
Un proverbio de la tribu Ashanti aclara que “el arquero no vino al mundo con arco”. Y es aclaración ociosa pero harto necesaria, porque nuestro olvido más fuerte, el olvido de sí mismo, suele cubrirnos con un velo esto que a la vista está.
Disparatado en su comportamiento (basta con echar un vistazo al periódico de hoy o al noticiero de la televisión), el ser humano padece de civilización afiebrada, una enfermedad contagiosa y mortal cuya patología no figura en los libros de medicina ni de psicología, pero atesora como principal efecto el de cegar los ojos y aturdir los oídos, síntoma que invalida sus mejores esfuerzos hasta el ahogo por evidencia.
Por eso, el arquero anda buscando una diana donde clavar su flecha y así es como inventa una distancia entre lo que llama “el mundo” y él mismo, absurda disposición de un soñador en su lecho de nubes conceptuales. Primero inventas una separación entre “yo y el mundo” y luego te aplicas con esfuerzo, fervor y devoción a buscar armonía entre ambos conceptos. La evidencia te dice que mientras haya separación no puede haber armonía, pero tú estás mirando un paisaje distinto. Otro viejo proverbio asegura que “todas las olas pertenecen al mismo mar”, pero no te lo enseñan en la famosa escuela de la calle.
A todo esto, el arquero pretende un mundo en donde mostrar sus habilidades y su sapiencia, ejercicio de voluntad que lo encarama en un pedestal ilusorio, apto para contraer las más variadas alucinaciones, esto sin contar los estragos causados en una salud bombardeada por la locura orgánica.
Se cuenta que un día el ascensor de un edificio falló y dejó a varias personas atrapadas. Una señora vio un letrero en el que aparecían dos números telefónicos de emergencia, marcó el primero de ellos y explicó la situación.
Después de lo que pareció ser un silencio muy prolongado, la voz del otro lado de la línea (el famoso Anselmo Cataldo) respondió:
- No sé qué espera que haga por ustedes; yo soy psicólogo.
- ¿Psicólogo? – dijo la mujer -. Su teléfono aparece aquí como un número de emergencia. ¿Nos puede ayudar?
- Bien – dijo finalmente Cataldo en un tono mesurado - ¿Cómo se sienten ustedes, estando allí, atrapados en un ascensor?
Quedarse a vivir en la rutina es el deporte preferido del mamífero vestido. Es su mentalidad la que inventa este mundo dual, de color humano, y a partir de la división las soluciones se convierten en problemas y viceversa.
El mundo del Karma es el mundo de la dualidad. Karma significa acción y reacción. Pero el Dharma es el acto y el acto es la superación de ese mundo dual, está más allá de acción y reacción. El acto expulsa fuera de sí acción y reacción para seguir siendo el acto, es decir, lo inexistente. Si en el mundo del Karma el ascensor quedase atascado, la meditación no te libraría de haber quedado entre el séptimo y el octavo piso. Lo mejor, en estos casos, es conseguir que alguien te saque del ascensor.
Pese a todo ello, lo más disparatado de esta situación (para la mentalidad convencional) es que el Karma no existe. No es más que un mundo imaginario. Te pones a la orilla del océano y miras llegar una ola y otra ola. Y si quieres las puedes ir contando; una ola, dos olas, tres olas. Pero siempre hay un solo mar.
En apariencia, tú eres arquero cuando tienes el arco en tus manos. Pero eso es una figura creativa, un mero desempeño en el mundo de los fenómenos. Dejas el arco a un lado y te das cuenta de que no eres eso, sino que formas parte de una inteligencia no personal, así como la ola es un rulo del océano.
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Extraído del libro "Simplemente Ser", de Furia del Lago - Editorial Ananda