sábado, 2 de enero de 2010

La falacia del ego
















Cuando un niño nace no tiene personalidad. A medida que crece la va desarrollando. La personalidad es un comportamiento cultural, es algo que se adquiere. Puede ser amarilla o roja, salvaje o civilizada, de tal o cual nacionalidad. Pero eso no es esencial. Lo esencial es la vida. Si vives en Alaska o en Nueva Zelandia, eso es circunstancial. Si eres hombre o mujer, eso también es circunstancial. Si hablas francés o japonés, todo eso es nada más que circunstancial.


Un niño de un año depende completamente de sus padres. Cuando aprende a caminar ya está empezando a soltarse de ellos. Luego empieza a desarrollar el habla. Y así sucesivamente. Al llegar a los seis años, el niño está en condiciones de adquirir cierta autonomía. Comienza entonces el ciclo que se ha denominado "uso de razón".
Así vemos que la personalidad le permite a un niño crecer y desempeñarse con autonomía social.


Sin embargo, cuando el niño está en condiciones de hacer "uso de razón", los adultos no lo dejan. En lugar de enseñarle a razonar por sí mismo, lo llenan de conocimientos que el niño tiene que aprender de memoria. De esta manera, se consolida en el niño una tendencia que ha venido creciendo en estos primeros años: la de hablar consigo mismo sin parar.


Una vez que el niño está encarrilado por el camino de hablar consigo mismo sin parar, ya se encuentra integrado en la sociedad conformada por los adultos, porque está haciendo exactamente lo mismo que ellos.



El diálogo consigo mismo le impide a una persona percibir directamente. En lugar de percibir, esa persona interpreta.


Cuando una persona interpreta, no puede estar presente. Y al no estar presente, está viviendo en un mundo ilusorio. Le guste o no, la persona que no puede vivir el momento presente, por más ideas brillantes que tenga, por más jerarquía social que haya desarrollado, por más lustre que le dé a su propia importancia personal, es alguien que está enterrado hasta el cuello en un mundo ilusorio.



La personalidad es el instrumento que tenemos para vivir en armonía con el mundo. Obsérvese tan sólo al niño de un año: no tiene casi nada de personalidad y por eso no puede manejarse por sí mismo en el mundo. Es una persona pero no puede vivir como persona, porque no tiene personalidad. Pero lo que debería servirnos como elemento para armonizar con el mundo, puede crecer de manera anómala. Por eso decimos que existen dos tipos de personalidad: una es la personalidad auténtica y otra es la personalidad pervertida.


La personalidad auténtica es una parte de una totalidad, al igual que un órgano determinado pertenece a un cuerpo. En este caso, a un organismo de inmenso tamaño que llamamos la vida. Pero aclaremos: hablamos de la vida impersonal. Lo que cada cual suele considerar como "mi vida", es decir, la vida personal, es tan sólo una pieza del enorme organismo de la existencia impersonal.


Cuando alguien está en condiciones de vivir en el mundo con una personalidad auténtica, es una persona que puede vivir en el presente y que no se deja devorar por los quehaceres ilusorios.


La personalidad pervertida, a la que aquí llamamos "ego", está en discordia con el mundo real, porque vive en un mundo ideal, un país ilusorio, un mundo de fantasía.



El ego es lo que impide a la presencia iluminar tu persona.


Mientras estás hablando contigo mismo, estás en la oscuridad. Cuando ese diálogo que mantienes contigo mismo se apaga, aparece la luz de la presencia. Esa luz es impersonal y en cuanto te pones en contacto con ella, la oscuridad desaparece. Es lo mismo que cuando alguien entra en una habitación oscura y acciona el interruptor de luz. De inmediato, la oscuridad desaparece.


Básicamente, el ego te hace creer que eres una persona separada del mundo. En cambio, la personalidad auténtica te hace formar parte del mundo.


Una vez que el ego establece que estás separado del mundo, entras en conflicto con el mundo. Como si el mundo y tú no fueran la misma cosa. Así es como surgen, también, ideas tan absurdas como "dominar la naturaleza" o luchar contra ella.




Pero el principal quehacer del ego consiste en hacerte creer que tú eres el dueño de tu vida. O que tienes una vida propia. Una vida que puedes controlar, manejar, dirigir. Como si tú y tu vida fueran algo separado. A ver, repite conmigo: "Yo manejo mi vida". ¿No es absurdo?




Tú puedes manejar un objeto, algo así como una piedra, una silla, un coche o un adorno. Manejar es un verbo que proviene de mano, lo mismo que manipular. En suma, puedes manejar aquello que puedes tener en tu mano o modificar con tu mano. Pero cuando dices: "Yo manejo mi vida", te has convertido en un turista que vaga por el País de la Falacia.


"Yo hago lo que quiero con mi vida", declara el ego. Aquí es donde puedes hacer uso de razón. ¿Acaso existe algo así como "mi" vida?



Además, sería pertinente recordar el koan de Wei Po: "Cada uno hace lo que quiere, pero no es el dueño de su vida".


No puedes tener una vida propia. Sólo puedes tener algo que está separado de ti. Pero tú y tu vida son una misma cosa, no dos objetos separados. Yo poseo mi dinero y lo guardo en el cajón del armario. Tú pretendes poseer tu vida y guardarla en el cajón del armario. No, así no funciona.



Bueno, está bien, no puedes tener una vida propia. Eso te aterra. Es una afirmación tremenda. Quiere decir que no puedes controlar tu vida. Claro que no. Lo extraño es que alguna vez hayas podido creer algo así.



Lo que más impacto suele causar esta revelación es que de inmediato lo conectas con algo inevitable: eres una persona que va a morir. Eso es lo que te aterra. Vas a desaparecer de este mundo y tu forma, la forma de tu cuerpo, se disolverá en la nada.


Cuando una persona tiene la sensibilidad adecuada para conectarse con esta situación, su situación personal ineludible, de inmediato empieza a buscar una puerta de salida. ¿Existe algo más allá de esta vida, o es todo nada más que venir a este planeta, comer, dormir, trabajar y finalmente morir?


Aquí tenemos el nacimiento del buscador espiritual. El hombre o la mujer que se preguntan si existe algo "más allá".


Entonces (pongamos por ejemplo) aparece el instructor espiritual, el gurú, el maestro o quien sea, para decirle al buscador o la buscadora: "Lo que usted tiene que hacer es luchar contra el ego, porque el ego es la fuente de toda ilusión. Y cuando usted finalmente destroce y aniquile por completo al ego, tendrá la realidad delante de sus ojos, verá el mundo tal como es y podrá ser libre del nacimiento, de la vida y de la muerte". Menuda tarea.



La idea de convertir al ego en el enemigo parte de una base: el ego es la fuente de toda ilusión. Es el ego (la personalidad pervertida) lo que me impide vivir el presente, vivir sin ilusiones.




Pero (en teoría) hacer que el ego desaparezca es lo más fácil que hay: tan sólo tienes que quedarte en silencio internamente, sin hablar contigo mismo. En cuanto lo haces, el ego desaparece. ¿Y qué ocurre entonces, en la práctica? Que tardas apenas un rato para volver a conversar otra vez contigo mismo. No aguantas mucho sin hablar contigo mismo.







Pongamos entonces algo en claro: cuando te quedas en silencio desaparece el ego, la personalidad pervertida. Pero eso no significa que aparezca en su lugar la personalidad auténtica. ¿Por qué? Sencillamente porque nunca tuviste algo así como una personalidad auténtica bastante crecida y fuerte. No, si llegas a tener algo de personalidad auténtica, es muy débil, demasiado endeble, de una fragilidad enorme.



Por eso es que una cosa tan sencilla, quedarse sin hablar consigo mismo, es imposible para una persona cualquiera. Si has desarrollado una personalidad auténtica, simplemente estás presente. Pero nunca has desarrollado una personalidad que te permita ser parte del presente. Lo que has desarrollado ha sido un ego.


¿Cómo fue que permitiste que el ego adquiriese proporciones tan desmesuradas y despóticas? Tú no podías hacer otra cosa. Tan sólo eras una tábula rasa, un bebé recién nacido, alguien carente por completo de personalidad. Y tu personalidad fue formada por otros. Por eso es que tienes una falsa personalidad, un ego, una personalidad pervertida.


El ego es como un árbol que crece torcido. No hay nada que hacer con él. Pero una parte del tronco todavía está derecha: ¿la ves? La parte inferior. Luego el árbol empezó a desviarse, a retorcerse y a volverse loco. Y entonces creció torcido. Para que pueda crecer derecho, tendrías que eliminar todo lo que creció torcido y mantener esa parte del tronco que todavía está derecha, es decir, tu infancia no contaminada por los adultos.

Si logras mantener esa parte del tronco que todavía está derecha, lo que estarás manteniendo es la raíz del árbol y la posibilidad de un árbol nuevo, pero que pueda esta vez crecer derecho.

La falsa personalidad te la forman los otros. La personalidad auténtica tienes que forjarla por ti mismo.

Volvamos al gurú que le dice al buscador espiritual: "Usted tiene que luchar contra el ego". Eso es una tontería. Principalmente, porque el ego no existe. Es una entidad absolutamente ilusoria que pretende hacerte vivir en un mundo absolutamente ilusorio. ¿Cómo vas a luchar contra una ilusión? Te podría pasar algo semejante a lo que le ocurrió al Quijote, que luchaba contra guerreros imaginarios y en realidad se topó contra molinos de viento.


Quizá te preguntes si esto significa que NO debe lucharse contra el ego. La respuesta es que no hace falta luchar: puesto que el ego es imaginario, la misma realidad está destruyéndolo ahora mismo y aquí. Lo único que te hace falta es vivir aquí y ahora.



Pero, ¿cómo voy a vivir aquí y ahora, si el ego me gobierna? Esta sería la pregunta lógica que tú harías. Respuesta: tú no eres el ego.



En otras palabras, podríamos decir que te identificas con el ego. Y lo haces por una sencilla razón: el ego te convence de que eres el dueño de tu vida. Eso te hace sentir importante, alguien especial, una persona extraordinaria. No quieres ser una hormiga más en el hormiguero.


Una hormiga es diferente de otra hormiga. Tú quizá no lo quieras creer, pero es así. Cada una es diferente de las demás. Y un hormigo es claramente diferente de una hormiga.
Claro está, como tú las ves desde muy arriba, casi no puedes distinguir una de otra y si lo hicieras, a lo sumo, dirías: "esta hormiga es lo mismo que aquélla, no son más que hormigas".



Y bueno, ahora levanta el vuelo y atrévete a mirar a la especie humana desde lo alto. Verás allí abajo el hormiguero que llamamos civilización y dirás: "Desde aquí ni siquiera puedo distinguir entre un hombre y una mujer. Las diferencias no son vitales ni esenciales. Son diferencias minúsculas".



Pero aquí abajo, en el Valle de Lágrimas (como suelen decir los irónicos), cada cual busca diferenciarse de los demás. Lo cual es una tontería, porque ya tenemos un aspecto diferente el uno del otro y además un comportamiento claramente distinto.



La personalidad es lo que diferencia unos de otros. La esencia es lo que somos todos. Somos el misterio de la vida y parece que cada uno atesorase dentro de sí una vida especial, distinta y separada, pero es la misma vida la que late en todos, la que respira en cada cual, porque eso es que se transmite de padres a hijos.



Quedarse sin ego no significa quedarse sin personalidad. Simplemente, significa quedarse sin conflicto y permitir que la personalidad pueda cumplir la función de mera servidora, de un elemento subalterno que sirva para comunicar a cada uno de nosotros con los demás.



Hemos dicho que quedarse sin ego es lo más fácil que hay: tan sólo tienes que quedarte en silencio interno y en el acto verás que eres una gota sumergida en el océano del presente. Sin embargo, el mundo ilusorio no tardará casi nada en arrastrarte de nuevo hacia los mundos de la fantasía.






Algunos explican de un modo muy particular esta situación. Dicen que tú vives en el pasado o en el futuro, nunca en el presente. En realidad, vives en una burbuja imaginaria que no es el pasado, sino una huella de lo que atesoras como experiencia personal, ni tampoco es el futuro, sino una idea de lo que te gustaría conseguir mañana, o cosas por el estilo. Es decir, estás viviendo en una especie de ensalada imaginaria, compuesta por ilusiones, deseos y fantasías que no paran de dar vuelta en tu cabeza, como si tuvieras en la testa una licuadora en lugar de un cerebro lúcido, apto para la percepción y para fluir en el mundo como parte del mundo .






Tan acostumbrado estás a vivir en esa ilusión (cuya pretensión es mantenerte fuera del presente), que no puedes quedarte callado, te resulta imposible detener el diálogo interno. Y lógicamente, si quisieras forzar al ego a callarse, jamás podrías lograrlo, porque el ego consiste en no admitir las cosas como son. Y veamos las cosas como son: no estás presente y hablas contigo mismo. Si no admites esto, entonces el que no admite la situación (tal como está siendo) es el ego mismo. Ya lo hemos dicho: el ego no admite las cosas tal como son.



Estás yendo de un lado a otro, haciendo cosas, construyendo y reconstruyendo, buscando y encontrando, haciendo lo que llamarías tu propia vida. Y de repente, despiertas. Estás en tu cama y todo eso que hacías, todas esas actividades y logros, eran nada más que un sueño.


¿Qué pasa cuando despiertas? Recuerdas que estás vivo. Y cuando recuerdas que estás vivo, el ego desaparece.


Pero el ego no tarda en reaparecer, porque cuenta con la fuerza del hábito y la costumbre, con el peso de la tradición y el pegamento de las relaciones sociales. El ego es lo que te impide recordar que estás vivo.



Por eso es que no puedes quedarte en silencio y no puedes estar presente. Porque tu ego te domina. El ego es el robot que devoró al inventor.
















Flora Espinosa - "El Abrazo del Presente -

Editorial Ananda










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