Nitai me obligó a prometerle algo: que jamás revelaría su verdadera identidad. Yo la descubrí cuando ambos teníamos diez años (¿cuál sería su edad verdadera?) y nos escapábamos de la escuela para irnos a vagambular por las calles del Barrio Miraflores.
El primer día que nos escapamos juntos sacó un talonario del bolsillo y me lo mostró: era una rifa, supuestamente para beneficencia de los alumnos de nuestra escuela que se graduarían a fin del curso. Aquella vez nos divertimos en grande, porque anduvimos por los lugares más insólitos, viendo a gente mayor completamente desconocida y jugando a ver quién vendía más rifas. Ibamos por los comercios, por la feria, por las plazas y por las casas. El número era muy barato, de apenas un peso, así que mucha gente nos daba monedas. Cuando terminamos, Nitai compró un helado para él y otro para mí.
- Hicimos una buena cosecha - me dijo-. La tuya mejor que la mía.
Yo había recaudado más dinero que él y eso me ponía orgullosa.
Después del helado fuimos a su casa y me presentó a su hermano Nimai. Los dos eran muy parecidos. Nimai también había recaudado muchas monedas con la rifa, pero él no iba a la misma escuela que nosotros, sino a un colegio de varones.
- ¿Así que recaudaste más que Nitai, Furia?
- Sí, tenemos que salir mañana - respondí-. Vas a ver que conseguimos mucho más. Al principio, no sabía muy bien qué decirle a la gente, pero después aprendí la forma.
- Pero mañana no tenemos que faltar a clase - me dijo Nitai-. Así que salgamos después de la escuela.
Y así lo hicimos. A la salida de clases, Nimai estaba esperándonos. Fuimos hasta el barrio y estuvimos más de dos horas. Por suerte, mis padres pensaban que yo estaba estudiando en casa de Nitai, a quien ya conocían. Después, volvimos a casa de ellos y sacamos la cuenta. Otra vez fui yo la que recaudé más, pero esta vez no me lo creí. En secreto, sumé lo que habíamos recaudado el día anterior, le resté lo mío y lo de Nimai, y así descubrí que Nitai me estaba mintiendo. Por alguna razón oculta, él fingía que yo era la que más recaudaba, pero en realidad había sido él mismo.
En una semana teníamos un total de setecientos pesos. Era un dineral, si se tiene en cuenta que lo hacíamos juntando moneditas. Entonces, Nimai y Nitai me llevaron hasta un negocio mayorista, cuyo dueño era conocido del padre de ambos, y allí compramos ciento cuarenta bolsas de arroz grandes, cada una de veinticinco kilos.
Yo no entendía nada.
- Ya lo vas a entender- me dijo Nimai.
Al día siguiente, el padre de ambos fue a buscar las bolsas de arroz en un camión y las llevó a su casa. Una vez allí, empaquetamos el arroz en bolsas de un kilo, aproximadamente. Es decir, que empaquetamos tres mil quinientas bolsas.
- Yo creí que era una rifa de verdad - atiné a decir mientras empaquetábamos las bolsas.
- No seas tonta - me dijo Nitai-. A quién se le ocurre semejante idea..
- Somos estafadores, nena - me dijo Nimai.
A mí, la idea me entusiasmó. Era una aventura prodigiosa: habíamos estafado a medio barrio de Miraflores.
Una semana después, el papá de Nimai y Nitai nos llevó a los tres a uno de los suburbios más pobres de la ciudad. Yo nunca había estado por esos parajes. Las calles eran de tierra o de barro, las casas de chapa y cartón, había suciedad y basura por todas partes. Yo acompañé a Nimai: tocábamos a la puerta del lugar, o aplaudíamos las manos, y dejábamos una bolsa de arroz de regalo; a veces dos, si la familia era muy numerosa. No nos alcanzó para todo el barrio, pero en dos días terminamos de repartir el arroz.
Así fue como descubrí que Nimai y Nitai eran unos extraterrestres.
El primer día que nos escapamos juntos sacó un talonario del bolsillo y me lo mostró: era una rifa, supuestamente para beneficencia de los alumnos de nuestra escuela que se graduarían a fin del curso. Aquella vez nos divertimos en grande, porque anduvimos por los lugares más insólitos, viendo a gente mayor completamente desconocida y jugando a ver quién vendía más rifas. Ibamos por los comercios, por la feria, por las plazas y por las casas. El número era muy barato, de apenas un peso, así que mucha gente nos daba monedas. Cuando terminamos, Nitai compró un helado para él y otro para mí.
- Hicimos una buena cosecha - me dijo-. La tuya mejor que la mía.
Yo había recaudado más dinero que él y eso me ponía orgullosa.
Después del helado fuimos a su casa y me presentó a su hermano Nimai. Los dos eran muy parecidos. Nimai también había recaudado muchas monedas con la rifa, pero él no iba a la misma escuela que nosotros, sino a un colegio de varones.
- ¿Así que recaudaste más que Nitai, Furia?
- Sí, tenemos que salir mañana - respondí-. Vas a ver que conseguimos mucho más. Al principio, no sabía muy bien qué decirle a la gente, pero después aprendí la forma.
- Pero mañana no tenemos que faltar a clase - me dijo Nitai-. Así que salgamos después de la escuela.
Y así lo hicimos. A la salida de clases, Nimai estaba esperándonos. Fuimos hasta el barrio y estuvimos más de dos horas. Por suerte, mis padres pensaban que yo estaba estudiando en casa de Nitai, a quien ya conocían. Después, volvimos a casa de ellos y sacamos la cuenta. Otra vez fui yo la que recaudé más, pero esta vez no me lo creí. En secreto, sumé lo que habíamos recaudado el día anterior, le resté lo mío y lo de Nimai, y así descubrí que Nitai me estaba mintiendo. Por alguna razón oculta, él fingía que yo era la que más recaudaba, pero en realidad había sido él mismo.
En una semana teníamos un total de setecientos pesos. Era un dineral, si se tiene en cuenta que lo hacíamos juntando moneditas. Entonces, Nimai y Nitai me llevaron hasta un negocio mayorista, cuyo dueño era conocido del padre de ambos, y allí compramos ciento cuarenta bolsas de arroz grandes, cada una de veinticinco kilos.
Yo no entendía nada.
- Ya lo vas a entender- me dijo Nimai.
Al día siguiente, el padre de ambos fue a buscar las bolsas de arroz en un camión y las llevó a su casa. Una vez allí, empaquetamos el arroz en bolsas de un kilo, aproximadamente. Es decir, que empaquetamos tres mil quinientas bolsas.
- Yo creí que era una rifa de verdad - atiné a decir mientras empaquetábamos las bolsas.
- No seas tonta - me dijo Nitai-. A quién se le ocurre semejante idea..
- Somos estafadores, nena - me dijo Nimai.
A mí, la idea me entusiasmó. Era una aventura prodigiosa: habíamos estafado a medio barrio de Miraflores.
Una semana después, el papá de Nimai y Nitai nos llevó a los tres a uno de los suburbios más pobres de la ciudad. Yo nunca había estado por esos parajes. Las calles eran de tierra o de barro, las casas de chapa y cartón, había suciedad y basura por todas partes. Yo acompañé a Nimai: tocábamos a la puerta del lugar, o aplaudíamos las manos, y dejábamos una bolsa de arroz de regalo; a veces dos, si la familia era muy numerosa. No nos alcanzó para todo el barrio, pero en dos días terminamos de repartir el arroz.
Así fue como descubrí que Nimai y Nitai eran unos extraterrestres.
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Extraído del libro "Conspirando con el Cielo", de Furia del Lago - Editorial Ananda
Maravilloso furia conocer a estos personejes .
ResponderBorrarUn besote.
¡Que historia tan bella!, acorde con esa "Conspiración con el Cielo".
ResponderBorrarUn abrazo amiga!
muy bueno Furia!!!!!!
ResponderBorrar-Hacía añares largos que no escuchaba la palabra "rifa", en España no existe, aunque me voy al diccionario de la lengua española y dice:RIFA f. Juego que consiste en sortear una cosa entre varios por medio de boletos de ...-
Gracias, otra vez
Hola, Nanako.
ResponderBorrarNitai y Nimai existen de verdad y son mellizos. El papá de ambos les puso esos nombres porque era (y es) un hinduísta ferviente.
La historia, con algunos adornos, es verdadera.
Un besoto.
Sí, José Manuel, me alegra que lo destaques, porque siempre se me da por pensar que nosotros, los que nos conectamos a miles de kilómetros de distancia a través de este milagro de la red, también estamos conspirando con el cielo. Un abrazo.
ResponderBorrarAh, bueno, Santosham. Tengo muchos recuerdos de la infancia con eso de las rifas, porque tanto mi hermano como yo éramos muy buenos vendiendo números.
ResponderBorrarCuando yo tenía diez años, una vez, con mi hermano (un año menor que yo) salimos a vender rifas por el vecindario y teníamos tanto éxito que después seguimos a otro vecindario y más allá. Estábamos realmente exaltados. Era verano y anochecía muy tarde. Nos dimos cuenta de que habíamos caminado kilómetros y más kilómetros tan sólo cuando se puso oscuro. Entonces, alegres a más no poder, emprendimos el regreso a casa. Una cuadra antes de llegar, alcanzamos a divisar un alboroto en la zona de nuestra casa. Había un montón de gente, mi papá había vuelto ya del trabajo, había policías y vecinos, un coche patrulla con la lámpara roja intermitente en el techo… Y de pronto, mi mamá que grita: “¡Allá vienen!” Y vinieron corriendo hasta nosotros.
Todo el mundo nos abrazó, algunos lloraban. Nos daban por perdidos y nosotros muertos de la risa. Ay, Dios. Habíamos tardado tanto, que ya estaban todos alterados. A la noche, no podíamos dormir de tan alegres que estábamos. ¡Habíamos vendido el talonario completo de rifas! Éramos los campeones… Ja, ja…