Los repollos han crecido desmesuradamente anoche. Mona Petra se limpia el sudor con un brazo, mientras se apoya en la azada.
Atila Malvicino se ha encandilado con la marcha de un gran caracol que deletrea su destino por entre las calabazas.
Franca La Volpe pasea por un camino nuevo entre las filas del maíz con Hilario Guazzone. A veces, la brisa viene cargada por un lamento extraño, estremecedor.
- Alrededor de la chacra merodean los fantasmas. Son nada más que sombras sin cuerpo, no te asustes -, le dice Franca.
- Pero el terror me mantiene despierto – dice Hilario.
- Eso es bueno, entonces – comenta Franca -. En este sueño, lo mejor es andar despierto.
Bajo un jacarandá, Eleuteria estudia sus apuntes de Surrealismo Social (clase dictada por Luciana Bach) sin entender su propia letra del todo:
El horizonte es una golosina para niños y tú añoras la jaula construida con ilustraciones por el devoto de la certidumbre.
No morir, esa gran fantasía, pasea por los corredores de un castillo edificado con naipes que afloran en el hocico balbuceante del profesor dormido.
El sonido crepitante de las conversaciones deposita sus ecos en el puentecejo del tiempo y allí es donde agoniza tu viaje si no te dejas abofetear por el aplauso de una sola mano.
Detrás de lo invisible puedes hallar lo visible.
Mira cómo se desliza por la danza del único movimiento.
Angelo Nero entra en escena con su bicicleta multicolor y pasa tocando el timbre.
- Bravo, bravo – lo saludan Sibila Presenza, Nadia Fontán y Bruno Pozzo, que vienen trayendo carretillas cargadas con zanahorias.
- Socorro, socorro – grita Selene del Giorno desde lo alto de la casa del árbol.
Ulises trepa rápidamente, pero cuando llega arriba no ve ningún peligro.
- Era una mariposa que entró de golpe por la ventana y me hizo brotar unas ganas de besar imparables – explica Selene, mientras explora con su boca las ganas que tiene Ulises de dejarse besar en la boca.
Por allá, bajo un techo de paja, están Lucila Crown, Heliana Fortuna y Vera Preziosa, cocinando en una gran cacerola para todos.
Perla Noble recibe ayuda imprevista de parte de Angelo Nero, que ha dejado su bicicleta recostada contra una costilla del maizal. Ahora los dos arrancan yuyos en una zona todavía imprecisa del zapallar.
Hilario quiere saber por qué los fantasmas no pueden entrar en la chacra.
- No conocen la contraseña – le explica Franca.
Claro está, Hilario queda contraído en la duda. ¿Acaso él la conoce? Pero no se atreve a ir más allá.
- ¿No vas a preguntarme cuál es la contraseña? – inquiere Franca.
- Sí, sí, eso estaba por preguntarte – asegura Hilario.
- Gracias por todo, no tengo de qué quejarme.
- ¿Cómo dices?
- Esa es la contraseña – replica Franca.
Aparece otra bicicleta multicolor. Es Nanako del Giorno, vestida con una túnica transparente. Angelo Nero la ve y se monta rápidamente en su bicicleta, para ir en persecución de Nanako. Los dos gritan, se ríen o cantan, no se sabe qué, y desaparecen en la espesura a todo pedal.
Hilario y Franca, entonces, ayudan a sacar yuyos a Perla, mientras Ulises, que ha bajado (temblando) de la casa del árbol, también hace su aporte. A todo esto, Atila ha sido aceptado como ayudante de cocina.
Pasan las horas, los meses o los siglos, qué más da. De repente, se escuchan gritos de alegría, risas desenfrenadas: son Angelo y Nanako, que vienen a toda carrera y, los dos al mismo tiempo, quieren cruzar por un pequeño puente que atraviesa la acequia en una zona donde no corre mucha agua. La inevitable colisión termina con los dos en un chapuzón esplendoroso y exagerado, mientras los demás corren a verlos. Nanako y Angelo, desarmados de la risa, salen de allí embarrados de pies a cabeza y arrojan pelotas de fango a los curiosos, que se defienden con los brazos en alto. Pero Ulises y Mona se meten en el lodazal y también ellos agarran pelotas de barro que arrojan al que se cruce y esto provoca que los otros hagan lo mismo y en menos de un parpadeo todos estén metidos en la gran batalla del fango, a los gritos y las carcajadas. Cuando ya están casi descompuestos de tanto reírse, se tira cada cual por su lado a tratar de respirar normalmente.
- ¡A comer! – grita Heliana.
Cada uno se levanta como puede y se dirige a la gran mesa del almuerzo.
- Parecen momias resucitadas – declara Lucila cuando los ve aparecer.
Se lavan las manos (y algo de los antebrazos) y se van sentando uno junto al otro, mientras Atila y Vera sirven los platos de arroz con verduras. Antes de comer, Heliana pone sus dos manos encima del plato y dice:
- Gracias por todo, no tenemos de qué quejarnos.
Vera comenta que hay un lugar vacío y pregunta quién está faltando. Ella misma se contesta: Selene.
La llaman a gritos y Selene baja de la casa del árbol con cara de sueño persistente. Cuando ocupa su sitio, saca un papel del bolsillo y recita:
El arte de dar la vida
no se enseña ni se aprende.
Pero el que acaso lo olvida
y compra lo que se vende,
gastará todo por nada,
lo mismo que se desprende
del momento este momento
y de la herida la espada.
Lo que escribes en el viento
no es más que una quijotada.
Todos comen en silencio. La brisa sigue contando la historia del presente.
Atila Malvicino se ha encandilado con la marcha de un gran caracol que deletrea su destino por entre las calabazas.
Franca La Volpe pasea por un camino nuevo entre las filas del maíz con Hilario Guazzone. A veces, la brisa viene cargada por un lamento extraño, estremecedor.
- Alrededor de la chacra merodean los fantasmas. Son nada más que sombras sin cuerpo, no te asustes -, le dice Franca.
- Pero el terror me mantiene despierto – dice Hilario.
- Eso es bueno, entonces – comenta Franca -. En este sueño, lo mejor es andar despierto.
Bajo un jacarandá, Eleuteria estudia sus apuntes de Surrealismo Social (clase dictada por Luciana Bach) sin entender su propia letra del todo:
El horizonte es una golosina para niños y tú añoras la jaula construida con ilustraciones por el devoto de la certidumbre.
No morir, esa gran fantasía, pasea por los corredores de un castillo edificado con naipes que afloran en el hocico balbuceante del profesor dormido.
El sonido crepitante de las conversaciones deposita sus ecos en el puentecejo del tiempo y allí es donde agoniza tu viaje si no te dejas abofetear por el aplauso de una sola mano.
Detrás de lo invisible puedes hallar lo visible.
Mira cómo se desliza por la danza del único movimiento.
Angelo Nero entra en escena con su bicicleta multicolor y pasa tocando el timbre.
- Bravo, bravo – lo saludan Sibila Presenza, Nadia Fontán y Bruno Pozzo, que vienen trayendo carretillas cargadas con zanahorias.
- Socorro, socorro – grita Selene del Giorno desde lo alto de la casa del árbol.
Ulises trepa rápidamente, pero cuando llega arriba no ve ningún peligro.
- Era una mariposa que entró de golpe por la ventana y me hizo brotar unas ganas de besar imparables – explica Selene, mientras explora con su boca las ganas que tiene Ulises de dejarse besar en la boca.
Por allá, bajo un techo de paja, están Lucila Crown, Heliana Fortuna y Vera Preziosa, cocinando en una gran cacerola para todos.
Perla Noble recibe ayuda imprevista de parte de Angelo Nero, que ha dejado su bicicleta recostada contra una costilla del maizal. Ahora los dos arrancan yuyos en una zona todavía imprecisa del zapallar.
Hilario quiere saber por qué los fantasmas no pueden entrar en la chacra.
- No conocen la contraseña – le explica Franca.
Claro está, Hilario queda contraído en la duda. ¿Acaso él la conoce? Pero no se atreve a ir más allá.
- ¿No vas a preguntarme cuál es la contraseña? – inquiere Franca.
- Sí, sí, eso estaba por preguntarte – asegura Hilario.
- Gracias por todo, no tengo de qué quejarme.
- ¿Cómo dices?
- Esa es la contraseña – replica Franca.
Aparece otra bicicleta multicolor. Es Nanako del Giorno, vestida con una túnica transparente. Angelo Nero la ve y se monta rápidamente en su bicicleta, para ir en persecución de Nanako. Los dos gritan, se ríen o cantan, no se sabe qué, y desaparecen en la espesura a todo pedal.
Hilario y Franca, entonces, ayudan a sacar yuyos a Perla, mientras Ulises, que ha bajado (temblando) de la casa del árbol, también hace su aporte. A todo esto, Atila ha sido aceptado como ayudante de cocina.
Pasan las horas, los meses o los siglos, qué más da. De repente, se escuchan gritos de alegría, risas desenfrenadas: son Angelo y Nanako, que vienen a toda carrera y, los dos al mismo tiempo, quieren cruzar por un pequeño puente que atraviesa la acequia en una zona donde no corre mucha agua. La inevitable colisión termina con los dos en un chapuzón esplendoroso y exagerado, mientras los demás corren a verlos. Nanako y Angelo, desarmados de la risa, salen de allí embarrados de pies a cabeza y arrojan pelotas de fango a los curiosos, que se defienden con los brazos en alto. Pero Ulises y Mona se meten en el lodazal y también ellos agarran pelotas de barro que arrojan al que se cruce y esto provoca que los otros hagan lo mismo y en menos de un parpadeo todos estén metidos en la gran batalla del fango, a los gritos y las carcajadas. Cuando ya están casi descompuestos de tanto reírse, se tira cada cual por su lado a tratar de respirar normalmente.
- ¡A comer! – grita Heliana.
Cada uno se levanta como puede y se dirige a la gran mesa del almuerzo.
- Parecen momias resucitadas – declara Lucila cuando los ve aparecer.
Se lavan las manos (y algo de los antebrazos) y se van sentando uno junto al otro, mientras Atila y Vera sirven los platos de arroz con verduras. Antes de comer, Heliana pone sus dos manos encima del plato y dice:
- Gracias por todo, no tenemos de qué quejarnos.
Vera comenta que hay un lugar vacío y pregunta quién está faltando. Ella misma se contesta: Selene.
La llaman a gritos y Selene baja de la casa del árbol con cara de sueño persistente. Cuando ocupa su sitio, saca un papel del bolsillo y recita:
El arte de dar la vida
no se enseña ni se aprende.
Pero el que acaso lo olvida
y compra lo que se vende,
gastará todo por nada,
lo mismo que se desprende
del momento este momento
y de la herida la espada.
Lo que escribes en el viento
no es más que una quijotada.
Todos comen en silencio. La brisa sigue contando la historia del presente.
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Extraído del libro "Principio de Incertidumbre", de Furia del Lago - Editorial Ananda
Este mundo es muy raro. Para vivir en la granja la contraseña es: "Gracias por todo,no tengo de qué quejarme". Esto es como haberse comido una fruta de claridad y dejar que haga efecto lento, muy lento.
ResponderBorrarClaro está, aquí la fantasía funciona exactamente al revés. Por ejemplo, en los apuntes de Eleuteria se habla de "la jaula construida con ilustraciones por el devoto de la certidumbre". (La jaula imaginaria del concepto, se me ocurre).
Hay otra frase que subrayé: "Detrás de lo invisible puedes hallar lo visible". Eso me deja en silencio y ya no puedo agregar más nada...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMe sumo a esta fantástica fiesta de la espontaneidad.
ResponderBorrarGracias Furia porque tus entradas siempre son tan profundas y enriquecedoras. Para meditar...
Un fuerte abrazo desde la inocencia.
Esta "rebelión" funciona cuando no te quejas. Y el arte de dar la vida sería, entonces, tener conciencia de que la estás dando, ahora mismo.
ResponderBorrarMis clases de Surrealismo Social, por lo que veo, algunos frutos da.
Un abrazo
No, no se puede enseñar ni aprender el arte de la vida, si no permitirse escuchar lo que el corazón te dice y disfrutar la vida a carcajadas.
ResponderBorrarMe encanto furia; con esa furia del corazón un beso.
hola!
ResponderBorrarte invito a que pases por mi casa
dejare la puerta entreabierta..
te dejo un fuerte abrazo!!!
Hola, Oso. Uno de los efectos básicos de la civilización en el individuo es, en efecto, el de hacer que cada cual se queje por todo y así se pierde la vida retorcido en el malestar socializado. Es que la existencia no está hecha para el placer de nadie. Sencillamente, es la materia prima para que cada cual trabaje con ella y haga su obra de arte. Cada uno es artista de la vida.
ResponderBorrarY bueno, en la granja se puede hacer poesía con cualquier cosa. Todo es asunto de la vida misma, revelándose como milagro.
Un abrazo.
Hola Paula. La inocencia de la espontaneidad es la clave. Hasta podemos ponerla como contraseña alternativa.
ResponderBorrarVen por la granja cuando quieras. Un abrazo...
Sí, Luciana. La vida es un poema cuyo único tema consiste en elaborar el arte de dar la vida.
ResponderBorrarGracias por darte un paseo, de vez en cuando, por la granja.
Un beso
Qué tal, Nanako. Las carcajadas se intercambian con la tristeza, lo mismo que el sueño con la vigilia. Sigamos participando...
ResponderBorrarUn besoto
Así que has pasado furtivamente por aquí, Allek. Espero que hayas disfrutado de la visita. Ya pasaré a verte por tu casa... Un abrazo
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