miércoles, 25 de julio de 2012

EL PERFUME DE LA FLOR








Vorágine de luz, el remolino
del silencio te lleva tan adentro
que allí en el fondo acaba tu camino
y eres meta sin cáscara ni centro.


La meta de vivir sólo el instante
(un fuego deslumbrándose a sí mismo)
es el camino de la luz constante,
el abismo que mora en el abismo.


Déjalo ser; es raro que una flor
sepa de qué perfume ha sido hecha.
Tu fragancia proviene del amor,


que no tiene ni adiós ni ansia ni fecha,
ni busca una morada permanente
porque vive en la casa del presente.






Este poema de Dionisio Mayor es un canto a la meditación, un puñado de sal que se disuelve en el océano de la meditación. Si cada uno es capaz de leerlo con la totalidad del ser, si es capaz de sumergirse en él con todas las células del cuerpo, entonces sentirá que la voz poética resuena en lo más hondo del alma. “Vorágine de luz, el remolino/del silencio te lleva tan adentro/que allí en el fondo acaba tu camino/y eres meta sin cáscara ni centro”. Esta es una clave de la persona que medita, la de saber de antemano que la meta y el camino son la misma cosa. Meditar no es una búsqueda, no se está buscando ninguna cosa en especial, ningún resultado, ningún éxtasis determinado. En todo caso, ya se sabe: el éxtasis es el presente. Pero, ¿quién puede vivir plenamente en el presente? ¿Quién, además de estar en el presente, puede ser el presente?
En todo caso, buscar el presente suena como el absurdo máximo. ¿Quién busca qué cosa? ¿Puede haber algo afuera del presente?
Hablábamos de una clave. Una clave es una llave. Una llave que usa el meditador para volver a casa. Estabas a la deriva, allí afuera, hasta que se te ocurre volver a casa. Sencillamente, buscas en tu bolsillo, encuentras la llave, y ya puedes abrir la puerta para estar en casa. La llave eres tú mismo. La casa eres tú mismo. No hay dualidad. No existe tal cosa como la dualidad en ninguna parte. Todo ha sido una ilusión. Tu camino empieza donde acaba “y eres meta sin cáscara ni centro”. Cáscara y centro, por supuesto, alude a la vieja dualidad ilusoria, la de creer que existe algo así como “yo y el mundo”. Pues bien, no existe ni yo ni el mundo. Es nada más que una idea. Convengamos en que se trata de una idea muy difundida, la herencia unánime que se transmite de padres a hijos. Pero es tan sólo una creencia. Dicen que en otros tiempos la gente pensaba que la tierra era plana. Lo mismo pasa con esta dualidad aparente que nosotros concebimos como “yo y el mundo”. Es nada más que una creencia. Por eso, cuando el poeta dice: “allí en el fondo acaba tu camino”, pero aclara que te quedas sin cáscara ni centro, está diciendo que el fondo es insondable, que el infinito está yendo sin pausa más allá de sí mismo y que a todo esto lo llamamos el silencio, la vorágine de luz que somos.
Por si nos place asentarnos en ese lugar sin fondo que nos lleva tan adentro, sigamos leyendo: “La meta de vivir sólo el instante/(un fuego deslumbrándose a sí mismo)/es el camino de la luz constante/el abismo que mora en el abismo”. Parece cuento con qué facilidad el poeta nos viene trayendo de la mano para encontrar ese fuego que se deslumbra a sí mismo, el asombro de ser, la única certeza.
De algún modo, es una manera de preguntarse y responderse, en un solo tris, qué soy. Este asombro de ser se concibe aquí como un fuego en donde se queman todos los atributos: ser esto o aquello, hombre o mujer, joven o viejo, pobre o rico. Qué más da. La dicha es un sol que amanece en tu corazón, ha señalado el viejo Nayakan Sabal. Y este sol, el asombro de ser, está constantemente a tu disposición. Es la cualidad misma del instante, que se muere al darse cuenta de que está naciendo.
Hablamos de este fuego que está deslumbrándose a sí mismo, el asombro de ser. No es un lugar en el que normalmente viva la gente. Vivir dentro de un fuego que te está quemando, vaya idea. Entonces, ¿qué sería yo? Ni siquiera ceniza. Un poco de nada.
Es por ese motivo que la gente luce todo el tiempo tan desdichada. La única dicha es el asombro de ser, esa es la fuente de toda luz. Pero Fulano está enojado, no quiere entrar en ese fuego de la dicha, porque allí desaparecería por completo, dejaría de ser Fulano. Vaya, vaya. Cómo nos gusta la ilusión. Ser alguien. Cuando está visto que simplemente somos esta nada que somos. Sin embargo, esta nada es ser, conciencia, bienaventuranza. ¿No es raro? Somos nada y sin embargo sentimos que lo somos todo. Es la conciencia, que se está mirando en el espejo de la conciencia. Sí, la conciencia es un árbol y la conciencia es la semilla de ese árbol. El instante presente nunca es el mismo y siempre es el mismo.
Aquí estamos hablando pues, con el poeta, de ese fuego que se deslumbra a sí mismo. “Yo no quiero quemarme en ese fuego”, dice Fulano. Pues vaya, no es una opción, Fulano. Ya estás aquí. Ya estás quemándote en el fuego del presente. Pero tenemos buenas noticias para ti: tú eres el presente. Así que podrías considerar este asunto con ojos nuevos. De eso se trata meditar, escribir poesía con el cuerpo, vivir el éxtasis del presente. Existen dos clases de personas: la que agradecen a la vida por la vida, y las que odian la vida. Las que agradecen son personas raras, muy raras. Para agradecer hay que estar lleno de gracia. Esto parece un galimatías, pero es la lógica de la vida. Si quieres echar agua en un vaso, tienes que poner atención y cuidar que el vaso no esté lleno de agua. Lo mismo, para dar, tienes que tener. Así que todo es un círculo virtuoso. Cito a Simone Weil: “La gracia llena los vacíos, pero sólo puede entrar donde hay un vacío para recibirla, y es la misma gracia la que hace este vacío”.
La vida es un regalo que te da la vida. Puedes vivir dando gracias a la vida, o puedes vivir diciendo: “Esta vida es una mierda”. Sí, ya sé, la frase les suena (risas). Hay mucha gente diciendo eso por ahí, por todas partes. Hay gente que se queja y se queja. Están entrenadas para considerar que la vida les está debiendo algo y todo el tiempo se la pasan dando lástima, diciendo que les va mal y cosas por el estilo.
Aunque parezca completamente disparatado, esto pasa porque ignoran el éxtasis del instante. Sí, el éxtasis y el presente son sinónimos. Vamos a dejarlo en claro. Son dos palabras para el mismo asombro de estar vivos. “Déjalo ser; es raro que una flor/sepa de qué perfume ha sido hecha”. Vaya con el poeta. Nos suelta el perfume de la poesía y nos dice: esto es poesía. La vida misma. Pero, además, como si estuviera dándonos alguna especie de recordatorio, nos cuenta por qué la palabra amor ha quedado tan gastada de tanto confundirla con el deseo. “Tu fragancia proviene del amor, que no tiene ni adiós ni ansia ni fecha, ni busca una morada permanente porque vive en la casa del presente”.
Claro que sí, míralo: el presente puede darte una idea de permanencia, puesto que siempre está aquí. Entonces, no tiene sentido andar buscando una morada permanente. Pero al mismo tiempo te aclara que no existe meta, porque esta es una casa en llamas, el fuego que está deslumbrándose a sí mismo. En suma: puesto que nada es permanente, no existe ni la permanencia ni la impermanencia.
Déjalo ser, es raro que una flor sepa de qué perfume ha sido hecha.


(Conferencia de Tiziano Longobardi en el marco de un taller de meditación realizado en el curso de Artesanía Ontológica)


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VITA PREZIOSA

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Extraído del libro "Taller de Meditación", de Vita Preziosa - Editorial Ananda

5 comentarios:

  1. El perfume de una flor es como el aliento de un poema. Intenso, eterno en si mismo.

    Luego te dan una conferencia explicativa sobre el perfume y el aliento, por si no lo has captado.

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  2. Vita en estado puro, destilando perfumes generosamente :)
    Un beso!

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