
En origen y en síntesis, eres un simple ser. Las añadiduras y los ornamentos corren por cuenta de la trama conceptual que maneja la sociedad.
Los otros pueden verte (con variedades intermedias) como simpático o antipático, mala persona o santo, creativo o rutinario, sagaz o estúpido, o de muchas maneras más. Todo ello configura un comportamiento social en el que cada uno es introducido desde pequeño para funcionar como “máquina de conseguir”.
Así que, basta que te topes con un prójimo para que este espécimen de la raza humana te considere como una máquina de conseguir. Y aquí lo tienes, tratando de calar a fondo tus intenciones, a ver lo que quieres “conseguir”, mientras al mismo compás él trata de conseguir lo suyo. Si quisieras poner en duda este comportamiento general de la humanidad, te dirá que estás chalado, que mientes, que has perdido el rumbo de la sensatez o simplemente que eres un imbécil.
En suma de cuentas, allí, en sociedad, tienes un precio. Y habrás de comportarte de acuerdo con esas reglas de mercado, porque tu cotización puede subir o bajar
“Pero a mí todo eso no me interesa”, señala el inocente. Ay, ay, ay, pobre muchacho. La vida se encargará de azotarlo convenientemente, para que aprenda.
Está planteada la disyuntiva: ¿quieres estar solo o quieres vivir en sociedad? Tal es el dilema que te refriega por las narices el mecanismo social ya establecido. Si el “candidato” muestra el más mínimo miedo por estar solo, ha caído de inmediato en el pozo de los deseos. Pero si, a pesar del miedo, se niega a comportarse como una máquina de conseguir, habrá que ver lo que descubre.
Hasta que no se confronta con este dilema, cualquier ser humano entra directamente en la trama social y cumple con obediencia su papel como máquina de conseguir.
El que no se deja llevar por las alucinaciones, en cambio, va cayendo sin vueltas en la simpleza de ser.
“La ansiedad y la esperanza nacen de la imaginación; yo estoy liberado de ambas. Sólo soy simple ser y no necesito nada en qué apoyarme”, dice Nisargadatta Maharaj.
La persona contaminada por los vaivenes sociales, ante tal declaración, sencillamente se ríe. El que procura no tragar tanta comida social tóxica, quizá imbuido de cierta búsqueda espiritual, posiblemente diga: “Ah, pero éstas son palabras mayores. Se trata nada menos que de Nisargadatta Maharaj, alguien que está en la cúspide de la perfección espiritual”.
Tonterías. Precisamente, Maharaj está dándote a entender que él es tan simple ser como tú. En cuanto lo pones por las nubes, ya estás tratando de conseguir algo. Por obra de tales manejos, como puedes comprobar, estás metido en el pantano en donde chapotean las máquinas de conseguir.
¿Quién aparece primero, el huevo de la ansiedad o la gallina de la esperanza? Basta de imaginación venenosa. Elucubrar o especular con esto no es más que pérdida de tiempo. “Pero sin esa dualidad, yo no tengo nada”, contesta el iluso. Precisamente, lo has visto con toda claridad, querido iluso. Y te diré más: “Sin esa dualidad, tú eres nada”. De eso habla precisamente Maharaj cuando dice: “No necesito nada en qué apoyarme”. Claro que sí, el vacío no necesita ningún apoyo. Jesús de Nazareth decía algo semejante cuando afirmó: “El Hijo del Hombre no tiene almohada donde apoyar la cabeza”.
A todo esto, con ojos abiertos hasta la exageración, el iluso pregunta: “Pero, ¿es cierto que te quedas vacío?” Respuesta: no te quedas vacío, ya eres vacío desde siempre. Ja. Si entramos en terreno analógico, habría que decir que para el carnívoro la comida vegetariana es insuficiente, sosa y débil, mientras para el vegetariano la ambrosía es un montón de nada.
¿Y qué gano yo con esto de simplemente ser? (insiste el iluso). Ahí tienes a la máquina de conseguir en faena directa. Salvo dejar de vivir enloquecido por esa ficticia necesidad de conseguir, pues no consigues nada.
Al margen de la ironía con que parece presentarse toda la situación, pongamos bajo foco que cualquier hijo de vecino está viendo, con mayor o menor cantidad de neblina en sus gafas, que sus deseos no conducen jamás a ninguna parte, excepto a conseguir otro cúmulo mayor de más deseos. Y eso es poco decir: agreguemos sin dudas que el resultado siempre es, precisamente, nada.
Alguno, con un poco de sensibilidad (o con menos inocencia depredada), se pregunta en las malas: ¿Para qué sirve todo esto, si la muerte se lleva todo? Pero, puesto que ha sido entrenado como máquina de conseguir, cuando avizora la posibilidad de perder las ilusiones se ve atrapado por su propio mecanismo forzado y dice: ¿qué gano con perder las ilusiones? Ya lo ve, señor procurador, seguimos en el pantano de los deseos, siempre tratando de lograr algún provecho.
La libertad elude cualquier concepto de libertad, puesto que un concepto cualquiera lo atraparía en la jaula de lo imposible. Por lo tanto, la libertad está liberada hasta de sí misma.
¿Cómo se concibe entonces la libertad? No se concibe. La libertad es única y sin dualidad posible. Eso es lo que claramente está diciendo Maharaj cuando asegura que está liberado de ansiedad y esperanza. Lo que está diciendo es que él no vive en el mundo de la dualidad, sino que está definitivamente en la No-Dualidad. Y ahí, en la No-Dualidad, no hay ninguna cosa. Porque si hubiera alguna cosa, ya dejaría de ser No-Dual y entraría en el juego de los opuestos.
En la No-Dualidad no hay nada. Esa misma condición no dual es nada de nada. ¿Y entonces, no hay nada que hacer?, pregunta el iluso. Claro que no. De eso se trata, de simplemente ser.
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Extraído del libro "Simplemente Ser", de Furia del Lago - Editorial Ananda