras los psicópatas están bombardeando la ciudad”, viene a decirme Nena Caprichosa (siempre hay alguna cerca). “Perfecto, si tienes hambre comes; si hay mucho sol, te refugias bajo la sombra de un árbol; y si llueven bombas, corres hasta el refugio antiaéreo”, recomienda Lin Chi en su encarnación moderna.
Nena Caprichosa, así como se ve, cultiva una religión particular, cuyo credo indica que el mundo gira en torno a ella y que la eternidad baila en su mano. Lo extraño del asunto es que la pobre nena se golpea las narices a cada rato contra el paredón del destino. ¿No es suficiente con una vez?
Una cámara oculta en el Gran Salón de las Revelaciones nos muestra la visita de Nena Caprichosa y su inevitable pregunta al Oráculo:
- ¿Por qué el destino juega en mi contra?
- Porque tú juegas en contra del destino, Nena – es la respuesta inmediata.
Pero Nena Caprichosa no tiene oídos para ningún tipo de revelación. Ella está esperando soluciones y si alguien le dijese que la vida no es un problema, imaginen de cuántas maneras habrá de maldecir al iluso que se ha metido a maestro.
Más de uno, en este intrincado esbozo de visión panorámica, se preguntará para qué diablos estamos ocupándonos aquí de Nena Caprichosa, si nuestra pregunta fundamental intenta correr por las vértebras de esa magia que hemos llamado percepción de la eternidad. Así que vamos a poner un poco de orden en esta charla, puesto que la simpleza es difícil de sostener. Primero, porque Nena Caprichosa es la que impide ver la eternidad. Y segundo, porque todos (varones y mujeres por igual) hemos sido entrenados para comportarnos como Nena Caprichosa.
Aquél de atrás, que levanta la mano, ¿tiene algo que preguntar?
“Sí, señorita. Parece que todos andamos como Nena Caprichosa por el mundo. Pero yo veo que cada cual tiene características distintas de los demás. Quizá esas distinciones son las que nos confunden”.
Así que usted está confundido. Pues bien, averigüe quién se siente confundido. Y ustedes no se rían tanto, que ésta será la tarea para el hogar.
Con todo, pueden tomar algunos apuntes que sólo servirán para ser arrojados a la basura en cuanto comprendan que no hay nada que comprender.
Nena Caprichosa cree que es una persona. Por tanto, cree que tiene una vida particular, separada de la vida. Y encima de todo esto, cree que es la dueña de su vida. Con esto, tiene suficiente para entretenerse.
Aparte de esto, si Nena Caprichosa es pelirroja o morocha, si sabe o no sabe, si camina sobre las aguas o adivina el pensamiento, ¿a quién le importa?
Otra vez usted, Moscardón de Letrina, ¿qué es lo que quiere ahora?
“Nada especial, señorita, por supuesto. Pero quiero preguntarle una cosa. Nena Caprichosa no existe, ¿verdad?”
Usted está cantando la canción que está de moda, ¿no es así?
“Así es”.
Ya les he dicho mil trescientas cuarenta y ocho veces que sólo tienen que afirmar aquello que comprueban por sí mismos y no por otros. Ni siquiera se les ocurra repetir lo que yo digo. Pero eso pasa porque Nena Caprichosa no escucha. Y no escucha, precisamente, porque su misión en este mundo es taponarse los oídos con la novela de su vida o cualquier otra novela. Pero, bueno, voy a contarles una historia ya que tanto les gustan los cuentos a ustedes.
Carlos Castaneda le comentó a don Juan Matus que muchos le habían reprochado que escribiese algunos libros para revelar los secretos de los antiguos brujos toltecas. Le preguntó entonces a su viejo maestro si había cometido un error en hacer esas revelaciones. Don Juan le respondió que de nada sirven las revelaciones si el que las escucha no tiene poder para hacer algo con ellas. “Mira –le dijo-; te voy a hacer la más grande revelación de todas: la eternidad nos rodea. ¿Y? ¿Eso te ha cambiado en algo? Ya ves que no. Todas esas revelaciones pueden tener algún efecto sólo si tienes suficiente poder personal para actuar con ellas”.
Pues bien, ese poder personal significa que ustedes no tienen una Nena Caprichosa gobernando la vida que le ha tocado en suerte a cada uno. Sólo quien se ha deshecho de esa tirana puede tener un poquito de poder. De otra manera, hablar de la eternidad es nada más que un cuento, como esos relatos que les cuentan los padres a los chicos, durante la noche, para que no tengan miedo y se duerman tranquilos.


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Extraído de "El Amor es Todo lo que Hay" - Furia del Lago - Editorial Ananda

viernes, 12 de febrero de 2010

Nido de la Sonrisa




Esto de amar tan sólo por amar
tiene el vuelo espontáneo de la brisa
que le brota de adentro a ese lugar
donde oculta su nido la sonrisa.


Su fruta, que madura sin cesar,
tiene el sabor de lo que se improvisa
y al hambre se le entrega sin dudar,
dominante tal vez, tal vez sumisa.


Es la fruta del árbol de la vida
y quien la prueba, razonable o loco,
palabra que ya nunca se la olvida


ni su hechizo podrá negar tampoco.
Y así del todo, pero poco a poco,
se aprende que la vida es dar la vida.

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Extraído de "El Viejo Truco de la Novedad" - Vita Preziosa - Editorial Ananda

Naranjo en flor


Cuando nos damos cuenta que la identidad personal es
transitoria y funcional ya no encontramos separación
entre superficie y profundidad;

se desvanece la ilusión del crecimiento espiritual y
vemos una sola realidad manifestada y presente en
nosotros y en todo lo existente.

Vemos al naranjo eternamente florecido.


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Esta magnífica joya de meditación pertenece a Delia (www.regina-libera.blogspot.com)

jueves, 11 de febrero de 2010

Aprendiendo el arte




Cuando la gente le preguntaba cómo es el Zen, Gosa Hoyen solía contar la historia del ladrón y su hijo.
Dándose cuenta de que su padre, que era un ladrón, se estaba haciendo viejo, el hijo le pidió que le enseñara el oficio, para poder continuar con el negocio familiar cuando el padre se hubiera retirado.
El padre estuvo de acuerdo y así fue como, esa misma noche, los dos lograron entrar en una casa que estaba a oscuras, mientras sus moradores se hallaban durmiendo. En un momento dado, el padre abrió un gran ropero y le dijo al joven que se metiera dentro y sacara toda la ropa de valor que pudiera. Tan pronto como el hijo estuvo dentro, el padre cerró el ropero y tiró la llave. De inmediato armó un jaleo terrible, un batifondo que sólo podía lograr que todos los habitantes de la casa se despertaran. El padre, cuando vio que había logrado su propósito de despertar a la gente, se escabulló de allí con sumo sigilo.
Encerrado dentro del ropero, el muchacho estaba muy enojado, aterrorizado y confundido, porque no sabía cómo salir de allí, mientras escuchaba que los dueños de casa lo estaban buscando. Entonces, se le ocurrió una idea: simuló el maullido de un gato. Alguien de la familia le ordenó a una doncella que tomara una vela y examinara ese ropero.
Cuando abrió la puerta, el muchacho saltó afuera, apagó la vela, empujó a la sorprendida doncella, salió por la ventana y echó a correr a toda velocidad. Todos los habitantes de la casa corrieron detrás de él.
Desesperado, mientras seguía corriendo a todo vapor, el muchacho vio que junto al camino había un gran estanque y arrojó entonces una enorme piedra en el agua. Hecho esto, se escondió en la oscuridad. Los perseguidores se reunieron alrededor del estanque, para ver si lograban ver al ladrón, de quien suponían que estaba ahogándose.
Así fue como, aprovechando esa confusión, el muchacho logró escabullirse y escapar rumbo a su casa. Cuando llegó, estaba tremendamente enojado con su padre y le quiso contar la historia. Pero el padre, con un ademán riguroso, lo interrumpió y le dijo: “No te molestes en contarme los detalles... Estás aquí, has aprendido el arte”.



Tu padre te ha encerrado en el ropero del ego y no sabes cómo salir de ahí sin que te atrapen. Tendrás que improvisar. En primer lugar, fingir que eres lo que no eres, tal como el ego acostumbra. Eres un hombre, pero maúllas como un gato. A continuación, salir de allí y apagar la luz, para que no puedas ser reconocido. Si tu rostro no está visible, tampoco está visible tu personalidad. Recuerda que la personalidad se concentra en el rostro de cada cual. La personalidad es lo que nos diferencia a unos de otros, al igual que la cara. Al apagarse la luz, te tornas invisible. Y en esa oscuridad aprovechas para escapar. A continuación, para evitar cualquier equívoco, fingir que estás muerto. Y por último, quedas en libertad.



Cada uno de nosotros ha experimentado la misma situación, porque nuestros padres nos han encerrado en el ropero del ego. Además, nos enseñan el oficio de los ladrones, que se apoderan de lo que no es suyo. En este caso, el ego se apodera de lo que llama “su” vida. Cuando el hijo quiere volver al paraíso, se encontrará encerrado en el ropero. Cada uno de nosotros está en la misma situación. Queremos volver al paraíso, pero el ego no nos deja. Para volver al presente (al paraíso) tendrías que dejar de ser el ego. Te identificas con el ego y cuando quieres estar presente no puedes. Por supuesto que no, si el ego es la negación del presente.




El presente es la voluntad del presente. Es una voluntad omnipresente. Si quieres hacer tu voluntad, el presente habrá de expulsarte. Esto ya lo hemos visto. Ahora, hagamos de cuenta que tú y yo somos dos gotas de agua. Tanto tú como yo estamos en un océano, el océano del presente. Por lo tanto, podríamos decir que somos el presente.
Sin embargo, por una cuestión cultural y una exigencia social que ejerce una tremenda presión sobre nosotros, estamos acostumbrados a negar el presente.
En esta situación, lo que te sucede es algo muy difícil de comprender: te estás negando a ti mismo. Tú eres el presente, pero te niegas a ver el presente, a vivirlo, a ser el presente. Entonces te estás negando a ti mismo.


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Extraído de "El Abrazo del Presente" - Furia del Lago - Editorial Ananda


martes, 9 de febrero de 2010

El beso del instante


Leer este poema del instante
tan sólo puede hacerlo (con la prisa
de la pausa mezclada) la sonrisa
del único lector: el mismo instante.


Más que leerlo, palpitarlo a pleno
o llevarlo a pasear por la leticia
de este fulgor despierto en la caricia
que el corazón desborda de tan lleno.


Dejarlo sin su nombre: que se invente
nombre, semblante, compañero, dios
y aquí lo muestre, lúcido, fulgente.


Y puesto que en un beso besan dos
inventar este beso del instante
que se deja besar por el instante.

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Extraído de "El Viejo Truco de la Novedad" - Vita Preziosa - Editorial Ananda

Ahí adentro


Taller de Meditación - Capítulo 1025





Si quieres explorar en tu interior tendrás que ser llevado por un guía, porque estás internándote en terreno desconocido. Pero al meditar estás solo, porque el viaje pasa por dentro de tu ser, ¿recuerdas?
Así que tú mismo tendrás que ser el guía de tu viaje.
Ahora bien, tú no eres alguien capacitado para entrar en lo desconocido, porque no estás entrenado en ese menester. Tendrás que inventarte, entonces, un coraje especial. A ese coraje especial lo llamaremos el “guerrero de lo desconocido”, porque sólo una persona que sea capaz de vivir como un guerrero tiene la energía, la convicción y el entusiasmo que hacen falta para viajar por un mundo desconocido.
Pero hay algo más: el guerrero de lo desconocido, es alguien que sabe dentro de ti. Alguien que sabe cómo actuar en el terreno de lo desconocido.
Por lo tanto, en lugar de inventar un guerrero dentro de ti, lo que tendrás que hacer en realidad es “descubrirlo”. Es posible que ese guerrero esté ahí dentro, agazapado, esperando su oportunidad. Y su oportunidad es la meditación.



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Extraído de "Lo Que Se Va Quedando" - Furia del Lago - Editorial Ananda

En un instante


Hay que empezar aquí por el final
si de una vez abandonar prefieres
la insistente ebriedad de lo que quieres
para encontrar lo que no tiene igual.

La vida entera es un retorno a casa
si escapas de ti mismo. Pero hacer
de este viaje tu hogar y disponer
de todo cuanto queda y cuanto pasa,

eso te puede dar el paraíso
que te late por dentro y tanto añoras.
Deja ya de buscar algún permiso

y en un instante barre con las horas
que te prometen sueños. Te entretienes
para no desear lo que ya tienes.


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Extraído de "El Viejo Truco de la Novedad" - Vita Preziosa - Editorial Ananda

lunes, 8 de febrero de 2010

Dos maneras





Obsérvese lo que dice Emerson: “El optimista cree que éste es el mejor de los mundos posibles. El pesimista teme que eso sea cierto”.
Pero está partiendo de una base equivocada. El optimista no piensa que éste sea el mejor de los mundos posibles. El hecho de ser optimista no lo transforma obligatoriamente en un delirante. Puede que vea las cosas tal como son. En todo caso, su actitud sería la de preguntarse: ¿qué puedo hacer para mejorarlo?
Incluso, hasta puede que vea el mismo mundo que el pesimista. Sencillamente, su actitud es opuesta.
Para el amargado, su propia persona es el centro del universo. Lo demás gira en órbita en torno a su extraordinaria personalidad. Un amargado es un egocéntrico. El mundo ha sido creado para darle placer y satisfacción personal. Cuando las cosas no salen como a él le gustarían, entonces se pone de mal humor. Algunos acumulan mal humor durante años y décadas. Así, llega un momento en que se resignan: el mundo no les da satisfacciones, no responde a sus requerimientos personales. Por lo tanto, se transforman en pesimistas. Ya no esperan nada de este chiquero llamado mundo.
Por el otro lado, el que no tiene una personalidad tan egocéntrica, el que tiene un ego chiquito, no está esperando que el mundo le traiga regalos. “Yo soy un regalo para el mundo – proclama -. Y el mundo un regalo para mí”. Si alguien carece de ego (pureza y proeza difícil de imaginar para muchos) no encontrará diferencia sustancial entre él y el mundo, no sentirá separación, verá el mundo como un órgano dentro de él, o simultáneamente verá su propia persona como una célula dentro del vasto organismo de la totalidad.
Su optimismo no es una actitud personal, es una reafirmación de la vida. Voy a usar un ejemplo: un niño que está pidiendo limosna y que, a todas luces, no tiene dónde vivir ni manera de subsistir sin ayuda ajena. El que se niega a darle algo, tiene sus argumentos. “Después de todo es un niño, tarde o temprano tendrá que morir, qué más da si le doy ayuda o no”. Tiene muchas razones para no darle. Inclusive, dirá que el niño es enviado por algún adulto que no quiere trabajar (algo muy probable), algún adulto borracho o lo que fuese. También dirá que estos niños recaudan más en un día de lo que él gana trabajando.
Habrá, por otro lado, gente que directamente saca una moneda y se la da. Sabe que una moneda es poca cosa, pero igual lo hace. No especula. No se pregunta qué puede conseguir a cambio de su moneda. No está pensando en los resultados que tiene su acto. Ve y actúa por simple sentimiento.
Son dos maneras de ser con respecto a la vida. Son dos maneras de hacer algo con la conciencia que carcome por dentro a cada uno. Y cada uno sabrá por qué hace lo que hace.


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Extraído de "Guía Para Vivir de Buen Humor" - Dionisio Mayor - Editorial Ananda

Exploración


Capítulo 1024



Así como hay gente que viaja por países remotos y extraños, hay personas que meditan y son las que realizan el viaje de mayor alcance posible: un viaje por dentro de sí mismas.
Cada uno de nosotros es un mundo desconocido, al que ninguna exploración puede convertir en conocido.
Nuestra sustancia es el misterio.
Cuando meditas, estás internándote en el mayor misterio de todos, porque la vida es, por definición, lo que no puede ser definido.
Explorar el infinito es, por lo tanto, el viaje de quienes meditan.


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Extraído de "Lo Que Se Va Quedando" - Furia del Lago - Editorial Ananda

El camino de regreso





Apuntes tomados del diario de Phanta






¿Es posible volver al Paraíso? La perspectiva puede incendiar los corazones de los más gélidos animaloides. Yo inclusive diría que no existe ningún otro tesoro para el ser humano. Cada uno de nosotros está buscando el Paraíso Perdido. Cada uno a su manera. Y lo terriblemente irónico del asunto es que, cuanto más lo buscan, más se alejan de él.




Cuando estabas en el Paraíso eras nadie. ¿Qué significa eso? Que eras inocente. Y para mejor darle calce, podríamos acudir a la imagen del niño que todavía no está socializado. Ese niño es nadie. Tiene conocimiento, sí. El suyo es un conocimiento progresivo pero no acumulativo. No acumula lo que conoce porque no tiene un acumulador, no tiene personalidad. Todo esto se refiere a la etapa de tu vida que ha quedado en la nebulosa, fuera del ámbito de la memoria. Por eso, de toda esa época, no recuerdas nada. Luego aparece el acumulador, la personalidad.




Antes de venir a este mundo de la forma, estábamos en el Paraíso. Yo era nadie, tú eras nadie. Al nacer, te conviertes en alguien. Todavía no lo sabes, pero has venido a la fábrica de productos exclusivos, únicos. Cada cual es convertido en una persona única, exclusiva y excluyente, separada, independiente, con vida propia. El recién nacido es conciencia pero no tiene conciencia, tal como ha sido dicho. Al tener conciencia, su conciencia de ser se acrecienta. En eso consiste el juego. Al darte cuenta de lo que no eres, te das cuenta de lo que eres. El nacimiento y la muerte hacen que cobres conciencia de la vida.





Un bar enorme sobre una terraza. Una risa se quiebra cerca y se diluye lejos. Una conversión crepita en la mesa de al lado. Alguna cucharita tintinea contra el pocillo, las historias se devoran entre sí, los pasos del adiós están llegando.
En una mesa cercana, un hombre de pelo cano y remera deportiva deja que las manos del sol acaricien su rostro y está hundido en el sopor sin horario de la sobremesa.

Siesta en el sol.
De sueños luminosos
brotan sonrisas.





No es improbable que alguien se pregunte, alguna vez en su vida, qué ha venido a hacer a este mundo. El hombre ha venido a buscar a su mujer. La mujer a su hombre. ¿Dónde hallará a la otra mitad? En donde la dejaron, ahí, en el lugar donde los dos estaban unidos.
Eso puede ser tan sólo una creencia. Pero ese lugar no está muy lejos. Está dentro de ti.



Ha sido dicho y escrito: el Reino de los Cielos está dentro de ti. Es un aviso para que no sigas buscando. Es inútil que busques.




Flora Espinosa, por su parte, señala que el Paraíso es la Presencia. Y que, por lo tanto, hay que dejar de buscarlo. Esto pone de muy malhumor a los buscadores.



Dicho por Kafka: “Hay una meta, pero no hay camino; lo que llamamos camino es vacilación”.
La meta es el lugar al cual has llegado, en donde estás ahora.


Cerca de casa, un archipiélago de plazoletas alberga de vez en cuando ferias de artesanos donde se congregan payasos y malabaristas, estatuas vivientes y reposteros de pasteles, teatros de títeres y cantantes de escenarios improvisados.
Un paseo por el lugar permite a la persona disolverse entre las personas. Una manera simple de percibir lo que es.




Alguien quiere volver al Paraíso. Requisito para entrar: ser nadie.




La existencia del ser humano (ese paso por este mundo del que dan cuenta las fotografías) es una parábola. De ser nadie te conviertes en alguien para finalmente volver a ser nadie.






Al hacerse revelación que la expulsión del Paraíso es la expulsión del Presente, la conciencia que ha tomado forma de persona comprende que “alguien” se ha separado de la Presencia. Ese “alguien” es lo que llama “yo”.



Mientras concibas al “yo” como una vida separada de la vida (de la totalidad de la vida) estás encerrado en una cámara de torturas llamada “yo”.



Hay que aclarar esto: el “yo” que no puede estar presente, el personaje que está separado de la presencia, es lo que se define como Ego. Queda por cierto, entonces, que el Ego es un cúmulo de excusas para no vivir en el Presente.



Por supuesto, nadie afirmaría de su propia persona: “Soy un cúmulo de excusas para no vivir el Presente”. Pero diría: tengo mis predilecciones, mi manera de ser, mi comportamiento habitual, y cosas por el estilo. Para el caso, da lo mismo.



Prefieres ser el Ego que ser el Paraíso. Ahí tienes una síntesis acabada de “tu” vida. Te has conseguido una vida propia. En eso consiste el destierro del Paraíso.



Un guerrero llamado Nobushige fue a visitar a Hakuin, a quien le preguntó: “¿Existen realmente un paraíso y un infierno?”
Hakuin lo miró fieramente y, a su vez, le preguntó: “¿Quién eres tú?”
“Soy un samurai”, replicó el guerrero.
“¿Tú un guerrero? ¿Con esa cara de inútil? No puedo creerlo. No creo que sirvas ni para matar una mosca”, le dijo Hakuin en franco tono de burla.
El rostro del samurai se puso súbitamente rojo y parecía que le salía humo por las orejas. Era evidente que estaba sufriendo un ataque de ira, porque su mano agarró de inmediato la espada y la sacó de la vaina.
“Ah, tienes una espada”, siguió diciendo Hakuin, tranquilamente. “No creo que sirva para hacerme callar”.
El samurai, frenético de ira, levantó la espada sobre su cabeza y entonces vio que Hakuin, con el dedo índice casi encima de su nariz, le decía: “Aquí se abren las puertas del infierno”.
El samurai, una persona muy disciplinada, de repente comprendió lo que estaba pasando, y entonces aflojó la mano, bajó la espada y la guardó sumisamente en la vaina.
“Aquí se abren las puertas del Paraíso”, dijo Hakuin.




El así llamado buscador espiritual siempre aparece por ahí, toca la puerta del famoso, acude al que otros consideran maestro. Si se encuentra con Hakuin, se topará de repente con su Ego propio, con eso que llama “yo”.


Ahí nomás, en una de las plazoletas más grandes, algunos Hare Krishna están cantando una canción que no se sabe cuándo ha empezado ni cuando terminará. Una señora pasa por detrás de los músicos y los pies se le escapan en una danza imprevista. Se pone a girar y girar. Uno de los sanyasins, de algún bolsillo recóndito, saca de su túnica una cámara digital y estampa una foto en el misterio del mundo. Los colores de las ropas y del jardín armonizan con el flujo de la tabla, los chinchines, el armonio.
Uno de ellos me ve escribir un haikú y viene a conversar conmigo. Se lo regalo:

Remonta el cielo
la canción infinita
del Hare Krishna.




Hagamos un repaso: el Ego del samurai quiere mejorar su vida, quiere alcanzar estados espirituales más elevados, quiere seguir un camino en el que pueda conseguir o adquirir un bienestar permanente. En lo fundamental, no se diferencia para nada de cualquier otro Ego que anda suelto por ahí, de alguien que por ejemplo quiere conseguir mayores riquezas, hacer negocios en gran escala, o alcanzar una fama superlativa, o conseguir un prestigio determinado en la ciencia, el arte, los deportes, o lo que sea.
En el fondo, cada cual reconoce que está buscando el camino de regreso al Paraíso. No importa cómo lo llame.


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Extraído de "El Arte Viviente", novela de Vita Preziosa - Editorial Ananda


domingo, 7 de febrero de 2010

Patio de Juegos


Un artista es alguien que no puede respirar en la atmósfera de la complacencia organizada ni patalear en la noria social. Pero en lugar de salir a la calle a protestar por la estupidez ajena, se ocupa de la propia, la machaca en el mortero del amor por la vida que le ha tocado y extrae, de tanta soledad, la resplandeciente soledad compartida, el arrobamiento por el asombro de estar vivos que podemos intercambiar como niños que viven en mundos inventados por pura espontaneidad, en el patio de juegos de la imaginación.
El artista, por lo que se ve, jamás ha dejado de ser niño y se toma en serio esto de jugar a ser adulto.


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Extraído de "La Danza de la Vida" (Reflexiones y Figuraciones Acerca del Arte) - de Vita Preziosa - Editorial Ananda

Piedra de Toque






La vida es corta y la energía limitada, muy limitada. Y con esta limitada energía tenemos que encontrar lo ilimitado; con esta corta vida tenemos que encontrar lo eterno. Una gran tarea, ¡un gran desafío! Así que, por favor, no te ocupes de asuntos sin importancia.
¿Qué es importante y qué no es importante? De acuerdo con la definición de Atisha, o la definición de todos los budas, aquello que la muerte te puede quitar carece de importancia y aquello que la muerte no te puede quitar es importante. Recuerda esta definición, deja que ésta sea la piedra de toque.

Osho – El Libro de la Sabiduría



La piedra de toque es la que usan los alquimistas para comprobar la calidad del oro. En este caso, se trata de la muerte misma. Ella es la que sirve para medir por dónde pasan tus necesidades más profundas.
Pongamos por caso el dinero. Puesto que la muerte habrá de ser el banquero que te lo confisque todo, ha pasado a la categoría de las cosas que pueden ser descartadas. Por supuesto, el dinero es útil, tiene su relativa necesidad y no se trata de adoptar la actitud de cualquier vago, de ir a tirarse a un costado del camino, a esperar que llueva el maná. De modo que el dinero tiene su utilidad y también su necesidad relativa. Sin embargo, hay algunos que piensan de una manera particular; piensan que el dinero es todo, que el dinero es Dios. Cuando venga la muerte a llevarse todo, no habrá manera de comprarla.
Los que quieren poder, por ejemplo, hacen algo parecido. En el fondo, son personas que se sienten desvalidas y desamparadas. Hay algo que percibe en ellos una condición fundamental, que no son dueños de sus vidas. Por lo tanto, tratan de apoderarse de los demás. Obsérvese que apoderar es un verbo que proviene de poder, precisamente. Ellos buscan poder, buscan adueñarse de vidas ajenas porque, al actuar así, se hacen la ilusión de que son dueños de una vida a la que llaman propia. Claro está, luego viene la muerte y arrasa con todas esas ilusiones.
Otros buscan prestigio. Un profesor de la escuela secundaria, por ejemplo, pretende ser alguien importante y está todo el tiempo en pose, tratando de que los alumnos le hagan reverencias. Otro que podemos usar como ejemplo es el empleado público que se queda tomando café mientras en el mostrador de atención al público se amontona la gente esperando que vengan a solucionar sus problemas. En suma, cualquiera se da prestigio. Y si lo hace cualquier miserable, con mayor razón lo hará el tipo que tiene rango de rey, de presidente o de gerente de alguna compañía, o algo por el estilo. Pero vendrá la muerte y se llevará todo eso. Los hechos son los hechos.
“La muerte vendrá y hará desaparecer todo eso –dice Osho-; así que, ¿para qué armar tanto jaleo por ello?, para los pocos días que vas a estar aquí...Esto es un caravansar, es estancia para una noche, y al llegar la mañana emprendemos viaje”.
Pero entonces, ¿qué es lo importante?, se le ha preguntado a Osho. Respuesta: excepto la conciencia de ser, nada es importante; porque la conciencia es la única cosa que la muerte no te puede quitar.
De todas maneras, no es una respuesta que debas tragar como una píldora. Te tomas tu aspirina y asunto terminado. La muerte no se puede llevar la conciencia de ser. Y listo.
No se trata de una receta. Cuando algo así se formula, es básico experimentarlo por uno mismo. De no hacerlo, sólo puede tratarse de una promesa más. No hay por qué creer todo lo que anda suelto por ahí.
Es Osho mismo quien nos dice que el propio proceso de creer significa creer en algo que no has experimentado por ti mismo. No puedes decir que Dios existe, no puedes decir que Dios no existe. Sólo puedes afirmar: “No sé y estoy buscando, estoy experimentando y tratando de saber por mi propia experiencia”. Este es el camino de la meditación, dice Osho.
En cuanto a las riquezas que acumulamos en este mundo, nos ha venido a decir claramente que la conciencia de ser es la única riqueza que te puedes llevar. Vamos a comprobarlo.
La conciencia de ser es lo que se ha llamado meditación. Yo prefiero no llamarla meditación, porque en castellano se confunde con pensar y actividad intelectual. Pero es otra cosa, o acaso ninguna cosa. Es algo que no pertenece al mundo de las cosas, sino de la vida misma.

Unos lo llaman destino,
otros lo llaman presente.
El que, alerta, lo presiente,
sabe cuál es el camino
antes de dar este paso
que a la uva trueca en vino
y al corazón en latido.
Tú también eres, acaso,
el que conoce su ocaso
antes ya de haber nacido.


Este poema de Furia del Lago me llegó a la mesa de trabajo y me trajo al recuerdo algo que dice Osho:

El cuerpo es como las uvas. Las uvas tienen que extinguirse. No puedes guardarlas por mucho tiempo – se pudrirán; pero de ellas puedes hacer vino, por eso también se le llama “espíritu”. Puedes crear espíritu de tu ser, un vino. Las uvas no pueden acumularse, son temporales, momentáneas. Pero el vino puede permanecer siempre. De hecho, cuanto más añejo, más preciado y valorado es. Tiene una duración atemporal, algo que pertenece a la eternidad.

Este párrafo de su libro “El Significado Oculto de los Evangelios” me estremece cada vez que lo leo. Sabemos, y es una certeza única, porque las demás son todas endebles y difusas; sabemos que al morir se acaba todo este mundo material de las cosas visibles, tangibles y posibles (o supuestamente poseíbles), pero no sabemos lo que hay más allá. No sabemos a dónde vamos a parar. Una cosa es cierta: esto que llamamos “yo” no es más que un invento. Nosotros mismos lo inventamos. No es que tú has nacido médico ni tú maestra de escuela. Te forjaste una personalidad y nada más. Tampoco es necesario que limites tu paso por el mundo a ese comportamiento adquirido y abandones las otras posibilidades. Pero, sea como sea, lo importante es que todo eso es un invento y nada más. Es una uva que, en algún momento, se marchitará o será devorada por algún transeúnte que pase bajo la parra.
Pero hay otra posibilidad: la de transformar esa uva en vino. Es un milagro, ciertamente. Y, sin embargo, es posible. También ser uva, o haber nacido en este mundo, es un milagro. ¿Por qué no probar y transformarte en vino? Ni siquiera tienes algo que hacer: se hace por sí solo. Apenas se requiere un poco de meditación a cada rato. Ser consciente. Ser consciente de que eres conciencia. Es como si la uva descubriera: ah, caramba, en realidad, soy vino.


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Extraído de "La Tiranía del Ego" (Comentarios y Reflexiones Acerca de la Obra de Osho) - de Flora Espinosa - Editorial Ananda




Descenso y retorno




Por la noche, en medio del sueño, alguien ha construido una escalera caracol en una depresión del jardín, porque ahora Ulises Ursino y Selene del Giorno la ven, abierta entre las rosas, descender hacia la niebla de colores que hunde sus peldaños en el misterio.
“No deberíamos bajar”, piensa Selene, pero no le gusta sucumbir al miedo y sigue los pasos descendentes de Ulises. A medida que avanzan hacia la profundidad vaporosa, los escalones pierden consistencia. Ulises resbala y va cayendo por un lodazal inclinado. Selene grita y pierde también el equilibrio. La caída parece interminable, pero de pronto Selene choca con el cuerpo de Ulises, ambos en posición horizontal.
Después de un rato, mientras sus ojos tratan de acomodarse a la nueva situación, Ulises pregunta:
- ¿Dónde estamos?
Selene ni siquiera responde. Se oyen voces, no muy lejanas. Resbalando y sufriendo, Selene y Ulises buscan a tientas en la oscuridad. Rápidamente se descubren rodeados por figuras humanas que deambulan y desvarían sin rumbo. La oscuridad del lugar les impide distinguirlos, pero a fuerza de estar ahí sus ojos van recuperando la capacidad de percepción. Un hombre, andrajoso y alicaído, dialoga con su amigo imaginario. Una joven anda con los brazos en alto, tratando de atrapar burbujas que flotan en el aire. Más allá, un muchacho golpea con sus dedos, rítmicamente, una mesa. Una señora está mirando una pantalla de televisión vacía y es probable que lleve así horas, días o años. Pero la noción del tiempo y la del espacio, que en otra época les han parecido automáticas y simples, ha desaparecido del manojo de conocimientos de Ulises y Selene. Apenas si se reconocen entre sí, pero un miedo creciente les invade: han caído en un infierno. ¿Cómo salir de ahí?
- Trata de recordar algo – le dice Ulises.
- No recuerdo nada – replica ella.
- Algo, algo – insiste Ulises.
Pero Selene mueve la cabeza con pesar, angustiada. La visión de ese lugar, donde se amontonan las almas en pena, les causa terror a los dos.
- Tenemos que salir de aquí.
- Pero es que no recuerdo a dónde – responde Ulises.
- No sabemos más quiénes somos – agrega Selene.
- Si lo supiéramos, saldríamos de aquí en seguida – afirma él.
Selene se sienta en el suelo y con el dedo está dibujando garabatos. Ulises resopla con furia. No es el momento de hacerse la niña, piensa, desesperado. Siente que un solo minuto más en ese lugar puede ser fatal. Tiene miedo de quedar allí para siempre, como todos esos fantasmas que siguen deambulando a su alrededor. De solo verlos, Ulises entra en pánico. Por eso, sigue con la mirada clavada en el piso.
- ¿Qué estás haciendo? – le pregunta a Selene.
Ella permanece ahí, sentada en el piso, con sus garabatos. Pero Ulises se agacha y mira. Entonces le pregunta qué es eso.
- Estoy aprendiendo a escribir – le responde ella, con la mirada un poco extraviada y la sonrisa congelada.
- No entiendo – dice Ulises -. ¿Qué es eso?
- Esto es una letra – responde Selene.
Ulises mira y trata de recordar. Es como si en el fondo de su abismo personal hubiera un lugar donde todo eso tiene sentido. Selene juega con una letra y otra, las combina, luego las borra con un gesto ligero y vuelve a escribir sobre la tierra. De repente, se queda en trance, como si un descubrimiento la hubiese apuñalado.
- ¿Qué pasa, qué pasa? – inquiere Ulises con angustia.
- Aquí dice “amor” – descubre Selene.
Un viento no muy fuerte los sacude, pero ellos miran en la dirección indicada por la ráfaga y descubren una especie de abertura luminosa. De repente, han recuperado la sensación de ser ellos mismos. Selene se pone de pie en un salto, se dan la mano y salen corriendo hacia el lugar luminoso. Ulises da vuelta la cabeza y les grita a los fantasmas:
- ¡Vengan, vengan, aquí está la salida!
Pero nadie lo escucha, así que los dos salen corriendo hacia un lugar cada vez más nítido. Árboles y plantas esbozan sus figuras, más allá se ve una calle: están en el campus universitario de la Facultad de Ciencias Inexactas. Los dos caminan alborozados por un mediodía radiante. Franca La Volpe les sale al paso y les comenta que tienen caras de haber dormido mal.
- Tuvimos una pesadilla – dice Ulises.
Pero aprieta la mano de Selene y eso parece indicar que ninguno de los dos contará su experiencia. Al menos, por el momento.


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Extraído de "Huecos en la Enredadera" - Furia del Lago - Editorial Ananda



En el aire arde


Despierta en el aroma de azahares,
la tarde su silueta difumina.
Lleva en el pecho la ocasión divina:
siembra de luz que el sol dispensa a mares.



Lleva la tarde música de risa,
pero callada, y en el aire arde
un augurio que viene de otra tarde,
un ángel que con luz se mimetiza.



Y en el mismo escenario de armonía
donde un lugar es todos los lugares,
me palpita tu nombre de alegría.



Y te nombro sin cálculos ni azares:
con el mismo poema de este día,
te brindo mi cantar de los cantares.


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Extraído de "Poemas a la Diosa" - Dionisio Mayor -Editorial Ananda


Camino de sobriedad


7.-


Lo necesario es un don de la Naturaleza, que te muestra el camino. Lo innecesario es un vicio que se alimenta con la ignorancia.
Cuando se aprecia el valor de lo necesario, también se le pone precio a lo innecesario y así, en medio de los quehaceres de la gente, puedes tomar lo que te mantiene en el camino y desechar lo que te aparte de la vitalidad y la luz.
Los que tienen luz disipan la oscuridad allí donde se encuentren. Por eso, no se resienten con la presencia de los oscuros (la oscuridad desaparece con la luz) ni se ofenden con las prácticas de los ignorantes. La sabiduría es como el agua, que busca lo más bajo y puede sentirse cómoda en las tierras llanas, a las que lleva vida.
Llevar vida a lo más bajo nutre las raíces y da sostén a la sociedad. Quienes dirigen los asuntos humanos con sabiduría lo tienen debidamente en cuenta. Cuando se desprecian las raíces, el árbol cae vencido por su propio peso. Por eso, la sabiduría se ocupa de las raíces y deja que el árbol se mantenga sano por sí solo.




8.-



La desgracia y la fortuna tienen sus causas. Conocerlas es el trabajo de las personas que practican la sobriedad en los asuntos de la vida.
Las huellas de la desgracia y la fortuna se dejan ver de antemano. Por eso, los rastreadores de la sabiduría pueden anticiparse a ellas y caminar por donde lo difícil se hace fácil.
Primero escuchar y luego valorar. Se comienza por lo difícil para terminar por lo fácil. Las ideas son un estorbo que nublan la vista. Se escucha con el cuerpo, se valora con el corazón. Así, puede vislumbrarse cómo adquieren forma, cuándo están en embrión la desgracia y la fortuna.
El camino de la sobriedad permite hacer lo difícil para convertirlo en fácil. El vicio de la insensatez elige lo fácil y termina enredado en las zarzas de lo difícil.




9.-



Los seres humanos que han perdido su vínculo con La Gran Unidad luchan contra ella. Quieren vivir y luchan contra la vida. Creen que vivir es vivir separados de los demás y del mundo entero. Al cultivar esa creencia y dar la vida por ella, se convierten en los enemigos de sí mismos.
Lo sepa o no, el ser humano y la Vida son una misma entidad. Quienes buscan las distinciones entre unos y otros no están equivocados en señalar que existen tales diferencias. Existen diferencias. Pero las diferencias no son esenciales. Vistas desde lejos, dos células de un mismo tejido son iguales. Vistas desde cerca, son diferentes.
Padres diferentes engendran hijos tan humanos como sus padres. ¿Cómo lo hacen? Encuentran aquello que los une. En realidad, es aquello que une lo que engendra el hijo, no los padres.
El yin y el yang están en el mundo para encontrar aquello que los une. Hombre y mujer están aquí para encontrar aquello que los une. Si lo encuentran, encontrarán también aquello que los ha separado. Y sabrán por qué el yin y el yang forman parte de La Gran Unidad.




10.-



Si consideras las cosas desde sus diferencias, nunca estarás por encima de ellas y terminarán por absorberte hasta tu desintegración. Pero si eres capaz de ver el mundo desde la unidad, no estarás separado del mundo y, por lo tanto, permanecerás entero.
Cuando tratas a las personas desde un sitio que remarca las diferencias entre unas y otras, pones el acento en aquello que las separa y estableces el conflicto en tus relaciones. Pero cuando asientas tu relación con los demás en el sitio donde La Gran Unidad rige todas las circunstancias y entrelaza todos los impulsos, entonces consigues que La Gran Armonía se ocupe de dirigir tus asuntos.
La unión es original. La separación te aleja de tu verdadero ser y te hace creer que estás hecho de materia prescindible.



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Extraído de "El Tao Nuestro de Cada Día" - Furia del Lago - Editorial Ananda






Vigilia de Resurrección





Nacida de la piedra, luz nacida
del golpe de la piedra, renovada
en la tiniebla de la madrugada,
al alba de la tierra estremecida.



Luz del mundo que corre por las venas
de todo lo viviente, luz de vida,
pleamar de poder, muerte vencida,
flor de calor, perfume de azucenas.



Salta de gozo todo lo creado.
Exulta la Creación en el Esposo,
en la viva presencia del Amado



que vuelve de la muerte, presuroso;
que vuelve, de la vida enamorado,
y en el amor encuentra su reposo.



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Soneto escrito por Soledad (http://www.delnosaber.blogspot.com/)


sábado, 6 de febrero de 2010

Pegament




Si la gente tuviera memoria, mi tío Basilio Miliathanakis pudo haber pasado a la historia. Pero, si se lo piensa más a fondo, quizá sea mejor que no lo recuerden.
Basilio fue el inventor de la famosa máquina de solucionar problemas, aunque ya nadie se acuerde de aquello. Tuvo un gran sentido de la oportunidad, porque apareció con su invento en medio de una crisis descomunal. El mundo entero se veía sumergido, por aquel entonces, en La Gran Depresión, famoso estado de ánimo social, que tuvo su auge cuando la economía estaba llegando a su cúspide productiva. Por entonces, la gente disfrutaba de muchas horas de ocio. Y eso, a unos y otras, los anegaba en un gran pozo de inanición, donde sólo cabía preguntarse: ¿qué se hace cuando no hay nada que hacer? De ahí a la depresión personal, no había más que un paso.
Miles y millones de personas que vivían arrastrándose por la existencia, sin ganas ni de levantar un dedo, terminaban por hacerse la inevitable pregunta: ¿qué sentido tiene vivir? Tan sólo unos pocos se animaban a hacerse responsables de su existencia particular. En general, estaban adiestrados para dejar todo en manos de otros. Y cuando uno es incapaz de hacerse responsable de su vida, entonces sucumbe a la depresión. Toda persona que sufre una depresión está incurriendo en ese mecanismo: no quiere hacerse responsable de su vida. Esto es una conclusión que yo he sacado de tanto estudiar el asunto, pero no quiero adelantarme a los hechos.
En medio de tan lóbrego panorama, Basilio irrumpió con su invento. Al principio, se lo conocía como Solument, o también como Inteliment, pero el ingenio popular terminó por llamarlo Pegament; y así era como se lo mencionaba en todo el mundo.
Pegament era presentado como un prodigio de la computación. Según afirmaban las agencias concesionarias de venta, cualquier persona podía introducir una tarjeta con la formulación del problema específico, para que la máquina elaborase la solución correspondiente. “Pero Pegament no es una máquina cualquiera – declaraban los vendedores -. No atacará simplemente los síntomas, sino que irá directamente y sin rodeos a la raíz del problema”.
Claro está, de la teoría a la práctica hay mucha plática, recuerda el trabalenguas, así que los usuarios de Pegament se encontraron, cada vez que la utilizaron, con una complicada situación. Para explicar lo que ocurría, podemos acudir a un ejemplo.
Una persona cualquiera se aparecía con el problema que se le antojara, el más obtuso aun, y podía esperar una solución. No olvidemos que Pegament era presentada como una máquina “más que humana”, capaz de resolver cualquier problema. Así que, para nuestro ejemplo, podemos usar el caso de Juan. Este Juan compró la famosa Pegament y, de entrada nomás, le introdujo esta pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida? La máquina tardó apenas ocho segundos en responder. Para ir a fondo, anunciaba Pegament, habrá primero que profundizar en siete aspectos de la cuestión. Y los enumeraba. Juan se retorcía de placer de solo pensar en aclarar los siete enigmas, pero no lograba ir a fondo en ninguno de ellos. Después de un esfuerzo considerable, ya desesperado, Juan introdujo nuevas tarjetas en la máquina, una para cada problema. Pegament respondió con velocidad incomparable...con siete nuevos problemas para cada uno de los planteados. Ahora Juan tenía en sus manos un total de cuarenta y nueve problemas nuevos para solucionar. La serie, como se comprenderá, era infinita. Así, Juan podía llegar sin casi darse cuenta al fin de sus días con un cargamento de problemas que excedía la capacidad de sus espaldas y terminaría por sucumbir al peso de tanta pesadilla. Su caso era similar al de cualquier otra persona.
Mi tío Basilio, cuando le pregunté, se declaró abatido por la situación. Me dijo que, en realidad, él había inventado la máquina porque con ella pretendía demostrar que el ser humano se ha metido en su propia trampa y es incapaz de salir de la encerrona.
- La máquina simboliza la mente – confesó -. Solucionar problemas lo único que puede hacer es crear más y más problemas. La gran necedad del ser humano es la de concebir a la vida como si fuera un problema. No lo es. La vida es un misterio insondable. Hay que vivirla, no utilizarla.
Basilio decía que, al concebir los problemas, el hombre se había equipado simultáneamente con una mente; y agregaba que toda mente es, de por sí, utilitaria. Una entidad tal, por empezar, se creerá separada de la vida misma y tratará de utilizarla. Eso convierte a la vida en un problema que ramifica más y más problemas, hasta el infinito. Sin darse cuenta, pretende que la vida está hecha para servirme a mí (esa mente en particular, llamada Fulano de Tal) y hará todos los esfuerzos posibles para que la vida me sirva a mí. La mente no es más que una manera de llamar a esa enfermedad del egocentrismo. Al inventar Pegament, Basilio creyó que la gente se daría cuenta del endiablado mecanismo y trataría de volver a la esencia de la vida, es decir, a servir a la vida y no pretender que la vida nos sirva. Pero no hubo caso, la gente enloqueció. Y ahora cada cual anda por la vida con su Pegament privada. No tenerla es un símbolo de fracaso. Hay que ser un auténtico perdedor para no tener una Pegament.
Cuando estaba a punto de morir, Basilio se lamentó por haber dado a conocer su invento. Dijo que la humanidad todavía está inmadura para la libertad. Pero yo, a veces, cuando los días no están nublados, pienso que algunos pocos se cansarán de veras y abominarán de tanto embrollo. Algunos, quizá, cansados de tanto delirar, despertarán y saldrán del sueño.



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Extraído de "Huecos en la Enredadera" - Furia del Lago - Editorial Ananda


¡Qué mejor que dar lo mejor!





Lo he podido comprobar a lo largo de mi vida: cambiar es fácil; lo difícil es querer cambiar.
La mayor parte de la gente vive una existencia desagradable. No le gusta el trabajo que hace, ni las cosas que ha conseguido, ni el barrio donde está, ni el país, ni la familia que le ha tocado, ni el auto que tiene... Son tantas las circunstancias que se han congregado para que esa persona no pueda vivir feliz...
Sin embargo, esas personas continúan haciendo lo mismo, uno y otro día. Y no solamente hacen lo mismo, sino que intentan hacerlo con la mismísima actitud.
Cuando yo era una niña, mi madre y yo participábamos de un juego extraordinario: lavar la vajilla. No había momento más agradable para mí que cuando terminábamos de comer. Los platos, los cubiertos y los vasos se acumulaban entonces en la mesada. Un día tenía yo que lavar los platos, otro día que secarlos y ponerlos en orden. Mi madre había convertido aquella tarea en un juego mágico desde el primer momento. No recuerdo cuándo fue la primera vez que lo hicimos, sobre todo porque siempre lo hacíamos como si fuese la primera vez. Lo que sí puedo asegurar es que la magia se renovaba en cada intento.
Al principio, mi madre me puso a lavar, porque la tarea de poner la vajilla en orden era un poco más complicada. Apilábamos platos y tazas, metíamos los cubiertos dentro de la pileta y nos lanzábamos manos a la obra. Mi madre me explicaba entonces que el mundo se dividía en dos: el caos y el cosmos. El caos no es otra cosa que el desorden y el cosmos es el orden. La tarea de los seres humanos en este mundo, me decía entonces, es la de poner orden donde haya desorden. Lamentablemente, la mayoría de las personas hacen todo al revés: donde se topan con un poco de orden, ahí están ellos para convertirlo todo en un desorden. Y ni hablar cuando se encuentran con algún problema, porque no tardarán en añadir desorden al que ya sobraba.
Pero volvamos a la simple tarea de lavar los platos. Se trata de una tontería, evidentemente. Sólo hay que poner un poco de jabón o detergente en una esponja, refregar y dejarlos limpios. Hay algunas cacerolas en donde se queda “la mugre pegada”, como suele decirse, pero es cuestión de refregar con un poco más de saña. En las primeras épocas, que yo recuerde, acomodar la vajilla era mucho más difícil. Teníamos una mesada y un aparador no muy grandes, así que nos hacía falta una dosis de ingenio y de improvisación para encontrar el lugar donde poner cada cosa. Con el tiempo, sin embargo, apareció mi papá en escena. En efecto, contagiado por el entusiasmo que, sin duda, irradiábamos en la sublime tarea de lavar la vajilla, mi padre se apareció un día con unos estantes de madera y unos soportes para colocarlos. En poco rato, los ubicó en un rincón de la cocina que estaba sin uso, en donde rápidamente tuvimos siete nuevas playas de estacionamiento para platos y tazas, ralladores y cacerolas, la licuadora y el abrelatas. Aquel día, para mamá y para mí, fue una verdadera fiesta. Mi padre se había integrado al cosmos que estábamos creando. Más tarde, cuando nos mudamos de casa, la principal preocupación que tuvimos fue conseguir un lugar amplio para la cocina.
Una vez fui de visita a casa de mi amiga Lucía. Cuando terminamos de comer, le anuncié a la madre que Lucía y yo nos encargaríamos de lavar los platos. La madre se rió a carcajadas mientras yo me ponía de pie, pero entonces comprendí que Lucía estaba completamente contrariada con mi decisión. Evidentemente, ella era de esas personas que odian lavar los platos, aunque ni siquiera saben por qué. Lejos de tomar su actitud como un obstáculo, anuncié que la comida había estado tan rica que nosotras dos lo menos que podíamos hacer era contribuir con nuestra parte y lavar la vajilla. La madre de Lucía se negó a que lo hiciéramos, pero no pudo con mi entusiasmo. Mi amiga, por otra parte, se había sentido conmovida por mi agradecimiento, ya que yo elogié sin retaceos a la cocinera, así que no tuvo fuerzas para resistirse. Y para mejor, el hermano menor de Lucía se sumó a la fiesta y dijo que él también ayudaría. El padre de familia miraba la escena con ojos divertidos. En pocos minutos, habíamos revolucionado la casa. Los padres de Lucía se fueron a mirar televisión al living, mientras nosotros hacíamos y deshacíamos en la cocina.
Lo que me enseñó mi madre fue una lección para toda la vida. Se llama actitud mental positiva y es una revolución permanente. Según esta enseñanza milenaria, que lamentablemente no practican todos, cada vez que nos sumergimos en una situación nos encontramos frente a un desafío. Lo primero que piensa la mentalidad mediocre, sin embargo, es que se trata de una “bendición” o una “maldición”. Vale decir, la vida transcurre y se transforma, y a cada transformación nos exige actuar. De nosotros depende lo que hacemos con el momento presente. Podemos convertirlo en una superación, o terminar como víctimas de las circunstancias. Para la gente mediocre, la vida es una maldición o una bendición y ellos no son más que hojas al viento, que son llevadas y traídas por las circunstancias. Para la gente despierta, la vida es un desafío. Responder al desafío exige una actitud distinta, no el papel de víctima, sino el de creador.
Un día estaba yo en la escuela primaria y la maestra de Lenguaje nos dio como tarea realizar una composición determinada. Mientras volvía de camino a casa, a mí se me habían ocurrido montones de ideas para realizar la composición aquella. Pero cuantas más ideas se me acumulaban, mayor era mi desconcierto. Más tarde, cuando quise realizar la composición me encontré con que me costaba muchísimo hacerla. No sabía por dónde comenzar, ni qué final le daría, ni cuál sería su desarrollo. Después de una hora, o más, de batallar con mis dificultades, se me ocurrió contarle a mi mamá lo que pasaba.
- Esto es como el trabajo de lavar los platos - me dijo ella entonces -. ¿Recuerdas? El mundo se divide en dos: Kaos y Kosmos. Ya te dije que la tarea que tenemos los seres humanos en este mundo es la de crear, o sea, la de poner orden.
- Pero, ¿cómo hago? - me quejé -. No sé ni siquiera por dónde empezar.
- Eso es lo más fácil - me aseguró mamá -. ¿Cómo empiezas a lavar la vajilla?
- Agarro un plato y lo limpio - respondí.
- Y bueno, eso es todo- afirmó ella lo más campante-. Lo único que tienes que hacer es eso. Empezar por donde quieras y seguir.
De pronto, sentí como si ella me hubiera transmitido una cualidad invisible. Algo así como encender un fósforo apagado con otro ya prendido. Me fui corriendo a mi mesa de trabajo, escribí la primer frase que se me ocurrió y de pronto ya estaba poniendo sobre el papel aquella composición que me había pedido mi maestra. La escribí toda entera de un tirón, me saqué un diez y no me costó mucho decidir que cuando fuese grande me dedicaría al oficio de escribir.
A lo largo de mi vida enfrenté ese desafío constantemente. El mundo amenaza, en el momento presente, con transformarse en un caos. De cada uno de nosotros depende si lo ponemos en orden o añadimos más caos al que ya encontramos. De hecho, creo que cada uno de nosotros tiene el deber de dejar este mundo mejor de como lo encontró. Casi nadie cumple con ese deber, pero creo que la gran mayoría ni siquiera sabe que todos tenemos ese desafío por delante: convertir a este mundo en algo mejor. Si no lo ignorásemos, si supiéramos que vinimos a este plano de la existencia para cumplir con esa misión, no estaríamos metidos en esa idiotez criminal del “Sálvese Quien Pueda” que cultivan los mediocres.
Existe un monasterio zen, no muy lejos de Tokio, al que asisten muchos hombres de negocios, ejecutivos y líderes de distintas actividades. El maestro que dirige las actividades del monasterio suele decir algo así:
“En este lugar no tenemos ni el más mínimo sitio para supuestos místicos que cultivan una imagen exaltada de sí mismos ni para tipos soñadores que andan dejando las tazas sucias por todas partes, o dejan la cama sin tender. Aquí se medita y se lavan las tazas. Barrer y arreglar el jardín son tareas tan espirituales como sentarse a meditar. Ninguna cosa es más importante que la otra. Si ustedes quieren seguir este camino, el camino de la libertad, tienen que ser muy exigentes consigo mismos y con los demás estudiantes. Nuestra misión es la de dar lo mejor. Si la gente no es capaz de vivir en un mundo material terriblemente duro, extremadamente difícil, la meditación y el éxtasis que puedan alcanzar eventualmente no les servirán de nada, se harán humo a la primera dificultad. Hay que dominar dos realidades para transformarlas en una sola: el trabajo que estamos haciendo y la actitud con la cual encaramos ese trabajo; besar a la hija y colocar ese acto dentro del mundo más vasto de energía; comprar o vender y cultivar al mismo tiempo la suprema atención que sostiene los mundos”.
Todo esto me recuerda una frase que me regaló mi papá en las épocas difíciles de mi adolescencia: “¡Qué mejor que dar lo mejor!”
Era una frase que había escrito con caligrafía ornamental en una cartulina y que dejó pegada en la pared de mi habitación mientras yo estaba en la escuela. Ese día no me había resultado de lo mejor y llegué a casa con un ánimo de yacaré. Pensaba sólo en comer algo y tirarme a la cama para sufrir con mi destino aciago. Pero al llegar, lo primero que hice fue meterme en mi habitación y toparme con aquel letrero encima de la cama. De inmediato, mi ánimo cambió. Comprendí que no tenía sentido llorar sobre la leche derramada, como señala el refrán. Me lavé las manos (todo un ritual que simboliza también limpiarse la basura psicológica acumulada) y me dispuse a comer. Aquella tarde la disfruté como nunca. Busqué todas las maneras posibles de no dejarme abatir por las dificultades, convertí problemas en soluciones y anduve por el mundo con ánimo de conquistadora. Por la noche, después de un día eterno, caí en la cama rendida. Antes de apagar la luz del velador, alcancé a ver el letrero que me había regalado mi padre y apagué la luz con una sonrisa. ¡Qué mejor que dar lo mejor!



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Extraído de "El Amor Consciente" - Volumen Uno - Furia del Lago - Editorial Ananda